Uno de los ámbitos privilegiados de la acción pastoral se refiere al seguimiento de los moribundos.
La pastoral de los moribundos está muy condicionada por el clima cultural que atravieza la sociedad actual, llevada a exorcizar la muerte. Entre los aspectos culturales que contribuyen a complicar el encuentro con la muerte tenemos:
– el clima de hedonismo y materialismo existente;
– la negación de la muerte, considerada un tabú;
– la medicalización y el tecnicismo que deshumanizan el morir;
– la institucionalización, que confina el morir a los centros sanitarios;
– la remoción de la muerte de la vida cotidiana;
– el lenguaje lleno de eufemismos que enmascara la realidad por lo que el cáncer se convierte en “aquel feo mal” o una “neoplasia”; la muerte es anunciada con: “se ha ido”, “nos ha dejado”, “ha desaparecido”, porque decir “ha muerto” parece deshumano;
– el paternalismo, que se manifiesta en actitudes protectivas;
– el énfasis biológico que reduce el morir al proceso físico sin tener en cuenta el ser global de la persona.
Humanizar el morir
La muerte es para todos la única certeza en la vida. Sin embargo, el riesgo es que el temor tome la delantera mortificando la libertad y paralizando la creatividad humana.
El desafío consiste en actuar dentro de la cultura para redimensionar gradualmente las actitudes y los condicionamientos arriba mencionados, que impiden elecciones más maduras frente al acontecimiento que acomuna a todos los seres humanos. Las etapas para humanizar el morir, comprenden el:
– tomar conciencia que la vida está llena de muerte y que la muerte es fecunda de vida;
– afrontar la muerte en primera persona captando y no rechazando aquellas ocasiones que se presentan, para mirarla en la cara y reflexionar sobre su significado;
– aprender a dar un nombre a los propios temores y ansiedades, ante la eventualidad de la propia muerte o la de los demás;
– participar en momentos formativos sobre el tema para atenuar el peso de los mecanismos de defensa y ampliar el horizonte de la libertad interior;
– valorar la oportunidad de comunicar con quien está dispuesto a hablar de su morir, para no confiar los propios sentimientos y pensamientos al silencio.
El proceso del morir: actitudes, sentimientos y recursos
El aproximarse de la muerte produce en quien la vive el pésame anticipatorio, que se manifiesta en un abanico de actitudes y estados de ánimo.
Las actitudes reciben la influencia de varios factores como: el propio carácter, los papeles interpretados, la presencia o no de una fe, el modo con el que se mira el propio pasado o a los proyectos futuros, la reconociliación o no con la propia fragilidad y provisoriedad, etc.
Actitudes recurrentes frente a la muerte, son:
– la confusión y el desconcierto
– la resignación
– la rebelión o la protesta
– el cierre
– la desesperación y/o la desconsolación
– la huída y/o el evitar
Las actitudes están acompañadas por una variedad de estados de ánimo y sentimientos, entre los cuales: el shock, la ansiedad, la angustia, el temor, la tristeza, la soledad, la depresión, el resentimiento, la cólera, el sentido de culpa, la envidia, la vergüenza.
El que está por morir puede acudir a un moasico de recursos, internos y externos, para hacer frente al eventual desapego de los bienes y de las personas amadas.
La cantidad y la calidad de los recursos incide directamente en el modo de vivir el proceso del morir.
Entre los recursos externos se pueden indicar:
– la disponibilidad, en las cercanías, de adecuados centros sanitarios, de personal sanitario y de fármacos;
– el apoyo de la propia familia, de los propios seres queridos y de los amigos;
– la pertenencia a una comunidad o a una fe religiosa;
– la cercanía de personas sensibles, como el sacerdote, los voluntarios;
– los recursos económicos. Entre los recursos internos, que al final son los más determinantes, tenemos:
– la propia filosofía de vida;
– los dones o las cualidades que posee el individuo (p.e. paciencia, valentía, tenacia…);
– la capacidad de abrirse, de comunicar y de interactuar con los demás;
– la satisfacción en torno al propio pasado;
– la confianza hacia el futuro;
– la calidad de la propia fe y espiritualidad;
– el saber hacer fecundo el dolor;
– la paz y/o la serenidad interior;
– la oración…
El siguiente coloquio pone en luz reacciones y actitudes de un moribundo y el estilo relacional de un agente de pastoral que lo visita.
Esta enfermedad está destruyendo lo que más amo en el mundo
Informaciones:
Laura se encuentra internada en la sección de oncología. Tiene cerca de 55 años, está casada y tiene tres hijas. El diagnóstico de la hospitalización es un tumor en el hígado. La paciente se encuentra en el hospital desde hace 10 días para efectuar un ciclo de quimioterapia y ya ha efectuado otros. Es la primera vez que tengo un diálogo con ella.
Coloquio:
L.=Laura D.=David
(Después de haber terminado el coloquio con la paciente de la cama de al lado me acerco a la cama de la Sra. Laura, pero me doy cuenta que duerme y estoy por irme cuando la Sra. Laura me detiene).
L1. No estoy durmiendo, he escuchado lo que decía a la señora (con un tono de voz no severo pero desconsolado).
D1. Me parecía que dormía…
L2. No, sólo tengo pocas ganas de ver a personas, este lugar me deprime mucho…
D2. Si gusta, puedo marcharme… (respondo con cierto embarazo).
L3. No, permanezca, no se preocupe (el tono de su voz es más acogedor).
D3. Me llamo David y colaboro con los capellanes… (me interrumpe bruscamente).
L4. Sí, le he visto la semana pasada, había pasado por aquí, pero yo me hacía la dormida.
