1. Motivación
La misión es un acto comunitario. Tiene su origen en el seno de la comunión trinitaria y se despliega históricamente en el mundo por medio de la Iglesia, comunidad de discípulos. La misión conforma la comunidad y la comunidad hace presente la misión en la historia.
Ahora bien, lo más normal en una auténtica comunidad cristiana es que entre sus miembros haya respeto y colaboración. De manera que si Dios, comunidad trinitaria, es el origen de la misión y si Dios es amor (1Jn 4,16), entonces la misión debe ser expresión de ese amor.
De modo que sólo las personas que aman se sienten responsables del destino de sus hermanos. El egoísta y el individualista no se sienten responsables de sus hermanos. Cuando Dios pregunta a Caín dónde está su hermano Abel, su respuesta fue: ¿Soy yo acaso el guarda de mi hermano? (Gn 4,9).
Así se explica que si la responsabilidad es fruto directo de la libertad cristiana, entendida en el contexto del ejercicio de la caridad, entonces la corresponsabilidad misionera es la decisión que toman los creyentes en Cristo de apoyarse mutuamente para difundir su Reino en el mundo.
La corresponsabilidad misionera tiene un triple despliegue: a) la animación misionera; b) la cooperación misionera; c) la formación misionera. Estas tres dimensiones completan ciclo de mutuo apoyo que todas las comunidades están llamadas a ejercitar para poder llamarse efectivamente misioneras. Una comunidad cristiana que nunca apoya materialmente a las comunidades más necesitadas lacera seriamente la comunión eclesial; lo mismo sucede cuando no presta ayuda en términos de apoyo con recursos humanos bien formados para fortalecer aquellas comunidades que tienen escasa formación misionera; todavía más evidente es la falta de corresponsabilidad misionera cuando una comunidad que se dice cristiana nunca ora por sus hermanos y hermanas que tienen una débil estructura eclesial. La misión no es cuestión de buenas intenciones o de sentimentalismo misionero, sino de apoyo material concreto, de presencia física en los lugares más necesitados y apoyo logístico efectivo en los procesos misioneros. No se trata de ser cristianos sólo nominalmente, sino efectivamente.
Por eso hemos hablado en la primera catequesis de la necesidad de la conversión para ejercer la misión. Es tiempo de preguntarse si nuestro cristianismo personal no pasa de ser un sentimiento y no tiene nada que ver con la objetividad del cristianismo activo. Es tiempo de preguntarse si nuestras parroquias y comunidades cristianas no pasan de ser ambientes aislados donde nunca se plantea la posibilidad de salir en busca del que sufre carencias espirituales y materiales.
2. Escuchando al Papa
Del Mensaje del Papa:
La atención y la colaboración con la actividad evangelizadora de la Iglesia en el mundo no pueden limitarse a algunos momentos y ocasiones particulares, ni tampoco se pueden considerar como una más entre otras actividades pastorales: la dimensión misionera de la Iglesia es esencial, por lo que hay que tenerla siempre presente. Es importante que tanto cada bautizado como las comunidades eclesiales se interesen en la misión no de manera esporádica y ocasional, sino de manera constante, como forma de la vida cristiana.
Así, por medio de la participación responsable en la misión de la Iglesia, el cristiano llega a ser constructor de la comunión, de la paz, de la solidaridad que Cristo nos ha dado, y colabora en la realización del proyecto salvífico de Dios para toda la humanidad. Los desafíos que esta encuentra llaman a los cristianos a caminar con los demás, y la misión es parte integrante de este camino con todos. En ella llevamos, si bien en vasijas de barro, nuestra vocación cristiana, el tesoro inestimable del Evangelio, el testimonio vivo de Jesús muerto y resucitado, encontrado y creído en la Iglesia.
3. La misión compartida
Citamos a continuación algunos números del documento de Aparecida que pueden ser compartidos y dialogados con los participantes en la segunda catequesis:
N. 155
Los discípulos de Jesús están llamados a vivir en comunión con el Padre (1 Jn 1, 3) y con su Hijo muerto y resucitado, en “la comunión en el Espíritu Santo” (2 Co 13, 13). El misterio de la Trinidad es la fuente, el modelo y la meta del misterio de la Iglesia: “Un pueblo reunido por la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”, llamada en Cristo “como un sacramento, o signo e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano”. La comunión de los fieles y de las Iglesias Particulares en el Pueblo de Dios se sustenta en la comunión con la Trinidad.
N. 156.
La vocación al discipulado misionero es con-vocación a la comunión en su Iglesia. No hay discipulado sin comunión. Ante la tentación, muy presente en la cultura actual, de ser cristianos sin Iglesia y las nuevas búsquedas espirituales individualistas, afirmamos que la fe en Jesucristo nos llegó a través de la comunidad eclesial y ella “nos da una familia, la familia universal de Dios en la Iglesia Católica. La fe nos libera del aislamiento del yo, porque nos lleva a la comunión”. Esto significa que una dimensión constitutiva del acontecimiento cristiano es la pertenencia a una comunidad concreta, en la que podamos vivir una experiencia permanente de discipulado y de comunión con los sucesores de los Apóstoles y con el Papa.
N. 176.
La Eucaristía, signo de la unidad con todos, que prolonga y hace presente el misterio del Hijo de Dios hecho hombre (Cf. Fil 2,6-8), nos plantea la exigencia de una evangelización integral. La inmensa mayoría de los católicos de nuestro continente viven bajo el flagelo de la pobreza. Esta tiene diversas expresiones: económica, física, espiritual, moral, etc. Si Jesús vino para que todos tengamos vida en plenitud, la parroquia tiene la hermosa ocasión de responder a las grandes necesidades de nuestros pueblos. Para ello, tiene que seguir el camino de Jesús y llegar a ser buena samaritana como Él. Cada parroquia debe llegar a concretar en signos solidarios su compromiso social en los diversos medios en que ella se mueve, con toda “la imaginación de la caridad”. No puede ser ajena a los grandes sufrimientos que vive la mayoría de nuestra gente y que, con mucha frecuencia, son pobrezas escondidas. Toda auténtica misión unifica la preocupación por la dimensión trascendente del ser humano y por todas sus necesidades concretas, para que todos alcancen la plenitud que Jesucristo ofrece.
4. Meditar la Palabra
Para concluir recomendamos una lectura comparada de los textos siguientes: Hechos 11,27-30; 2Corintios 8,7-15.
Socializar la lectura entre los participantes.