El peridico salvadoreño "La Prensa Grafica" conocido tambien por sus siglas LPG, realizó una entrevista en Roma a Mons.Vincenzo Paglia, postulador de la causa de beatificación de Monseñor Romero , el cual converso sobresobre los obstáculos que el proceso enfrentó desde 1997, cuando la Arquidiócesis de San Salvador lo propuso a la Santa Sede.
Además, comentanque Mons. Pagliavisitará El Salvador está semanapara hablar con el sobre la ceremonia de beatificación que presidirá el Cardenal Angelo Amato.
Les presentamos las Fotografias y el textointrego, de la primera entrega de este material,Publicados por dicho peridico este día Lunes 9 de marzo del 2015.
“Una de las primeras iniciativas fue un encuentro con el papa Juan Pablo II el 22 o 23 de marzo de 1997. Hablamos largo y tendido y al final Juan Pablo II dice: ‘Romero es nuestro, es de la Iglesia’”. Mons. Vincenzo Paglia, postulador de la causa de Mons. Oscar Arnulfo Romero.
Roma. Monseñor Vincenzo Paglia vive en un apartamento en el palacio de San Calixto, en la ribera occidental del Tíber, en Roma. San Calixto es un complejo urbano que alberga las oficinas del Pontificio Consejo de la Familia, presidido por este arzobispo desde que el 26 de junio de 2012 el entonces papa Benedicto XVI lo nombró en el cargo. Es domingo, 22 de febrero de 2015, y monseñor Paglia se dispone a conceder la primera entrevista individual a un periodista desde que el 3 de febrero de este año el papa Francisco ratificó el decreto que reconoce el martirio del arzobispo salvadoreño Monseñor Óscar Arnulfo Romero y Galdámez, asesinado por un francotirador el 24 de marzo de 1980. Los asesinos, reconoce ahora el Vaticano, acabaron con la vida del prelado por “odio a la fe”. Paglia es el postulador de la causa por la beatificación de Romero; su principal abogado.
La huella del mártir salvadoreño en el apartamento de Paglia aparece en el primer vestíbulo, al que se llega tras ascender cuatro pisos en un minúsculo elevador. Hay, ahí, un afiche enmarcado.
En la siguiente puerta, que da a un salón de visitas, también está Romero, esta vez en un calendario con fotos que dan cuenta de la vida del mártir: Monseñor en los altos de la Basílica de San Pedro viendo la plaza que también lleva el nombre del primer papa de la Iglesia católica; Monseñor junto a un grupo de campesinos en los días en que era obispo de la diócesis de Santiago de María a mediados de los setenta; Monseñor frente a un micrófono…
También hay, en un afiche que está en la mesa, una oración:
“¡Oh!, Jesús, Pastor Eterno/ tú hiciste de Monseñor Óscar Romero/ un ejemplo vivo de fe y de caridad,/ y le concediste la gracia de morir al pie del altar/ en un acto supremo de amor a ti/ Concédenos, si es tu voluntad,/ la gracia de su beatificación…” Es la oración para pedir por la beatificación del sacerdote salvadoreño, así publicada por la Fundación Romero y que descansa sobre la mesa de cristal y madera en el apartamento romano de Paglia.
Algo de Monseñor Romero también está cerca del pecho de Vincenzo Paglia: el obispo-postulador suele llevar consigo, alrededor del cuello, una larga cadenilla que sostiene un crucifijo verde y dorado que el arzobispo de San Salvador solía usar. “Me lo dio (Ricardo) Urioste –vicario general durante el arzobispado de Romero, quien asumió la arquidiócesis cuando lo asesinaron y uno de los principales promotores de la beatificación– cuando me nombraron postulador”.
Monseñor Paglia es el postulador de la causa de Romero desde 1996, cuando el entonces arzobispo de San Salvador, Fernando Sáenz Lacalle, lo nombró como tal. “Me convertí en postulador casi por casualidad”, cuenta Paglia, quien no conoció personalmente a Romero, pero siguió su trabajo y martirio desde que el arzobispo fue asesinado.
