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Pablo, el enfermo evangelizador de la salud.
En el ámbito de la Pastoral Sanitaria entendemos que la evangelización consiste en la oferta del sentido que el mensaje cristiano confiere a las realidades fundamentales de la vida humana: la salud, la enfermedad, la curación, el sufrimiento, el deterioro, el morir, la muerte y la capacidad humana de asistir a quienes viven inmersos en ellas. Y entendemos de este modo la evangelización porque somos testigos del sinsentido y, por tanto, de la inutilidad -como poco- con que muchas personas viven dichas realidades. El evangelio es buena noticia a este respecto, porque su anuncio muestra y ofrece a Cristo, luz del mundo, iluminador y antídoto de las oscuridades humanas. San Pablo fue un testigo excepcional de este sentido del evangelio, que él vio con toda claridad encarnado en el Señor Jesús.
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A.Al comienzo de su carta a los Romanos dice: No me avergüenzo del Evangelio, pues una fuerza de Dios ordenada a la salud para todo el que cree (1, 16). Leyendo sus cartas, así como el relato de sus andanzas apostólicas en el libro de los Hechos, es fácil percatarse de los motivos que podía tener para avergonzarse: por un lado, su condición de enfermo, probablemente epiléptico, la cual apenas es tenida en cuenta por los biblistas y, sin embargo, explica muchos de sus razonamientos y expresiones, y confiere a sus convicciones una entereza probada y templada en la vivencia cotidiana de la enfermedad. Así lo muestran, entre otros textos, estos dos:
Me han metido una espina en la carne, un emisario de Satanás, para que me abofetee y no tenga soberbia. Tres veces le he pedido al Señor verme libre de él, pero me contestó: Te basta con mi gracia, la fuerza se realiza en la debilidad (infirmitate). Por eso, presumiré de mis debilidades (infirmitatibus), porque así residirá en mí la fuerza de Cristo … pues cuando soy débil (cum infirmor: cuando enfermo) entonces soy fuerte (2 Cor 12, 7-10). Bien sabéis que una enfermedad me dio ocasión para evangelizaros por primera vez; y no obstante la prueba que suponía para vosotros mi cuerpo, no me despreciasteis ni me hicisteis ningún desaire; al contrario, me recibisteis como a un mensajero de Dios, como a Jesucristo en persona (Ga 4, 13s). -
B.El otro motivo para avergonzarse del evangelio radicaba en su contenido, que hacía muy problemática su proclamación en el ámbito tanto de la cultura judía como de la griega: el anuncio de la Salud definitiva, incluso más allá de la muerte, por obra de Jesús, el enfermo sanador y el sanador enfermado. Pero Pablo desde su experiencia de la enfermedad, vivida a la luz del Señor, escribe a los Corintios este pasaje rotundamente evangelizador y proclamador de la salud cristiana:
Dios tuvo a bien salvar a los que creen con esa locura (enfermedad mental) que predicamos; pues mientras los judíos buscan prodigios y los griegos sabiduría, nosotros predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos, locura para los griegos; en cambio para nosotros los creyentes -lo mismo judíos que griegos- un Cristo que es fuerza (sanadora) y sabiduría de Dios (1 Cor 1, 21ss). - C.Ante una medicina que realiza curaciones cada vez más prodigiosas, la adhesión sin reservas y la entrega sacrificada que exige el mensaje cristiano son juzgadas aun hoy por no pocos de modo semejante a como lo fueron en tiempo de Pablo, y los evangelizadores del mundo sanitario sufrimos la tentación de acomodarnos a la sabiduría dominante, tentación que puede inducirnos a camuflar o mutilar el evangelio. Por eso Pablo es una figura bíblica eminente de la pastoral Sanitaria. Mas no sólo por eso.
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A.Al comienzo de su carta a los Romanos dice: No me avergüenzo del Evangelio, pues una fuerza de Dios ordenada a la salud para todo el que cree (1, 16). Leyendo sus cartas, así como el relato de sus andanzas apostólicas en el libro de los Hechos, es fácil percatarse de los motivos que podía tener para avergonzarse: por un lado, su condición de enfermo, probablemente epiléptico, la cual apenas es tenida en cuenta por los biblistas y, sin embargo, explica muchos de sus razonamientos y expresiones, y confiere a sus convicciones una entereza probada y templada en la vivencia cotidiana de la enfermedad. Así lo muestran, entre otros textos, estos dos:
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Pablo, el doliente consolador.
