Catequesis para la Jornada Mundial del Enfermo 2015

Elaboradas por las OMPE, México

“[…] yo era ojos para el ciego, yo era pies para el cojo”. (Jb 29, 15)

Cada uno de los creyentes puede reconocer en Job a un compañero de camino que se atreve a decir en voz alta lo que todo el mundo siente confusamente en la hora de la prueba. El choque del sufrimiento hace bambolear las evidencias, las certezas fáciles y las bonitas ideas tranquilizantes. Sobre todo cuando sufren es cuando los hombres se vuelven a Dios o, por el contrario, se apartan de él; pero en ambos casos se enfrentan cara a cara con su misterio.
Philippe Gruson

Lectura
“Continuó Job con su discurso y dijo: ¡Si pudiera recuperar el tiempo pasado, los días en que Dios me protegía, cuando su lámpara brillaba sobre mi cabeza y a su luz caminaba en tinieblas, tal como era en los días de mi otoño, cuando Dios protegía mi tienda, cuando aún Shaddai me acompañaba y todos mis hijos me rodeaban, cuando bañaba mis pies en leche y la roca destilaba arroyos de aceite…

Quien me oía, me daba la enhorabuena, quien me veía, se ponía de mi parte, pues yo libraba al pobre en apuros, al huérfano privado de ayuda. El descarriado me bendecía, a las viudas devolvía la alegría. La justicia era la ropa que vestía, el derecho, mi manto y mi turbante. Yo era ojos para el ciego, yo era pies para el cojo, yo era padre de los pobres, abogado del desconocido” (Jb 29, 1-6.11-16).

Profundicemos
El libro de Job es un largo diálogo en el que, a través de las opiniones expresadas por diversos personajes, el ser humano, con su dolor, angustia y esperanza, busca la clave para encontrar el sentido de su existencia. La estructura del libro está conformada por cinco partes:
1) Prólogo en prosa (Jb 1-2)
2) Diálogos en verso de Job con sus tres amigos (Jb 3-31)
3) Monólogo en verso de Elihú (Jb 32-37)
4) Diálogo entre Dios y Job en verso (Jb 38,1-42,6)
5) Epílogo en prosa (Jb 42, 7-17)

El breve pasaje que hemos leído forma parte del extenso diálogo de Job con sus tres amigos. Este diálogo es muy extenso (desde el capítulo 3 hasta el 31), y, sin duda, es el que presenta la mayor novedad teológica. Si no puede leerse todo este diálogo, se recomienda leer al menos los capítulos que envuelven el pasaje que estamos reflexionando, es decir, los capítulos que van del 29 al 31.

a)El dolor, el sufrimiento y la retribución
Las convicciones de los visitantes de Job se basan en dos principios 1) Dios retribuye siempre al hombre antes de su muerte, 2) siempre se verifica una proporción exacta entre las obras y su sanción. De aquí se deducen inmediatamente dos ecuaciones que se encuentran en la sabiduría tradicional y que conforman la ley de la retribución: ‘virtud’ igual a ‘felicidad’; ‘desgracia’ igual a ‘castigo’. También Job, “en los días de su otoño”, pensaba que era normal esperar la felicidad cuando uno vivía como justo (29,18-20; 30,26), pero es éste el único punto en que coincide con la problemática tradicional; finalmente Job terminará rechazando todas las conclusiones de sus amigos.

Con el supuesto de que las pruebas a las que es sometido un justo reflejan que él se ha alejado de Dios y que, en consecuencia, se le ha negado la felicidad, los amigos de Job se empeñan en medir continuamente el misterio del sufrimiento con la medida de una concepción rígida de la retribución.

