UNA IGLESIA EN MISIÓN PERMANENTE

UNA IGLESIA EN MISION PERMANENTE

Exhortación Pastoral

Muy queridos hermanos y hermanas:

Cada año contemplamos el rostro de Jesucristo en el misterio de su transfiguración. El Divino Salvador, que da nombre a nuestra querida nación, es el Hijo de Dios hecho hombre, el siervo sufriente que murió por nosotros en la cruz y que resucitó para nuestra salvación. A la luz de este misterio tan entrañable contemplamos también a la comunidad salvadoreña, sintiéndonos solidarios con sus angustias y esperanzas, con sus tristezas y alegrías.

En el marco de las fiestas agostinas del presente año, los obispos de El Salvador les saludamos en el nombre del Señor Jesús: que su paz y su amor reinen en el corazón de cada uno y de cada una de ustedes.

En esta solemne ocasión deseamos unirnos a toda la Iglesia que vive y celebra su fe en los distintos países de América Latina y el Caribe, porque el domingo 17 del mes en curso se inaugurará la Misión Continental, según el compromiso asumido por el episcopado latinoamericano en Aparecida, Brasil.

En ese insigne santuario mariano los pastores del continente reunidos en Conferencia General, expresaron así su esperanza:

Será un nuevo Pentecostés que nos impulse a ir, de manera especial, en búsqueda de los católicos alejados y de los que poco o nada conocen a Jesucristo, para que formemos con alegría la comunidad de amor de nuestro Padre Dios. Misión que debe llegar a todos, ser permanente y profunda (Mensaje Final, 5).

1. “He venido para que tengan vida”

Como sabemos, la Quinta Conferencia General del episcopado latinoamericano y caribeño examinó el tema: Discípulos y misioneros de Jesucristo para que nuestros pueblos, en él, tengan vida.

Con un corazón rebosante de gratitud escuchamos una vez más las palabras de Jesús: He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia (Jn 10, 10). La Iglesia está llamada no sólo a anunciar a Cristo y su Evangelio, sino también a trabajar para que el Reino de Dios se haga presente en la historia concreta de la patria, de los distintos ambientes, de la familia y de cada persona.

El Documento de Aparecida toma como hilo conductor esta promesa de Jesús. Lo hace examinando cómo está la vida de nuestros pueblos (primera parte), para luego reflexionar sobre la vida de Cristo en nosotros (segunda parte) y ofrecer al final luminosas orientaciones para que nuestros pueblos, en él, tengan vida (tercera parte).

Con gozo reconocemos que haber encontrado al Señor es lo mejor que nos ha sucedido en nuestra vida y por eso sentimos el impulso de compartir esta experiencia con todos nuestros hermanos, pero de manera especial con quienes, por razones que sólo Dios conoce plenamente, han abandonado la Iglesia o se encuentran lejos de ella.

Esto se debe, en muchos casos, a que no todos los bautizados han tenido la experiencia de un encuentro personal con Jesucristo porque no han sido plenamente evangelizados. Otra de las causas es, sin duda, la falta de testimonio de parte de muchos de los que nos llamamos discípulos del Señor. Sabemos bien que quien ha encontrado a Cristo no puede guardar sólo para sí ese tesoro, ya que él es la perla preciosa. En él debemos fijar nuestra mirada, a él hay que conocer, amar e imitar, para vivir con él la vida trinitaria y transformar con él la historia hasta su perfeccionamiento en la Jerusalén celeste (NMI, 29).

Por su parte, el Papa Benedicto XVI nos recuerda que

no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (Deus Caritas est, 1).

2. “Tengo compasión de la gente”

La bella imagen de un pueblo congregado en torno a Jesucristo, después de haberle acompañado en la procesión de La Bajada, expresa en forma elocuente lo que queremos ser: discípulos del Señor, atentos a la voz del Padre que resonó en la cumbre del Tabor: Este es mi Hijo, el amado; este es mi elegido, escúchenlo (Mt 17, 5).

Nos viene también a la mente otra imagen del Evangelio: la de Jesús que, al ver a la multitud hambrienta de su palabra, sintió compasión de ellos porque estaban como ovejas sin pastor (Mc 6, 34). Acto seguido, nuestro Señor se puso a enseñarles largamente (Ibid.) los misterios del Reino que él ha venido a anunciar y a hacer presente.

