Uno de los frutos pastorales más granados del esfuerzo renovador llevado a cabo por el Concilio Vaticano II ha sido, sin duda, la nueva celebración de este sacramento, basada en la vuelta a las fuentes de la tradición cristiana. Haciendo especial hincapié en su genuina cualidad de sacramento del restablecimiento, la Iglesia ha dejado de considerarlo como Extrema-Unción, separándolo del final de la vida y, por tanto, diferenciando su función de la del Viático. Al fomentar, además, las celebraciones comunitarias, que tan buena acogida y desarrollo han tenido y tienen en un número cada vez mayor de comunidades cristianas, muchos enfermos y familiares han tenido claras ocasiones de comprobar los efectos restaura-dores de un sacramento al que se venía temiendo como a la ceremonia preparatoria de la muerte. Vamos a limitarnos a recordar las orientaciones más importantes del nuevo, pero antiguo, modo de comprender y celebrar este sacramento:
Los Evangelios muestran claramente el cuidado corporal y espiritual con que el Señor atendió a los enfermos, y el esmero que puso al ordenar a sus discípulos que procedieran de igual manera. Sobre todo, reveló el sacramento de la Unción …
El ser humano, al enfermar gravemente, necesita de una gracia especial de Dios para que, do-minado por la angustia, no desfallezca su ánimo y, sometido a prueba, no se debilite su fe.
La Unción de los Enfermos es el sacramento específico de la enfermedad, y no de la muerte. No es de ningún modo el anuncio de la muerte cuando la medicina no tiene ya nada que hacer. La Unción es sacramento de enfermos y sacramento de Vida, exprsión ritual de la acción liberadora de Cristo que invita y al mismo tiempo ayuda al enfermo a participar en ella. De acuerdo con la doctrina del Concilio Vaticano II, el rito de la Unción está concebido y dispuesto hacia la salud y el restablecimiento del enfermo. La neta distinción establecida con el Viático, como sacramento del tránsito de esta vida, ayuda a situar la santa Unción en su justo momento.
En la santa Unción se expresa ante todo la fe que hay que suscitar tanto en quien administra como, de manera especial, en el que recibe el sacramento; pues lo que salvará al enfermo es su fe y la de la Iglesia, que mira a la muerte y resurrección de Cristo, de donde brota la eficacia del sacramento.
Los fieles deben ser instruídos para que sean ellos mismos los que soliciten la Unción y, llegado el tiempo de recibirla, puedan aceptarla con plena fe y devoción de espíritu, de modo que no cedan al roesgo de retrasar indebidamente el sacramento. Explíquese la naturaleza de este sacramento a cuantos asisten a los enfermos.
La Unción no es ajena al personal sanitario y asistencial, pues es expresión del sentido cristiano del esfuerzo técnico. Por todo ello, sería muy de desear que el personal sanitario participara en la celebración para que pudiera abrir mejor el conjunto de su acción terapéutica a la vertiente sobrenatural, propia del sacramento.
La lucha por la salud no agota el sentido de la Unción, (que) debe ayudar a vivir la enfermedad conforme al sentido de la fe; lo cual es bien distinto de ayudar a bien morir. El enfermo ha de ver en la Unción no la garantía de un milagro, sino la fuente de una esperanza.
Como sacramento del restablecimiento, la pastoral de la Unción debe preparar al enfermo para su reintegración a la vida ordinaria, tras haber vivido un encuentro peculiar con Cristo.