Para recobrar la felicidad perdida, afirman los tres sabios, sólo hay un medio infalible: volver a Dios. A esto Job responderá fácilmente: nunca había abandonado a ese Dios a quien muestran tan alejado de él. Además, ¿por qué una conversión repentina va a traer la felicidad si toda una vida de honradez no basta para garantizarla?

b)El silencio de Dios en las situaciones reales
El verdadero problema, para Job, no es aceptar una conversión sino saber qué es lo que Dios le reprocha. Lo que Job rechaza ante todo es el silencio de Dios, ya que ese silencio no solamente lo deja indefenso contra las interpretaciones amargas de sus amigos, sino hasta parece que condena su fidelidad pasada como servidor de Dios.

Mientras que Job rechaza la teoría abstracta en nombre de la vida real, los amigos, sin prestarle ninguna ayuda, están dispuestos a sacrificar la evidencia de los hechos reales en aras de la coherencia de un sistema teórico, pero no logran sacar a flote su seguridad intelectual más que a costa de su amistad con el inocente que sufre. Su negativa a mirar al hombre en la verdad de su condición los vuelve ciegos ante los designios de Dios. Los amigos de Job empezaron sentándose en tierra con él, en silencio; su actitud parecía honrada, pero desde que se pusieron a discutir con él, es evidente que fracasa entre ellos la amistad. Su palabra viene de lejos. Llegan con sus evidencias y sus certezas, con argumentos preconcebidos, que saben ya de antemano, estereotipados, con fórmulas prediseñadas y se atreven a proponer un consuelo sin siquiera haber escuchado las quejas.

Para ellos, el sufrimiento de Job se reduce a lo general, a lo que le pasa a todos, a lo que sucede sin singularidades ni rasgos únicos ni personales, y, sobre todo, a un caso que no escapa de la conocida ley de la retribución (‘virtud’ igual a ‘felicidad’; ‘desgracia’ igual a ‘castigo’). Si Job sufre, es porque ha pecado; si es probado con el dolor, es porque su conducta moral ha sido reprobada; “¡que se convierta, y todo volverá a estar en orden!”, piensan los amigos de Job.

Los visitantes, en vez de ponerse ante Dios como aliados de Job y de entrar en el sufrimiento tal y como él lo vive, se sitúan de antemano al lado de Dios y se arrogan el derecho de hablar en su nombre y de juzgar la situación.

c)Dios sale al encuentro en medio de la angustia, del sufrimiento y del dolor
En medio de la angustia y del sufrimiento, Job entra en contacto con la naturaleza más íntima del ser humano, y sólo desde allí puede darse la libertad de decir con toda transparencia y sin malas intenciones: “hablará mi espíritu lleno de angustia, se quejará mi alma llena de amargura”. Y es precisamente envuelto en esta situación desesperada que Job es capaz de levantar la mirada hacia Dios y decirle: “Recuerda… es decir, mírame, haz algo por mí”. Dios se asoma en estas situaciones límites de angustia y amargura, de desesperanza; recordemos que Jesús dirá, desde la cruz, algo muy parecido a lo de Job: “Dios mío, Dios mío, porque me habéis abandonado…” (Mt 27,46; Sal 22).

Esta experiencia profundamente humana de abandono, de descobijo, de indigencia, de estar totalmente arrojado se vuelve para Job, aun sin conocer la esperanza que surge de la cruz de Jesucristo, precisamente una experiencia teologal, una experiencia de conocimiento y de encuentro vital con Dios: “Sólo de oídas te conocía, pero ahora te han visto mis ojos” (Jb 42, 5).
El libro de Job termina en el Evangelio de Marcos: la liberación y las curaciones obradas por Jesús son los signos de que el Reino de Dios está en medio de nosotros.

Iluminemos nuestras vidas con la luz de la Palabra
•No podemos decir al enfermo: ‘no te quejes; ten valor, ánimo’. Nosotros, que podemos tener enfermos en el hogar, hemos de darles la libertad de que se quejen, de que reclamen, de que hablen desde su experiencia y desde sus sentimientos; no tenemos el derecho de entrometernos ni de interrumpir su experiencia de dolor y sufrimiento, por difícil que sea; recordemos que esta experiencia, a la luz de la fe, es una de las más claras experiencias de Dios; a nosotros no nos toca sino acompañarles, escuchar y contemplar cómo Dios que nos ama y nos llama a la misión de estar junto con nuestros enfermos.

