“Dirijo mi llamada, con particular confianza y afecto, a las familias y a los jóvenes. Las familias y, sobre todo, los padres han de ser conscientes de que deben dar «una contribución particular a la causa misionera de la Iglesia, cultivando las vocaciones misioneras entre sus hijos e hijas» (Familiaris consortio, 54). Una vida de oración intensa, un sentido real del servicio al prójimo y una generosa participación en las actividades eclesiales ofrecen a las familias las condiciones favorables para la vocación de los jóvenes. Cuando los padres están dispuestos a consentir que uno de sus hijos marche para la misión, cuando han pedido al Señor esta gracia, Él los recompensará, con gozo, el día en que un hijo o hija suyo escuche su llamada” (RM 80).