El camino hasta el nombramiento de Romero como mártir y la consecuente beatificación fue, en muchos tramos, escabroso, retador y estuvo marcado por la oposición de miembros de la curia romana, latinoamericana y salvadoreña a la figura, el pensamiento, el mensaje y el martirio mismo del arzobispo. Muchas veces, asegura monseñor Paglia, él pensó que era una causa imposible. En los momentos más difíciles, dice, se aferró a su fe y al crucifijo de Romero.
Paglia cuenta que siempre estuvo convencido de que el martirio de Romero había sido provocado por “odio a la fe” de quienes lo mataron y no por “virtudes heroicas”, otra de las causales de martirio que contempla el derecho canónico. “Quienes lo mataron despreciaban lo sagrado”, dice. Probar que fue ese desprecio, que el odio fue el motivo del asesinato, y por tanto del martirio, requirió de una profunda revisión histórica de todos los escritos –cartas, diarios, editoriales– homilías, grabaciones e intervenciones públicas de Romero. Paglia fue, entre otras cosas, el coordinador de ese trabajo, gran parte del cual consta ahora en el “Positio”, que es el documento final presentado a las autoridades vaticanas en el proceso de beatificación.
Pero fue acaso sortear la fuerza de esa oposición “constante” la principal labor de Paglia, quien ha hablado con tres papas –Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco– del legado del sacerdote salvadoreño nacido en Ciudad Barrios, en San Miguel, el 15 de agosto de 1917, nombrado obispo de Santiago de María el 15 de octubre de 1974 y arzobispo de San Salvador el 22 de febrero de 1977, y asesinado el 24 de 1980 por hombres que “despreciaban lo sagrado”.
Desde su sala en el palacio San Calixto, con el crucifijo de Romero sobre su traje gris oscuro, Vincenzo Paglia recorre sus luchas por la beatificación del mártir salvadoreño, la misión que lo ha marcado desde hace casi dos décadas.
Es el 22 de febrero de 2015 y han pasado 38 años desde que Óscar Arnulfo Romero fue nombrado arzobispo de San Salvador por el papa Pablo VI, 17 años desde que Paglia asumió el rol de postulador y 18 días desde que el Vaticano, bajo las riendas del argentino Jorge Mario Bergoglio, el papa Francisco, terminó con las pretensiones de esos a quien el presidente del Pontificio Consejo para la Familia llama “los opositores” al nombrar mártir a Romero.
¿Qué hace el postulador de la causa?
El postulador de la causa es el responsable frente a la Congregación para las Causas de los Santos de todo el dossier relativo a la promoción, sostenimiento y preparación de toda la documentación para la beatificación de Monseñor Romero.
Esto inicia desde el momento en que la causa de la diócesis de procedencia viene hasta la Santa Sede. En esa oportunidad yo fui elegido como postulador porque normalmente el postulador debe residir en Roma y, en este caso, cuando el oficial de la Congregación preguntó “quién es el postulador”, el padre Jesús Delgado, que había venido a Roma, no podía serlo porque no vivía aquí. Inmediatamente llamamos a monseñor (Fernando Sáenz) Lacalle (entonces arzobispo de San Salvador), que me dijo: “Hágalo usted”. Así me convertí en postulador, casi por casualidad.
¿Cuál había sido hasta entonces su relación con la obra y figura de Monseñor Romero?
Sí, esto era el 20 de noviembre de 1996. Yo no conocí personalmente a Monseñor Romero, pero quedé muy impresionado por el asesinato del arzobispo, que ocurrió en el momento más alto en la vida de un cristiano, es decir, durante la celebración de la Santa Misa. En la historia pasada me recuerdo solo de otros dos ejemplos, el primero es San Estanislao, en Cracovia, en el inicio del segundo milenio; y después, Tomás Becket, en la mitad del segundo milenio. El asesinato de Romero suscitó mucha impresión.
Con la comunidad de San Egidio decidimos celebrar cada 24 de marzo, desde 1982 hasta el día de hoy, una misa por Monseñor Romero porque queríamos que en el corazón de la cristiandad el testimonio de este obispo estuviese vivo.