•Pablo nos ofrece también una enseñanza no sólo para lidiar con el dolor, sino para encontrar nuestra misión aun en medio de esa difícil realidad. Pablo se asume como instrumento que permite actuar a Dios a través de sus posibilidades y debilidades, particularmente en medio del mundo del dolor y del sufrimiento, para anunciar la palabra: “Ahora me alegro de padecer por ustedes, pues así voy completando en mi existencia terrena, y en favor del cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, lo que aún falta al total de sus sufrimientos. De esa Iglesia he llegado a ser servidor, conforme al encargo que Dios me ha confiado de anunciarles plenamente su palabra” (Col 1,24s). Todos podemos dejar de ser Job para ser Pablo y evangelizar desde nuestra experiencia de la vida asumida por la fe.

•Hoy son más los que multiplican el lamento de Job que los que anuncian el Evangelio como Pablo, haciéndose débil con los débiles para ganar a los débiles, esclavo de todos para ganarlos a todos.
•En el Evangelio muchos de los enfermos que han sido sanados por Jesús han tenido quien los acerque a él, y le han pedido que los cure: “Señor, tu amigo está enfermo” (Jn 11,3b). Jesús también ha orado sobre ellos: “Padre, te doy gracias, porque me has escuchado. Yo sé muy bien que me has escuchado siempre; si hablo así es por los que están aquí, para que crean que tú me has enviado” (Jn 11,41b-42). El cristiano tiene esta misión: ha recibido el Evangelio como don para ser entre los hombres una presencia que calle a Job, que venza al mal y que hable de la esperanza que nos viene en Cristo Jesús.

•‘Levantar’, ‘curar’, ‘aliviar’, ‘liberar’, ‘luchar por cambiar’ son los verbos claves del Jesús de Marcos y deben ser los verbos claves de nuestra acción cristiana. Particularmente, para Marcos la salud es el signo del Reino “con razón son más de treinta las curaciones y noticias de sanación en su Evangelio” Pero lo más importante de las sanaciones de Jesús es devolver al hombre la esperanza. La esperanza hace de oxígeno para un enfermo.

•El sitio de mayor cuidado para el Evangelio es junto al enfermo, frente a su camilla o frente a él en el lugar donde esté postrado. Para una parroquia el sitio de mayor cuidado del Reino no es sólo el templo y los aliviados que allí se acercan, sino la casa o el lugar donde se encuentran los enfermos.

•La felicidad y la salvación de quienes tienen salud está en una relación directa e inevitable con la manera como se hayan relacionado con los enfermos: “Vengan, benditos de mi Padre, tomen posesión del Reino preparado para ustedes desde la creación del mundo… porque estuve enfermo, y me visitaron” (Mt 25,34b.36b).

Oración:
Señor, tú conoces mi vida y sabes mi dolor; has visto mis ojos llorar, mi rostro entristecerse, mi cuerpo lleno de dolencias y mi alma traspasada por la angustia; lo mismo que te pasó a ti cuando, camino de la cruz, todos te abandonaron.

Hazme comprender tus sufrimientos, y con ellos el amor que tú nos tienes; y que yo también aprenda que uniendo mis dolores a tus dolores tienen un valor redentor por mis hermanos.

Ayúdame a sufrir con amor, hasta con alegría, si no es “posible que pase de mí este cáliz”. Te pido por todos los que sufren: por los enfermos como yo, por los pobres, los abandonados, los desvalidos, los que no tienen cariño ni comprensión y se sienten solos.

Señor: sé que también el dolor lo permites tú para mayor bien de los que te amamos.

Haz que estas dolencias que me aquejan me purifiquen, me hagan más humano, me transformen y me acerquen más a ti. Amén.

San Juan Pablo II

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