A los discípulos que se le acercan preocupados porque se ha hecho tarde y le piden que despida a la gente, nuestro Señor les responde: Denles ustedes de comer (Mc 6, 37). En esa actitud de Jesús está resumida su misión: él ha venido para que tengamos vida en abundancia, y esto incluye tanto el anuncio del evangelio como la promoción humana integral.

De esta manera, Cristo nos ha enseñado la actitud con la que debemos contemplar a las multitudes que caminan como ovejas sin pastor: la compasión. El siervo de Dios Juan Pablo II comenta bellamente estas palabras del Señor:

En este caso hay que recurrir a esa nueva fantasía de la caridad que ha de promover no tanto y no sólo la eficacia de la ayuda prestada, sino la capacidad de hacerse cercano a quien está necesitado, de modo que los pobres se sientan en cada comunidad cristiana como en su propia casa (Pastores Gregis, 73).

Con esa actitud deseamos acercarnos a las innumerables familias que padecen distintos tipos de carencia, tanto material como espiritual. Son realidades que contradicen el plan del Padre para la comunidad salvadoreña porque están marcadas por el dolor, el sufrimiento y la marginación.

Son rostros concretos que reflejan la angustia porque se hace cada vez más difícil conseguir el pan de cada día, la zozobra por el incremento constante del costo de la canasta básica, el drama del desempleo y subempleo, y la amenaza permanente de las distintas formas de violencia.

El Santo Padre lo señaló en Aparecida como un desafío colosal que debemos asumir en América Latina y el Caribe a fin de que el continente de la esperanza sea también el continente del amor (Discurso inaugural, 4).

3. Discípulos y misioneros de Jesucristo

Pero es en estas situaciones dramáticas donde emerge con fuerza la riqueza más grande que anida en el corazón del pueblo salvadoreño: su fe profunda en Jesucristo, el Divino Salvador del Mundo. Una fe que la mayoría de nuestros compatriotas bebió de las fuentes puras de la Iglesia Católica, donde encontró el don de la palabra de Dios y el don de la Eucaristía, en una atmósfera en la que se experimenta la ternura de la Virgen María, Madre del Salvador. Una fe que se expresa en las distintas formas de la piedad popular.

El Documento de Aparecida afirma el aprecio profundo de los pastores hacia esta forma de expresión de la fe cristiana en la cual aparece el alma de los pueblos latinoamericanos (Discurso inaugural, 1); es nuestro deber como guías del pueblo de Dios, promoverla, protegerla y, cuando sea necesario, evangelizarla o purificarla para que conduzca a los fieles al encuentro personal con Jesucristo (cf. Documento de Aparecida, 258-265).

Para cultivar esa fe queremos impulsar en todas las parroquias, asociaciones, movimientos apostólicos, centros de educación católica y, en primer lugar en las familias, un proceso de formación que tenga como punto de partida el encuentro personal con Jesucristo. De esta manera llegaremos a ser verdaderos discípulos del Señor.

Una de las grandes contribuciones de la Quinta Conferencia fue precisamente señalar que el encuentro con Jesucristo desencadena un proceso que lleva a la conversión, al discipulado, a la comunión y a la misión (cf. DA 278). A lo largo del documento vamos aprendiendo que, según la enseñanza del Vicario de Cristo, todo auténtico cristiano debe ser discípulo y misionero. En efecto,

discipulado y misión son como las dos caras de una misma medalla: cuando el discípulo está enamorado de Cristo, no puede dejar de anunciar al mundo que sólo él nos salva (Discurso inaugural, 3).

En la misma línea se expresan los obispos latinoamericanos en el Mensaje Final:

La primera invitación que Jesús hace a toda persona que ha vivido el encuentro con él, es la de ser su discípulo, para poner sus pasos en sus huellas y formar parte de su comunidad. ¡Nuestra mayor alegría es ser discípulos suyos! El nos llama a cada uno por nuestro nombre, conociendo a fondo nuestra historia (cf. Jn 10, 3), para convivir con él y enviarnos a continuar su misión (cf. Mc 3, 14-15) (Mensaje, 2).