Recuerdo que solicitamos en 1982 que un sacerdote de San Salvador viniese a celebrar esta memoria. Yo mismo y otros empezamos a estudiar la obra del obispo, y es por eso que, a pesar de no haberlo conocido personalmente, él ha estado presente continuamente en nuestro pensamiento y en la forma de vivir el Evangelio en la sociedad contemporánea.
Un pequeño ejemplo en la comunidad de San Egidio es el siguiente: Por la admiración a este obispo, la comunidad decidió estar presente por primera vez fuera de Italia en San Salvador. Fue la primera misión; la primera salida de San Egidio se debe a Monseñor Romero.
La sede central de la comunidad San Egidio en Roma está cerca del Palacio San Calixto, un edificio remozado que alguna vez sirvió como claustro de un convento, en la vecindad de la Plaza Santa María Trastevere y de la iglesia del mismo nombre. Monseñor Paglia fue párroco de 1981 a 2000 en esa iglesia, parte de cuyo cuido está a cargo de San Egidio.
Los patios interiores del antiguo convento tienen ese aire que se puede respirar en una de esas casonas de pueblo en El Salvador, ese aire a remanso verde, fresco, iluminado. Adornado por arbustos floridos, parras de uva y palmeras de banano, este patio ha visto sentarse en sus bancos de piedra a personajes importantes de la política internacional, algunos venidos de muy lejos.
En este patio estuvo, hace tres semanas, la canciller alemana Angela Merkel, quien pidió descansar en San Egidio tras reunirse en Roma con colegas europeos para tratar de hallar una solución al conflicto entre Ucrania y Rusia. Años antes también rondaron por esos patios representantes del Unión Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG) y del gobierno de Álvaro Arzú para participar en rondas de diálogo que culminaron con la firma de la paz en Guatemala en 1996, cuenta Giovanni Impagliazzo, miembro de la comunidad.
San Egidio ha sido fundamental en el proceso de beatificación de Romero, según Paglia y diplomáticos salvadoreños consultados en Roma. La devoción por el arzobispo asesinado inició, recuerda Impagliazzo, en 1981. “Monseñor predicaba la idea de la iglesia de los pobres, que es una idea muy cercana a nuestra comunidad, que la iglesia debe estar ahí donde hay guerras y donde hay pobreza”, dice.
Una pregunta había surgido en Roma tras la muerte de Romero, en lugares como el antiguo convento de San Egidio: “¿Qué tipo de violencia lleva hasta el asesinato de un arzobispo?”. La búsqueda de respuestas movió a esta comunidad, formada hoy por 70,000 católicos según Impagliazzo, a viajar a El Salvador para saber más del mártir. Desde 1981, además, instauraron una misa anual en Santa María Trastevere en honor de Romero que ha sido presidida desde entonces por un sacerdote salvadoreño.
Paglia, párroco de Santa María Trastevere en aquellos años, también empezó a viajar a El Salvador. La primera vez fue en 1984.
¿Qué recuerda de aquel primer viaje?
La emoción de cuando llegué al aeropuerto de uno de los países más pequeños del mundo, pero con un testimonio tan grande. Dos cosas me golpearon, me sorprendieron.
Primero, la visita al hospitalito (de la Divina Providencia, en cuya capilla fue asesinado Monseñor Romero) y a las habitaciones donde vivía el arzobispo, y el altar en el cual fue asesinado.
La segunda cosa que me golpeó fue la visita a la tumba de Romero, que estaba en la Catedral, en el primer nivel. Una tumba muy sencilla. Y me golpeó, me impresionó, el número de campesinos que rodeaban esta tumba y hablaban con él, como si estuviese vivo.
Por tanto, cuando el arzobispo (Sáenz Lacalle) me encargó como postulador, lo sentí como un gran regalo y una gran responsabilidad. Conocía las dificultades pero no hasta el punto en que se mostrarían luego.
¿Cuándo empezaron las dificultades?
Uno de las primeras iniciativas fue un encuentro con el papa Juan Pablo II el 22 o 23 de marzo de 1997. Yo sabía que había habido incomprensión. Hablamos largo y tendido y al final Juan Pablo II dice: “Romero es nuestro, es de la Iglesia”.
