El luminoso ejemplo de los santos, beatos y siervos; despierta en nosotros el gran deseo de ser como ellos, felices de vivir en la gran familia de los amigos de Dios. Ser santo significa vivir en la cercanía de Dios y esta es la vocación de todos nosotros, confirmada con vigor por el Concilio Vaticano II.
Pero, ¿cómo podemos convertirnos en santos amigos de Dios? A esta pregunta se puede responder: para ser santos no es necesario realizar acciones u obras extraordinarias, ni poseer carismas excepcionales; más bien, es necesario ante todo escuchar a Jesús, amarle y seguirle haciendo su voluntad, sin desalentarse ante las dificultades.
La experiencia de la Iglesia demuestra que toda forma de santidad, si bien sigue caminos diferentes, siempre pasa por el camino de la cruz, el camino de la renuncia a sí mismo. La vida de los santos, beatos y siervos describen a hombres y mujeres que, siendo dóciles a los designios divinos, afrontaron en ocasiones pruebas indescriptibles como: amenazas, persecuciones, martirios, entre otros.
El testimonio de estos grandes misioneros, es para nosotros un ejemplo a seguir, y a experimentar la alegría de quien confía en Dios. Pues la única causa de tristeza y de infelicidad para el hombre se debe al hecho de vivir lejos de Él.
”Ser Santo, es hacer la voluntad de Dios” (San Vicente de Paúl)