El Viático, sacramento eucarístico de los moribundos, se encuentra hoy, por desgracia, en las catacumbas de la celebración sacramental pues su práctica, antaño tan habitual y familiar para los cristianos, ha descendido a niveles apenas perceptibles tanto en las parroquias como en los hospitales. Y ni los fieles ni los pastores parecen seriamente preocupados por un hecho tan penoso como contradictorio, desde una óptica específicamente cristiana. La causa fundamental es, sin lugar a dudas, el miedo patológico a la muerte -y al tiempo del morir que la precede- que se ha apoderado de nuestra cultura occidental, y que ha llegado casi a paralizar la sensibilidad litúrgica de los cristianos hacia las necesidades de asistencia sacramental en la última etapa de la vida humana.
Y, sin embargo, escamotear la celebración del Viático implica privar al cristiano moribundo del último encuentro sacramental con Cristo y, por tanto, de sus saludables consecuencias. La solicitud de la Iglesia por procurar ese consuelo incomparable a los fieles que van a morir, se remonta a la más remota antiguedad, y toda la tradición cristiana insiste en la necesidad de este sacramento, ante la cual han cedido todas las leyes eclesiásticas restricitivas del acceso a los sacramentos. La Iglesia rehusó siempre poner condiciones para conceder el Viático a quien lo pedía. He aquí, sumariamente expuesta, la doctrina actualizada sobre un sacaramento injustamente condenado al desuso:
El Viático es el sacramento del tránsito de la vida, función específica que ahora ha quedado más claramente subrayada en el Ritual. En el tránsito de esta vida, el fiel, robustecido con el Viático del Cuerpo y Sangre de Cristo, se ve protegido con la garantía de la resurrección, según las palabras del Señor: El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día (Jn 6, 54) … La comunión en forma de Viático, marca la última etapa de la peregrinación que inició el cristiano en su Bautismo. Viene a complementar un itinerario eucarístico comenzado el día de su primera comunión.
El Viático es, a su modo, una comunión tan solemne, como la primera que recibió el cristiano. Choca, por tanto, que la pastoral litúrgica haga un despliege de esfuerzos tan grande para realzar y celebrar con gran esmero la primera comunión dedicando, por el contrario, tan pocos esfuerzos en la actualidad a resaltar la suma necesidad y trascen-dencia de la última. Máxime cuando, con su celebración, la Iglesia ha expresado siempre su voluntad de no abandonar al cristiano en la hora de la muerte, sino de ayudarlo a dar el paso definitivo a la Vida eterna, en unión con Cristo, y a entregarlo a la Iglesia celeste.
La prudencia pastoral debe aconsejar el ver claramente las grandes dificultades que encierra rehabilitar y volver a extender la celebración del Viático, pero una sana osadía pastoral debe así mismo ayudar a entender cómo el Viático puede abrir perspectivas nuevas a la comprensión cristiana de la muerte, si se realiza el esfuerzo pastoral necesario para redescubrir su sentido. Si toda eucaristía constituye, de algún modo, una prenda anticipada de resurrección, el Viático hace percibir con mayor claridad que la unión con Cristo es lo que nos permite pasar, como él y con él, más allá de la muerte, a la resurrección; es, más que ninguna otra eucaristía, el sacramento del paso de este mundo al Padre (Jn 13, 1). Y tenemos aún muy cerca la campaña sobre Vivir el morir. Quizá el hospital sea un lugar adecuado pa-ra reiniciar esta pastoral.