Sabíamos bien, y me había dado cuenta muy bien, que la izquierda estaba utilizando a Romero como su bandera. En ese momento yo sentí el apoyo del papa Juan Pablo II; sin embargo, pudimos superar algunas pequeñas dificultades para que la causa fuera aceptada por la Congregación para la Causa de los Santos y yo estaba muy feliz.
Pasaron pocos meses y algunos cardenales bloquearon la causa enviándola a la Congregación de la Doctrina de la Fe con la acusación de que Romero tenía errores teológicos y que por eso era indispensable retomar el examen de toda la documentación, lo cual provocó el primer retraso largo. Se le solicitó al Nuncio (representante del Vaticano ante El Salvador) que recogiera todas la homilías, los escritos… Y el examen de todo el material fue confiado a tres personalidades. Pasaron muchos años…
¿Quiénes eran esas tres personalidades?
Es un secreto.
¿Qué motivó a estos cardenales a pedir eso? ¿Cómo explicaban ellos su postura de que Romero había incurrido en desviaciones teológicas?
Era 1997 y la situación sociopolítica y teológica de El Salvador y de América Latina era delicada.
En los años de Romero, El Salvador era un pequeño país, pero muy vigilado por Estados Unidos. Los problemas que había en América Latina entre izquierdas y derechas, estas tensiones, repercutieron también en el ámbito de la Iglesia en toda América Latina y también aquí en Roma. Un clima polarizado en el interior que veía también a obispos divididos entre ellos, que veía conflictos a veces armados, con el tema muy delicado de la teología de la liberación… Todo esto, prolongado en el tiempo más allá de la guerra civil en El Salvador, hacía que la causa fuera una pequeña barca en medio de una terrible tempestad.
A Roma llegaban cartas contra Romero. Era evidente una división en el interior de la Iglesia. Algunos consideraban que Romero seguía dividiendo. Y obviamente, personalidades de América Latina o responsables aquí en Roma eran muy sensibles a estas acusaciones. Es por eso que me encontré con dificultades inesperadas, con objeciones muy ásperas, hasta con exhortaciones a dejar el tema. Todo parecía decirme: es imposible.
Cuando la oposición a la causa de beatificación de Monseñor Romero la envió a la Congregación para la Defensa de la Doctrina de la Fe, que entonces presidía el cardenal alemán Joseph Ratzinger –a la postre el papa Benedicto XVI–, inició el estudio exhaustivo del pensamiento que el prelado salvadoreño había expresado en sus escritos y homilías.
Toda la investigación histórica y teológica fue coordinada por monseñor Paglia, quien para realizarla contó con un importante apoyo de la comunidad San Egidio.
“Estábamos ante la necesidad de entender la figura de Monseñor en toda su dimensión. La dimensión de un hombre sencillo, frágil, lleno de fe, pero también la de un pastor fuerte que se opuso a la oligarquía y habló por los más débiles”, recuerda Giovanni Impagliazzo de San Egidio.
La comunidad participó también en la investigación histórica a lo largo del proceso. De hecho, San Egidio también figura en los documentos de la causa como parte postuladora. “Trabajamos con monseñor Paglia para establecer las causas del martirio. Hubo, por ejemplo, un trabajo preciso y puntual con historiadores, teólogos y otros investigadores”, expresa el miembro comunitario.
Dice Impagliazzo que una de las primeras cosas que hicieron fue ir hasta el hospitalito de la Divina Providencia a buscar los papeles personales de Monseñor Romero. Ahí encontraron documentos relacionados al Concilio Vaticano II, el cónclave en el que la jerarquía eclesial potenció la doctrina social de la Iglesia católica y fichas personales del prelado.
Uno de los investigadores más importantes para la causa de Romero ha sido Roberto Morozzo della Rocca, un historiador que se alimentó de todos esos insumos sobre el arzobispo para escribir “Primero Dios, Vida de Monseñor Romero”, el compendio biográfico oficial que consta en el “Positio” presentado por el postulador a las autoridades vaticanas.
