Para que los misioneros, con la proclamación del Evangelio y el testimonio de vida sepan llevar a Cristo a cuantos todavía no lo conocen.
Reflexión
Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) – En la homilía que el Santo Padre Benedicto XVI pronunció el pasado 9 de marzo, miércoles de Ceniza, señalaba la necesidad de que los cristianos seamos un mensaje viviente, a través de nuestro testimonio evangélico. Muchos hombres hoy no tienen otro contacto con el Evangelio, sino el que les llega a través de la vida y la palabra de los seguidores de Cristo. Por eso S. Pablo escribía de los cristianos que son una carta de Cristo, escrita con el Espíritu de Dios vivo (cfr 2 Cor 3, 3).
Hace años podía hablarse de un buen número de países que estaban marcados por la fe en Cristo, y se entendía la misión dirigida especialmente a los países donde no había llegado el mensaje del Evangelio. Hoy es más común cada día encontrar personas en la sociedad occidental que no han oído hablar de Cristo. Por eso se impone una renovada conciencia de la dimensión misionera de toda la Iglesia, de todo bautizado. Esta actividad misionera debe realizarse no sólo con la palabra, sino también con el testimonio. En este sentido, Juan Pablo II afirmaba: “El hombre contemporáneo cree más a los testigos que a los maestros; cree más en la experiencia que en la doctrina, en la vida y los hechos que en las teorías. El testimonio de vida cristiana es la primera e insustituible forma de la misión: Cristo, de cuya misión somos continuadores, es el «Testigo» por excelencia (Ap 1,5); (Ap 3,14 y el modelo del testimonio cristiano El Espíritu Santo acompaña el camino de la Iglesia y la asocia al testimonio que él da de Cristo (Jn 15,26). La primera forma de testimonio es la vida misma del misionero, la de la familia cristiana y de la comunidad eclesial, que hace visible un nuevo modo de comportarse. El misionero que, aun con todos los límites y defectos humanos, vive con sencillez según el modelo de Cristo, es un signo de Dios y de las realidades trascendentales. Pero todos en la Iglesia, esforzándose por imitar al divino Maestro, pueden y deben dar este testimonio, que en muchos casos es el único modo posible de ser misioneros” (Redemptoris Missio 42).
Se trata en definitiva de que los anunciadores de Cristo estemos convencidos de su Evangelio y nos esforcemos por vivirlo. “No todo el me que dice: Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los Cielos” (Mt 7, 21). No bastan las palabras, es necesaria la vida, es necesario el testimonio.
La historia muestra que donde hay testigos verdaderos se suscita la fe. Testimonios como el de la Beata Teresa de Calcuta o Juan Pablo II, han suscitado una corriente de frescura evangélica por donde han pasado. Pero no se puede testimoniar a Cristo, si no estamos verdaderamente unidos a Él. “Como el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo si no está unido a la vid, así tampoco vosotros si no permanecéis en Mí” (Jn 15,4).
La próxima beatificación de Juan Pablo II será también una manera de poner ante los ojos de toda la Iglesia el modelo de un hombre verdaderamente entregado a Cristo, que supo hacer de la Eucaristía el centro de su vida, que vivió, especialmente los últimos años, abrazado amorosamente a la cruz de su Señor.
En la homilía de su funeral, el entonces Cardenal Ratzinger recordaba: «"Levantaos, vamos", es el título de su penúltimo libro. "Levantaos, vamos". Con esas palabras nos ha despertado de una fe cansada, del sueño de los discípulos de ayer y hoy. "Levantaos, vamos", nos dice hoy también a nosotros. El Santo Padre fue además sacerdote hasta el final porque ofreció su vida a Dios por sus ovejas y por la entera familia humana, en una entrega cotidiana al servicio de la Iglesia y sobre todo en las duras pruebas de los últimos meses. Así se ha convertido en una sola cosa con Cristo, el buen pastor que ama sus ovejas» (Card. J.Ratzinger, Homilía del 8 de abril del 2005). Su testimonio ha suscitado la fe en muchos. ¡Que seamos misioneros como él!
(Agencia Fides 30/03/2011)