Por eso, la formación de discípulos seguirá siendo, una de nuestras prioridades. Aparecida enumera algunos criterios que asumiremos con decisión y entusiasmo (cf. DA 279-285). Es un proceso permanente que nos exige asumir con humildad el reto que los obispos latinoamericanos designan como la conversión pastoral de la Iglesia. Esta implicaescuchar con atención y discernir ‘lo que el Espíritu está diciendo a las Iglesias’ (Ap 2, 29) a través de los signos de los tiempos en los que Dios se manifiesta (DA, 366).

El fruto precioso de tal proceso será una Iglesia que se hace discípula y forma discípulos dispuestos a cumplir con responsabilidad y audacia la tarea misionera. Evidentemente, no podemos ser discípulos misioneros si no aprendemos a escuchar al Maestro y si no cultivamos la amistad con él mediante la oración:

En un mundo sediento de espiritualidad y conscientes de la centralidad que ocupa la relación con el Señor en nuestra vida de discípulos, queremos ser una Iglesia que aprende a orar y enseña a orar. Una oración que nace de la vida y el corazón y es punto de partida de celebraciones vivas y participativas que animan y alimentan la fe (Mensaje, 3).

4. Una Iglesia en estado de misión

El documento conclusivo de la Quinta Conferencia, recordando el mandato del Señor de ir y hacer discípulos de todos los pueblos (Mt 28, 20), desea despertar un gran impulso misionero en nuestras naciones. Tal como lo propone el CELAM en un sugestivo documento sobre la Misión Continental, para conseguirlo, con la ayuda de Dios, estamos llamados a:

• “aprovechar intensamente esta hora de gracia;

• implorar y vivir un nuevo Pentecostés en todas las comunidades cristianas;

• despertar la vocación y la acción misionera de los bautizados, y alentar todas las vocaciones y ministerios que el Espíritu da a los discípulos de Jesucristo en la comunión viva de la Iglesia;

• salir al encuentro de las personas, las familias, las comunidades y los pueblos para comunicarles y compartir el don del encuentro con Cristo, que ha llenado nuestras vidas de sentido, de verdad y amor, de alegría y de esperanza.

El Espíritu Santo nos precede en este camino misionero. Por eso confiamos que este testimonio de Buena Nueva constituya, a la vez, un impulso de renovación eclesial y de transformación de la sociedad” (La Misión Continental para una Iglesia misionera, pp. 9-10).

No se trata de algo nuevo, puesto que la misión es parte constitutiva de la identidad de la Iglesia, llamada por el Señor a evangelizar a todos los pueblos: Su razón de ser es actuar como fermento y como alma de la sociedad, que debe renovarse en Cristo y transformarse en familia de Dios (Gaudium et Spes, 40).

Por eso, la misión que se realice como fruto del Encuentro de Aparecida, debe, ante todo, animar la vocación misionera de los cristianos, fortaleciendo las raíces de su fe y despertando su responsabilidad para que todas las comunidades cristianas se pongan en estado de misión permanente.

Así, la misión nos llevará a vivir el encuentro con Jesús como un dinamismo de conversión personal, pastoral y eclesial capaz de impulsar hacia la santidad y el apostolado a los bautizados, y de atraer a quienes están alejados del influjo del evangelio y a quienes aún no han experimentado el don de la fe.

Esta experiencia misionera abre un nuevo horizonte para la Iglesia de todo el continente, que quiere recomenzar desde Cristo, recorriendo junto a él un camino de maduración que nos capacite para ir al encuentro de toda persona, hablando el lenguaje cercano del testimonio, de la fraternidad, de la solidaridad.

Sí, lo sabemos bien, la fe actúa por medio del amor. La Eucaristía, sacramento de comunión, nos lleva a la solidaridad. Este fue el deseo ferviente expresado por el Vicario de Cristo al inaugurar los trabajos de la Quinta Conferencia:

¡Sólo de la Eucaristía brotará la civilización del amor que transformará Latinoamérica y el Caribe para que además de ser el Continente de la esperanza, sea también el Continente del amor! (Discurso Inaugural, 4).

