FUNDAMENTO BIBLICO DE LA MISION
En cierta ocasión, un grupo de jóvenes deseosos de unirse a la tarea por excelencia de la Iglesia, Evangelizar, escuchaban una reflexión sobre el mandato misionero. El charlista los envió por unos minutos a meditar varios pasajes del Libro de los Hechos de los Apóstoles. Al regresar, uno de los muchachos tomó la palabra y dijo: “He quedado conmovido del testimonio de Esteban, lo estaban apedreando pero ni por un segundo negó a Cristo sino que siguió anunciando su Palabra”, dijo el joven.
Y es que una vez que se ha experimentado la gracia del llamado y la vivencia del seguimiento es imposible no sentir un deseo inmenso de compartir esta experiencia. “No podemos nosotros dejar de hablar de lo que hemos visto y oído” (Hech 4,20). Ser apóstol es una necesidad del verdadero discípulo. “!Ay de mí si no evangelizara! (1Cor 9,16). Discipulado y misión no se pueden separar.
Todo discípulo debe ser misionero y sólo se puede proclamar la Buena Nueva de Jesucristo si se le conoce y se le sigue de manera auténtica. Es precisamente este punto el que nos lleva a hacer una reflexión sobre como la Sagrada Escritura nos señala con exactitud el sostén, la base, de nuestro compromiso.
Primero definamos Misión
La palabra misión procede del término latino missio o del verbo mittere, que significaenviar y abarca dos cosas: el acto de enviar y el contenido del envío, la relación entre el que envía y el enviado. El término más importante para hablar de misión en la Biblia es precisamente el verbo enviar (en griego apostello, equivalente al hebreo salah: “despachar”, “extender”, “enviar”. En el Antiguo Testamento se usa muchísimo (aproximadamente unas 700) para indicar, junto con el hecho de enviar, la finalidad del encargo y la delegación del mensajero (por ejemplo Jos 1,16; 1Re 5,23; 20,9; 21,11; 2Re 19,4; Is 34,4).
Además, enviar hace referencia a un encargo con una misión concreta y bien determinada; de ahí que siempre se señala con claridad quién es el que envía (por ejemplo Is 6 y 8). En el Nuevo Testamento el verbo enviar (apostello) es bastante usado. Se habla de enviar para señalar la misión de Jesús, que ha sido “enviado” por el Padre (especialmente en el Evangelio de Juan) al mismo tiempo que para referirse a la misión encomendada por Él a los discípulos.
Ahora bien, a diferencia del Antiguo Testamento, el Nuevo utilizan bastante el sustantivo apóstol (79 veces; de éstas 34 éstán en Lc-Hech). Es cierto que, cuando Lucas habla de apóstol, se refiere principalmente a los Doce discípulos (6,13) que fueron llamados por Jesús y que le acompañaron durante toda su predicación a partir del bautismo recibido por Juan. No obstante la acción de ser enviados no recae sólo en ellos, abarca a todos los discípulos. A diferencia del Antiguo Testamento y de la mayor parte de grupos judíos, en el Nuevo sí encontramos expresamente un actitud misionera de parte de Jesús así como el encargo explícito de que compartan la Buena Noticia que han recibido más allá de los del propio grupo étnico-religioso y de las propias fronteras (Por ejemplo, Mc 7,24-30; Mt 28,18-20; Hech 1,8; 10).[1]
Ahora bien, en la Biblia encontramos al menos dos modelos o perspectivas de misión: el modelo de Isaías y el de Jesucristo que asumieron –con sus matices- los primeros cristianos.