A lo largo de toda la Biblia aparecen numerosos testimonios de cómo el ser humano necesita una intensa y especial ayuda en la tribulación que acompaña a la enfermedad, a la cercanía de la muerte, o al sentimiento de pérdida que ésta comporta para los allegados de un difunto. Las expresiones contenidas en Job 19, 13-21, por ejemplo, describen con una gran fuerza expresiva el ánimo atormentado de un enfermo. Pues bien, la Biblia llama consuelo al movimiento de compasión y acercamiento al enfermo doliente, movimiento que incluye desde los sentimientos y actitudes interiores hasta los comportamientos concretos de ayuda.
- A.La mejor definición de la naturaleza y finalidad del consuelo es sin duda la dada por Is 40, 1: Consolad a mi pueblo … hablad al corazón de Jerusalén. Consolar consiste en saber hablar al corazón, es decir, al centro interior, a la intimidad del ser humano atribulado. Y, puesto que para el israelita atribulado el consolador era quien me presta ayuda, quien me alivia (Lam 1, 16), Dios se le aparecía como el gran consolador, el que siempre se compadecía de su pueblo y lo consolaba con la bondad del pastor, el amor del padre y la ternura de la madre (cf Is 49, 13; 51, 12; 52, 9; 54, 6; 66, 13; Sal 94, 19; 119, 76). Ante tal experiencia vivida a lo largo de su historia, Israel expresaría su esperanza en la espera de la consolación definitiva realizada por Dios, y la tradición judía llamará, por ello, al Mesías Menahen, Consolador.
- B.Los evangelios ofrecen abundantes testimonios de cómo los necesitados de ayuda y consuelo se dirigían suplicantes a Jesús, al cual el anciano Simeón había reconocido como aquel que venía a cumplir la esperanza de los que aguardaban la consolación de Israel (Lc 2, 25). En su persona, Dios consolador sale al encuentro de los hombres para anunciar que los afligidos serán consolados (Mt 5, 4), y que dicho anuncio va a ser inmediatamente cumplido: Venid a mí todos los que estáis rendidos y abrumados, que yo os aliviaré (Mt 11, 28). Esta efusión de consuelo no cesó al partir Jesús de este mundo pues, en su lugar, envió al Paráclito, al Espíritu consolador (Jn 14, 16.26).
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C.Pero fue Pablo, el doliente a causa de su enfermedad y de los avatares por los que hubo de pasar al servicio del evangelio, quien sentó las bases de una teología del consuelo, e impulsó la creación de un ministerio dedicado a prestar esta ayuda en las comunidades cristianas que fundó, ministerio que ejercían los profetas (cf 1 Cor 14, 31s). El texto clave y punto de partida de esa teología es, sin duda, 2 Cor 1, 3-7, donde muestra cómo el consuelo es la actitud de Dios, Padre, que es todo consuelo, que fluye a través de Jesucristo -el Siervo doliente y, a la vez, el Mesías consolador- de él al apóstol el cual, a su vez, lo comunica a los fieles para que lo ejerciten entre sí y en el seno de la comunidad que forman. He aquí el texto completo:
Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, y Dios que es todo consuelo; él nos consuela en todas nuestras tribulaciones para que nosotros podamos consolar a los demás en cualquier tribulación, con el mismo ánimo que recibimos de él; pues, si los sufrimientos de Cristo rebosan sobre nosotros, gracias a Cristo rebosa igualmente nuestro consuelo. Si pasamos dificultades es para vuestro aliento y vuestro bien; si cobramos aliento es para que vosotros también tengáis ese aliento que se traduce en soportar los mismos sufrimientos que padecemos nosotros. Nos dais motivos fundados de esperanza, pues sabemos que, si sois compañeros en el sufrir, también lo sois en el consuelo (otros textos de Pablo sobre el consuelo son 2 Cor 7, 3.6.13; Flp 2, 1; 1 Tes 3, 7 y 4, 18).
En Pablo, el evangelizador de la Salud desde la vivencia de su propia enfermedad, y el doliente consolado y, por ello, consolador tenemos más que esbozada la reflexión teológica y el ejercicio de la misericordia en los que ha consistido la Pastoral Sanitaria desde los orígenes de la Iglesia.