5. Algunas orientaciones pastorales

La Iglesia en El Salvador, junto con las Iglesias hermanas en todo el continente se declara este día en estado permanente de misión. Hemos querido aprovechar la fecha tan especial de la fiesta titular de la República para lanzar oficialmente la Misión Continental en nuestro país. Será un tiempo de gracia, un camino de renovación, de conversión personal, social y pastoral. De esta manera podremos responder adecuadamente a los grandes desafíos de nuestra época.

Para ello, delante de la bendita imagen del Divino Salvador del Mundo, renovamos nuestra profesión de fe, como lo hicieron los obispos reunidos en Aparecida:

Somos amados y redimidos en Jesús, Hijo de Dios, el Resucitado vivo en medio de nosotros; por él podemos ser libres del pecado, de toda esclavitud, y vivir en justicia y fraternidad. ¡Jesús es el camino que nos permite descubrir la verdad y lograr la plena realización de nuestra vida! (Mensaje, 1).

La misión que hoy anunciamos se realizará en cada una de las diócesis de acuerdo a los respectivos planes pastorales, en sintonía con las Iglesias particulares del continente y con momentos celebrativos vividos en común a nivel latinoamericano. El objetivo es llegar a ser una Iglesia que vive en misión permanente.

Conocemos los diversos esfuerzos que se están realizando en parroquias, asociaciones, movimientos apostólicos, comunidades de vida consagrada y otros grupos cristianos. Es algo que vemos con gran esperanza y que alentamos de corazón. Por nuestra parte, como pastores encargados de guiar al pueblo católico en la tierra del Divino Salvador, ofrecemos las siguientes orientaciones pastorales, a fin de que el esfuerzo que se realiza con tanta generosidad, sea coronado con abundantes frutos que lleven a más y más salvadoreños al encuentro personal con Jesucristo y a la experiencia maravillosa de convertirse, a su vez, en sus discípulos y misioneros:

a) En primer lugar, debemos tener siempre presente la necesidad absoluta de pedir al dueño de la mies, no sólo que envíe más obreros sino que quienes estamos trabajando en su viña, lo hagamos en su nombre y con la fuerza de su Espíritu.

b) Nuestra palabra se dirige ante todo a los sacerdotes. De ustedes, queridos hermanos, depende en gran parte el buen éxito de la misión: de su entusiasmo, de su testimonio, de su entrega generosa para que el Documento Conclusivo de la Quinta Conferencia sea conocido y puesto en práctica. La propuesta de Aparecida sobre la renovación parroquial debe encontrar en ustedes una actitud de cálida acogida, dispuestos a responder al llamado insistente a una profunda conversión, no sólo personal sino también pastoral, con todo lo que ello implica (cf. DA, 365-372).

c) La parroquia renovada que soñamos no puede contentarse con una pastoral de conservación, sino que debe configurarse como una auténtica parroquia misionera. Se escucha con frecuencia el lamento de que no pocos hijos e hijas de la Iglesia han abandonado o están abandonando a la madre que les engendró a la fe. Esto nos obliga a un sincero examen de conciencia, para ver hasta dónde imitamos a Jesús, el buen pastor, que salió a buscar a la oveja que no estaba en el redil.

d) En el nivel diocesano, cada uno de los obispos está impulsando procesos evangelizadores según las líneas pastorales que orientan la acción de su respectiva Iglesia Particular. La misión no pretende sustituirlas sino potenciarlas.

e) Una Iglesia misionera no puede ser indiferente a los desafíos que nos presenta la realidad de El Salvador, tanto en el campo religioso como a nivel económico, político, social y cultural. Debemos mirar de frente problemas como el secularismo creciente, la migración de católicos a otros grupos religiosos, la inhumana pobreza que impide a tantas familias una vida digna, el fenómeno de tantos compatriotas que abandonan su casa y su patria, buscando mejores condiciones económicas, con las consecuencias dolorosas que a menudo ello conlleva en el seno familiar, como lo hemos señalado tantas veces. En estas realidades dolorosas hay una llamada del Señor a que seamos profetas de esperanza y a que comuniquemos la vida nueva del resucitado en el corazón de las personas y en los distintos ambientes del mundo.

