Hay profetas que no escribieron nada como Samuel, Natán, Elías y Eliseo. Nos quedan libros escritos por otros profetas que abarcan primeramente a los cuatro profetas mayores (así llamados porque sus libros son más extensos): Isaías, Jeremías, Ezequiel y Daniel. A estos cuatro, siguen los así llamados profetas menores que son doce y los tres de los tiempos de restauración después de la cautividad. Ser profeta en la Biblia no equivale a ser un adivino que predice el futuro; es antes que nada una persona que “habla en nombre de Dios”. Este es el sentido del verbo griego: profemí (hablar en nombre de otro); de allí viene el termino profeta. Los profetas no eran sacerdotes ni se dedicaban al culto. Eran personas animadas por el Espíritu, que Dios elegía según su voluntad. Jeremías era un joven y no quería aceptar esa misión (Jr 1, 4-6.17.19) porque no se sentía preparado. Amós era pastor y campesino y tampoco quería aceptar (Am 7,14-17). Dios les decía a ellos: No tengas miedo; Yo estaré contigo (Jr 1,8).
Mientras duró la monarquía[1] en Israel, tal como se deduce de los dos libros de Samuel, de los dos libros de los Reyes y de los dos de Crónicas, aumentó la corrupción, la injusticia y el olvido de la Alianza. Estos libros relatan sin interrupción cinco siglos de la historia de Israel desde David hasta el destierro de Babilonia que duró 70 años. En este tiempo surge la mayoría de los profetas que denuncian el retorno a la idolatría y a los caminos del mal. Amenazan los castigos de Dios con un lenguaje tan duro que asombra. Los profetas que más fustigaron (censuraron con dureza) las costumbres de aquellos tiempos fueron Elías, Isaías, Amós, Jeremías. Ellos eran los campeones de la justicia y en su crítica arremeten, en nombre de Dios, contra reyes y poderosos que explotan al pueblo y olvidan a los pobres. Denuncian el culto como falso e hipócrita cuando se disocia de la práctica de la justicia y de la misericordia. Son la conciencia incómoda del pueblo de Dios; por eso son perseguidos, marcados por el rechazo, la persecución y muchas veces la muerte. El profeta, como recuerda San Pablo, está llamado a "edificar, exhortar y animar a los hombres" (1 Cor 14,3). En efecto, al actualizar la palabra de Jesús, anima a vivir concretamente en ella y consuela anunciando la vuelta gloriosa del Señor. De esta manera, animando y consolando, forma y edifica a la comunidad que, a través de él, se confronta con la misma palabra del Maestro.
Jesús, el mayor de los profetas, dirá que es más fácil que un camello (el animal más grande conocido en aquel tiempo) pase por el ojo de una aguja que un rico entre en el Reino (Lc 18,25). Se refiere al rico egoísta cuyo dios es el dinero; en este caso es “imposible” servir a Dios y al dinero (Mt 6,24). Pero cuando la riqueza se transforma en instrumento de amor al prójimo entonces es positiva, aun sin que haya que vender todos los bienes (Lc 19,8).
Cuando se habla en la Biblia de la justicia y de que Dios es justo, es porque siempre da la oportunidad al hombre de ser justo, de vivir con dignidad. No es porque premie a los buenos y castigue a los malos; es porque se pone del lado del oprimido, protege a los débiles e indefensos, quiere salvar a los pecadores. El culto a Dios no puede ir unido a la explotación del hombre por el hombre. Jesús enseña que la riqueza no es un mal en sí misma, pero es un peligro para el hombre porque lo vuelve fácilmente ciego e insensible. El lenguaje de Jesús no era explícitamente político, pero introdujo un espíritu nuevo, igualitario, en las estructuras de la sociedad a través de la valoración del pobre, de la solidaridad, de la crítica a los poderosos que aplastan a los pueblos (Mt 20,25-26), de sus actitudes para con los marginados, los enfermos, las mujeres, los pecadores públicos, los paganos…; un fermento que lentamente fue transformando la sociedad.
También hoy los profetas (todos los cristianos estamos llamados a serlo), defienden la causa del hombre en nombre de Dios hasta dar la vida. No basta sin embargo arrogarse el derecho de hablar en nombre de Dios. También hay falsos profetas, milagreros, charlatanes, inventores de nuevas religiones. Jesús dijo: Por sus frutos los reconocerán (Mt 7,15-16); pero a veces también los frutos buenos son visibles mucho tiempo después y sucede lo que ya había advertido Jesús: Se matan a los profetas y después se les construyen monumentos (Cfr. Lc 11,47).
PARA REFLEXIONAR Y PROFUNDIZAR
- Cita bíblica: Jr. 1,1-19
- Preguntas para la vida:
1)¿Tienes conciencia de que Dios también te llama a ti para ser su profeta, denunciando el pecado y anunciando el evangelio? ¿Qué es lo que te causa miedo? ¿Por qué no te decides a actuar como profeta?
2)¿Hay verdaderos profetas hoy?; ¿Y profetas falsos? Mencionémoslos.
Oración:Tu Señor examinas a inocentes y culpables y odias al que ama la violencia. Harás llover sobre los injustos ascuas y azufre; les tocará en suerte un viento huracanado. Porque tú eres justo y amas la justicia; los buenos verán tu rostro (Salmo 10).
NOTA: Para la próxima reunión, cada uno debe traer un cirio (vela).
Archivo(s) adjunto(s):
Tema 1- La Vocación del Profeta – Catequesis Misionera.pdf |