D4. (Permanezco algo perplejo acerca de lo que puedo decir) Imagino que esté sufriendo mucho, por esto no quiere ver a nadie…
L5. Sí, estoy sufriendo mucho por mi enfermedad y no le encuentro ninguna salida (su apertura me sorprende y al mismo tiempo me pone en dificultad; mantengo el silencio por algunos momentos sin saber qué decir. Luego, prosigue). Yo he pedido al Señor que me cure, en cambio El no me escucha (llora, le alcanzo un pañuelo). Pero ¿qué vida es ésta? Desde hace siete años esta enfermedad me destruye… había partido del seno… no obstante la operación, el tumor se ha difundido.
D5. Siento que tiene un dolor muy grande dentro de sí misma…
L6. Así es, pero la cosa que me hace sufrir más no es tanto el mal que llevo dentro, sino el hecho que soy la causa de sufrimientos para mis hijos y mi esposo. Yo veo que cuando están aquí sufren más que yo.
D6. Está muy preocupada por ellos…
L7. Sí, estamos en silencio… yo sufro y también ellos, no logramos hablar. Yo no quiero… (rompe a llorar).
D7. (También yo permanezco en silencio, me da mucha compasión, estoy indeciso sobre qué decir, luego tomo valor para hablar de la muerte). ¿Tiene dificultad de hablar con sus hijos y con su esposo por lo que le puede suceder a usted por el tumor que tiene?
L8. Sí, es precisamente esto lo que me angustia. ¿Cómo puedo decirles que estoy muriendo? Ellos ya están tan apenados por mí…
D8. ¿No cree que sea mejor hablar con ellos que usted los está dejando y afrontar juntos este tema de la muerte, esta experiencia de separación?
L9. Yo no puedo hacerlo, les haría sufrir aún más.
D9. Usted quiere mucho a sus hijos, ¿verdad?
L10. Son lo más importante que tengo, pero ahora esta enfermedad está destruyendo lo que más amo: mi familia. Pero ¿por qué este sufrimiento? ¿para qué vivir aquí como un perro?
D10. (Permanezco en silencio sin saber qué responder… luego tomo las manos de la paciente que llora). ¿Le está enseñando algo su sufrimiento?
L11. Me ha hecho entender que mi esposo y mis hijos son las personas a quienes quiero realmente mucho… (me sonríe llorando).
D11. Lo que dice es muy bello (permanezco nuevamente en silencio y comienzo después de un poco). ¿Quiere hacer una oración y pedir ayuda al Señor en este momento difícil?
L12. No tengo ganas de orar, no lo tome a mal.
D12. Absolutamente no, si gusta puedo orar por usted.
L13. Sí, hagalo; gracias. Yo me siento lejos de Dios.
D13. Yo creo que el Señor está cerca de usted (Sonriendo y recibiendo una respuesta no verbal de acogida a las palabras que he dicho). Hasta pronto, señora. (Le apreto calurosamente la mano).
L14. Hasta pronto y gracias.
Valoración del encuentroLaura transmite claramente su lucha interior: el resentimiento que advierte hacia Dios por no haberla curado, el sentido de inutilidad del dolor (L5 “¿qué es esta vida?”; “¿a qué sirve estar aquí para vivir como un perro?” (L10), el sentimiento de culpa por causar sufrimiento a los familiares (L6, L7, L8,L9,L10).
El agente de pastoral demuestra globalmente un buen acercamiento: es delicado y respetuoso cuando interviene, admistra bien el silencio, es capaz de empatía, sabe comunicar con su gestualidad, es honesto e introspectivo al confiar sus embarazos.
Entra incluso en el tema delicado de la muerte (D7), pero respetando los límites trazados por Laura.
Alguna de sus intervenciones (p.e. D2, D8, D10) podría ser más centrada; además la oración al final parecía oportuna para recoger el dolor, los sentimientos y las necesidades de Laura.
En general, su intervención resulta benéfica: por un momento Laura abandona el refugio de la soledad para confiar a alguien sus penas y sus heridas. El coloquio ofrece el punto de partida para sugerir las siguientes orientaciones a quien acompaña a los moribundos.
Actitudes que es preciso evitar o cultivarEn términos esenciales, se proyecta un decálogo de las actitudes por evitar ante los moribundos:
– asumir rostros tristes;
– transmitir piedad en vez de respeto;
– tratarlos como enfermos (p.e. de cáncer, de SIDA…) y no como personas
– permanecer limitados en el horizonte físico sin ampliar en otras dimensiones de la persona;
– emplear frases hechas, que fastidian en vez de consolar;
– imponer los propios valores o esquemas de referencia;
– esperar cambios dramáticos, ahora que están por morir;
– minimizar o banalizar sus pérdidas, con el fin de levantarles la moral;
– juzgar sus sentimientos (p.e. “no diga así”, “no se sienta así”, etc.);
– dar falsas esperanzas. Por otro lado, se propone otro decálogo de actitudes por cultivar para ser mejores “compañeros de viaje” de quien muere:
– valorizar el don de la propia presencia;
– dar mayor cabida a la comunicación no-verbal y al contacto;
– escuchar y vivir bien con el silencio;
– respetar las diferentes elecciones y creencias;
– revivir el pasado y captar los recuerdos;
– afirmar las vivencias y las realizaciones de quien muere;
– aceptar las confesiones, los remordimientos y la pena por la derrota o las cosas no realizadas;
– conservar las pequeñas cosas o los pequeños gestos;
– sacar a la luz los recursos humanos y espirituales de los interlocutores;
– mantener las visitas breves y orar, cuando las circunstancias lo sugieran.
Una presencia sensible puede ayudar al moribundo a esperar realísticamente, a recordar con gratitud y a vivir positivamente el misterio de la vida y de la muerte.
P. ARNALDO PANGRAZZI,
M.I.