A lo largo de las 498 páginas de su biografía, Morozzo della Rocca recorre, una a una, las etapas históricas de Óscar Arnulfo Romero, desde que era un novicio en Roma hasta que fue el arzobispo que se convirtió en “la voz más libre, más autorizada, más universal que podía ofrecer el pequeño país. Decir ‘El Salvador’ pasó a significar decir ‘Monseñor Romero’”, según escribe el historiador.
A lo largo de todo el libro, Morozzo della Rocca defiende que fueron las enseñanzas de la Iglesia las que prevalecieron en los debates internos de Monseñor Romero, así como en sus posturas públicas respecto al papel de la Iglesia en la sociedad, las discusiones internas del clero, o su posición frente a la teología de la liberación.
En ese último punto, el historiador recoge la postura de Romero que Paglia repetirá en esta entrevista: “Cuando le preguntan sobre la teología de la liberación, él responde que es de la teología de la liberación de Pablo VI”. Esa versión la entendía Romero, dice Morozzo della Rocca, como la idea de que la salvación integral del hombre no puede excluir la intervención divina.
Monseñor Romero es descrito en esta biografía como un pastor fiel a las enseñanzas del Vaticano y los papas, y también como el articulador de una apasionada condena a la injusticia en la Tierra. “¿Cuál patria? –se preguntaba Romero en 1962 cuando era sacerdote en San Miguel– ¿La que sirven nuestros gobiernos no para mejorarla sino para enriquecerse? ¿La de las riquezas pésimamente distribuidas en que una brutal desigualdad social hace sentirse arrimados y extraños a la inmensa mayoría de los nacidos en su propio suelo?”
La investigación biográfica también pasa por la pregunta sobre la dimensión política de las enseñanzas de Romero. De nuevo, el argumento del postulador es que el pensamiento y enseñanzas del arzobispo estuvieron siempre enmarcadas en las enseñanzas de la Iglesia, y que fue, de hecho, el odio a esa Iglesia el que movió a los asesinos.
En un pasaje de su libro, cuando habla de los días previos al primer viaje del padre Romero a San Salvador al ser nombrado obispo auxiliar, Morozzo della Rocca cita una frase que el salvadoreño utilizó para referirse a su concepción sobre la relación entre el Estado y la Iglesia: “Si alguna vez las leyes del Estado atropellan a la ley divina, la Iglesia condenaría esa ley”.
Trece años después, un día antes de que lo mataran, Óscar Arnulfo Romero volvería a hacer una referencia, más directa esta vez, al Estado, a sus agentes: “En nombre de Dios y de este sufrido pueblo cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: ¡Cese la represión!”, clamó el arzobispo en su homilía de ese domingo en Catedral Metropolitana.
Contrario a lo que se cree, no fue esa invocación la última frase de aquella homilía. La frase final es una referencia a esa dimensión de apego a la enseñanza católica que está a la base del proceso postulador: “La Iglesia predica su liberación tal como la hemos estudiado hoy en la Sagrada Biblia, una liberación que tiene, por encima de todo, el respeto a la dignidad de la persona, la salvación del bien común del pueblo y la trascendencia que mira ante todo a Dios y solo de Dios deriva su esperanza y su fuerza”.
Tras revisar todas las homilías de Romero, el Vaticano no encontró errores teológicos, pero los obstáculos no terminarían entonces. Vincenzo Paglia, el postulador, tampoco cedería.
¿Por qué continuó?
Talvez cuando me entregaron esta cruz (la levanta hacia su rostro), que era la cruz pectoral de Romero… Fue quizá lo que me protegió y me empujó a seguir con la causa.
¿Cuándo se la dieron?
Me la entregaron cuando me nombraron postulador, monseñor Urioste.
¿Cuánto duró el examen teológico?
Cinco o seis años. Después de algunos años terminaron los exámenes y no se encontró ningún error teológico. Los opositores, entonces, dijeron que había errores sociales.
De nuevo, se confió el examen de los escritos y después de dos o tres años resultó que no había ningún error.
¿El procedimiento era el mismo? ¿Este segundo examen lo hicieron otras personalidades?
Otras personalidades. El proceso de beatificación es un proceso a todos los efectos. El postulador defiende su causa. Y de acuerdo con la arquidiócesis Romero es mártir, es decir, fue asesinado por odio a la fe.
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