1. Motivación
La conversión es un presupuesto indispensable para la misión. Una vez que Dios se ha revelado por medio de Jesucristo, el ser humano está llamado a dar una respuesta de frente a su propuesta de salvación. La conversión es necesaria, porque los intereses de la humanidad no siempre corresponden con los intereses de Dios. Ya en el prólogo del Evangelio de San Juan se pone en evidencia esta tensión entre Dios y los hombres: Vino a su casa, y los suyos no la recibieron (Jn 1,11); sin embargo, también afirma que a todos los que la recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios (Jn 1,12).
Por tanto, la participación activa y consciente en la misión implica un acto de libertad. Tanto es así, que no es suficiente con ser una persona bautizada para hacerse llamar «misionero»; nuestro bautismo debe ser puesto en acto por medio de nuestra participación en los demás sacramentos y en la misión de la Iglesia, afirmando nuestra pertenencia al grupo de los discípulos que dan testimonio de Jesús en el mundo.
Todo cristiano, y en modo particular todo católico, debe pasar de un estado de adormecimiento en la fe a un estado activo de participación en la misión de la Iglesia.
Hay distintas expresiones de la conversión. El tipo fundamental es la conversión personal-primaria, es decir, cuando una persona que nunca ha conocido a Jesucristo decide hacerse discípulo de Jesús, es el tipo de conversión que provoca la predicación inspirada en el primer anuncio de la Palabra y que normalmente llamamos kerygma. Es el efecto de la misión realizada en zonas geográficas y ambientes culturales donde Jesús es poco o nada conocido. La conversión personal es el fundamento de cualquier otro tipo de conversión. Ejemplos clásicos de conversión personal son la conversión de San Pablo, que pasa de ser un perseguidor de la Iglesia a ser misionero de Cristo (cfr. Hch 9,1-19); también tenemos la conversión de San Agustín y de muchas otras personas que han pasado de un estado negativo de frente a Jesús a ser intrépidos heraldos de su Evangelio.
Pero cuando hablamos de conversión pastoral ¿a qué nos referimos?
La pregunta tiene dos respuestas: 1) Por una parte, se refiere a todas las personas que tienen una función directiva al interno de la Iglesia (obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos animadores de comunidades, áreas de pastoral y movimientos); 2) Por otra parte, se refiere al modo cómo se desarrolla la acción pastoral en nuestras comunidades, es decir, cuál es el método empleado en la acción pastoral.
Así, cuando la conversión se refiere a los agentes responsables de la pastoral, se entiende el paso de un estado de pasividad ante los desafíos planteados por la realidad a un estado de creatividad pastoral, siguiendo y aplicando efectivamente las directrices dadas por la Iglesia.
En cambio, cuando la conversión se refiere al modo o al método cómo intentamos responder a los desafíos que plantea la realidad, nos referimos al paso de unas estructuras y procedimientos pastorales que no responden a la situación histórica actual a unas estructuras más dinámicas y actualizadas que digan algo a hombres y mujeres de nuestro tiempo.
Es verdad que toda conversión supone una dolorosa ruptura con el estado presente de las cosas para poder dar espacio a una nueva visión. Se trata, como dice el Evangelio, de poner vino nuevo en odres nuevos (Lc 5,38). De modo que la conversión supone un alto grado de humildad, pero justamente la humildad nos coloca en lo más específico del mensaje cristiano: Yo os aseguro: si no cambiáis y os hacéis como niños, no entraréis en el Reino de los Cielos (Mt 18,3).
2. Escuchando al Papa
Del Mensaje del Papa:
Efectivamente, el incansable anuncio del Evangelio vivifica también a la Iglesia, su fervor, su espíritu apostólico; renueva sus métodos pastorales para que cada vez sean más apropiados para las nuevas situaciones —incluso aquellas que requieren una nueva evangelización— y estén animados por el impulso misionero: “La misión renueva la Iglesia, refuerza la fe y la identidad cristiana, da nuevo entusiasmo y nuevas motivaciones. ¡La fe se fortalece dándola! La nueva evangelización de los pueblos cristianos hallará inspiración y apoyo en el compromiso por la misión universal” (JUAN PABLO II, Enc. Redemptoris missio, 2).
Las expresiones que más llaman la atención en la primera parte de este fragmento son que la misión “vivifica a la Iglesia” y, sobre todo, que “renueva sus métodos pastorales”. Esto quiere decir que la misión obliga a las comunidades a replantearse su estado pastoral actual. Y en una sana eclesiología nos motiva a tomar decisiones en orden a mejorar nuestros procesos de evangelización.
3. La misión compartida
A continuación proponemos algunos textos del documento de Aparecida que podrán ser compartidos en diálogo abierto con los participantes en la primera catequesis misionera:
N. 366 La conversión pastoral atañe a todos y todas
Obispos, presbíteros, diáconos permanentes, consagrados y consagradas, laicos y laicas, estamos llamados a asumir una actitud de permanente conversión pastoral, que implica escuchar con atención y discernir “lo que el Espíritu está diciendo a las Iglesias” (Ap 2,29) a través de los signos de los tiempos en los que Dios se manifiesta.
N. 367Las dimensiones de la conversión pastoral
La pastoral de la Iglesia no puede prescindir del contexto histórico donde viven sus miembros. Su vida acontece en contextos socioculturales bien concretos. Estas transformaciones sociales y culturales representan naturalmente nuevos desafíos para la Iglesia en su misión de construir el Reino de Dios. De allí nace la necesidad, en fidelidad al Espíritu Santo que la conduce, de una renovación eclesial, que implica reformas espirituales, pastorales y también institucionales.
Los pasos concretos para alcanzar verdadera conversión pastoral
N. 370
La conversión pastoral de nuestras comunidades exige que se pase de una pastoral de mera conservación a un pastoral decididamente misionera.
N. 371
El proyecto pastoral de la Diócesis, camino de pastoral orgánica, debe ser una respuesta consciente y eficaz para atender las exigencias del mundo de hoy.
4. Meditar la Palabra
Para concluir recomendamos una Lectio Divina del texto de Lc 5,1-11. (En tu palabra, echaremos las redes).