El modelo de Isaías
El punto de partida para comprender la actitud universalista del pueblo de Israel es la universalidad con que se reconoce a Yahvé. Podríamos señalar que los israelitas tuvieron conciencia de que el poder de Yahvé no estaba limitado a un territorio ni a unos hombres; sería lo que algunos llaman “universalismo dinámico”. Esto aparece con fuerza, de algún modo, en tiempo de los patriarcas. Esta extraterritorialidad y universalidad inicial de Dios hacía que el Dios de Israel tuviera cierta importancia. Además tenían el convencimiento de que Dios cuidaba de todos los hombres; equivaldría esto a lo que llaman “universalismo de la providencia divina” o “caritativo” (Gen 1-11; 18-19). Dentro de esta perspectiva universalista sobresale la manera de pensar del profeta Isaías que, en este sentido, podríamos catalogar de misionera[2]. Dios es quien inicia la misión revelándose, desde el monte Sión, a las demás naciones.
El modelo de Jesús y de los primeros cristianos
Los evangelios presentan a Jesús como el punto de partida de la misión. La misión cristiana no puede ser comprendida sin la persona, el ministerio, la muerte, la resurrección y el mandato de Jesucristo. Los evangelios son un testimonio de que Jesús era el Hijo de Dios (Mc 1,1), el Emmanuel, “Dios-con-nosotros” (Mt 1,23), el Hijo del Altísimo (Lc 1,32), la Palabra hecha carne que puso su morada entre nosotros (1,14). Tomemos como referencia especialmente algunas de las ocasiones en que el evangelio de Juan utiliza el verbo “enviar” (apostéllo) aplicado a Jesús; a saber: Jn 3,17. 34; 5,36; 6,29. 57; 7,29; 8,42; 10,36; 11,42; 17,3. 8. 18. 21. 23. 25; 20,21.Veamos por ejemplo Jn 3,17: “Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él” (véanse también los vv. 16 y 18).
Nos ayuda a comprender mejor el envío del Hijo por amor extremo que Dios le tiene al mundo, en este sentido la humanidad y, con mucha probabilidad, el lugar donde se vive, la historia. El evangelio de Juan enfatiza en toda su primera parte (caps. 1-12) del amor de Dios al mundo. Es un amor absoluto al grado de que no está condicionado si el mundo lo ama también; el amor de Dios a la humanidad no está condicionado a si hay reciprocidad. Ahora bien, la finalidad del amor absoluto de Dios es la vida eterna de los creyentes (v. 16), es decir, la salvación definitiva (v. 17).
Ahora bien, las obras de Jesús testimonian que es El enviado: “Pero yo tengo un testimonio mayor que el de Juan; porque las obras que el Padre me ha encomendado llevar a cabo, las mismas que realizo, dan testimonio de mí, de que el Padre me ha enviado. Y el Padre que me ha enviado es el que ha dado testimonio de mi” (5,36-37). El evangelio no habla sólo de “ejecutar” sino de “llevar a cabo”[3], es decir, cumplir con fidelidad.
Por último, es el capítulo 17 del evangelio de Juan el que más insiste en hablar de Jesucristo como enviado (vv. 3. 8. 18. 21. 23. 25; véase también 20,21). El evangelio de Juan ha reservado para las últimas menciones de Jesús como enviado el envío de los discípulos. Jesús el enviado por excelencia ahora envía a los discípulos. Así termina el evangelio antes de la primera conclusión (20,30-31): “Como el Padre me envió, también yo los envío” (v. 21). De acuerdo a Jn 20,21 el envío de los discípulos incluye la semejanza con el Hijo que ha sido enviado por el Padre: “Como el Padre me envió, también yo los envío” (v. 21). No se trata de una comparación sino de una continuidad inseparable. Es decir, el Hijo extiende a los discípulos su propia misión, la que recibió del Padre.
[1]Fundamento Bíblico de la misión, Pbro. Toribio Tapia, México, 2007
[2]Véanse por ejemplo 2, 3.4; 11,10-16; 12,4; 14,1-2; 25,6-12; 41,1-2; 42,1-7; 43,9; 49, 1.22; 51, 4-5; 56, 6-8.
[3]En griego teleioun no significa sólo cumplir sino sobre todo llevar a término fielmente.