6. Elementos centrales de la misión

Pero todo nuestro empeño será frágil si no damos una prioridad fundamental a la formación de verdaderos discípulos misioneros de Jesucristo. Una formación que tenga en cuenta los medios o instrumentos que nos propone el documento del CELAM antes citado (cf. pp. 18-23):

• Beber de la palabra, lugar de encuentro con Jesucristo

Para ello queremos dar un impulso particular a la pastoral bíblica, entendida como animación bíblica de la pastoral, que sea escuela de interpretación o conocimiento de la Palabra, de comunión con Jesús u oración con la Palabra, y de evangelización inculturada o de proclamación de la Palabra (DA, 248).

• Alimentarse de la Eucaristía

Debe darse especial relieve a la liturgia, sobre todo a los sacramentos de la iniciación cristiana (bautismo, confirmación y Eucaristía), signos que expresan y realizan la vocación de discípulos de Jesús a cuyo seguimiento somos llamados. Ahora más que nunca es necesario tomar plena conciencia de que la Eucaristía es el lugar privilegiado del encuentro del discípulo con Jesucristo y, a la vez, fuente inagotable de la vocación cristiana y del impulso misionero.

Construir la Iglesia como casa y escuela de comunión

El siervo de Dios Juan Pablo II afirmaba que el gran desafío del tercer milenio es la comunión. En efecto, un tercer espacio de encuentro con Jesucristo es la vida comunitaria: “Jesús está presente en medio de la comunidad viva en la fe y en el amor fraterno. Allí el cumple su promesa: ‘Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos’ (Mt 18,20)” (DA, 256). Formar comunidad implica adoptar la actitud de Jesús, asumir su destino pascual con todas sus exigencias, participar en su misión, estar en actitud de permanente conversión y mantener la alegría del discípulo misionero al servicio del Reino. Esta exigencia evangélica demandará la renovación de las estructuras pastorales, a fin de impulsar una nueva forma de ser Iglesia: más fraterna, expresión de comunión, más participativa y más misionera.

• Servir a la sociedad, en especial, a los pobres

Un cuarto medio de encuentro con Jesucristo y de acción misionera es el servicio a la sociedad para que nuestros pueblos tengan la vida de Cristo y, de un modo especial, el servicio a los pobres, enfermos y afligidos (cf. Mt 25, 37-40), que reclaman nuestro compromiso y nos dan testimonio de fe, paciencia en el sufrimiento y constante lucha para seguir viviendo. ¡Cuántas veces los pobres y los que sufren realmente nos evangelizan! En el reconocimiento de esta presencia y cercanía y en la defensa de los derechos de los excluidos, se juega la fidelidad de la Iglesia a Jesucristo (cf. NMI, 49). El encuentro con Jesucristo en los pobres es una dimensión constitutiva de nuestra fe en Jesucristo. De la contemplación de su rostro sufriente en ellos y del encuentro con él en los afligidos y marginados, cuya inmensa dignidad él mismo nos revela, surge nuestra opción por ellos. La misma adhesión a Jesucristo es la que nos hace amigos de los pobres y solidarios con su destino (DA, 257).

Concluimos nuestra exhortación pastoral haciendo nuestro el vehemente llamado de la Quinta Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y Caribeño, al terminar sus trabajos en Aparecida:

¡Que nadie se quede con los brazos cruzados! Ser misionero es ser anunciador de Jesucristo con creatividad y audacia en todos los lugares donde el Evangelio no ha sido suficientemente anunciado o acogido, en especial, en los ambientes difíciles y olvidados y más allá de nuestras fronteras (Mensaje, 4).

El reciente Congreso Misionero Salvadoreño, que despertó tantas energías evangelizadoras y tanto ardor apostólico, ha creado el clima que necesitamos para ponernos en camino desde nuestros propios lugares y responsabilidades. En al Año Paulino surge de nuestro corazón el grito del Apóstol de los gentiles: ¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio! (I Cor 9, 16).

Invocando una especial bendición del Divino Salvador, inauguramos hoy la gran misión en este país que lleva su nombre. Que la Virgen María, Madre de Cristo y de la Iglesia, la perfecta discípula y misionera, nos acompañe en nuestro caminar.

San Salvador, 6 de agosto de 2008.

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