Para que María, Reina del mundo y Estrella de la evangelización, acompañe a todos los misioneros en el anuncio de su Hijo Jesús.
Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) – Por voluntad de Dios, María, como Madre del Verbo Encarnado está unida indisolublemente a la persona y a la obra de su Hijo. Con su sí, dado de una vez para siempre y renovado cada día, Ella se puso completamente a disposición del Señor. Ella es modelo y tipo de la Iglesia.
En el pasaje lucano de la Visitación, vemos a María ponerse en camino hacia Ain Karim, para asistir a su prima Isabel. Acaba de recibir en su seno a Jesús, concebido virginalmente por obra del Espíritu Santo. Inundada por la alegría, se pone en camino con prisas. El amor la urge a llevar a Isabel la Buena Noticia: el Salvador, Jesús, está entre los hombres. María no puede guardar para sí misma esta gracia. Como dice el Papa Benedicto XVI: “El viaje de María es un auténtico viaje misionero. Es un viaje que la lleva lejos de casa, la impulsa al mundo, a lugares extraños, a sus costumbres diarias; en cierto sentido, la hace llegar hasta confines inalcanzables para ella. Está precisamente aquí, también para todos nosotros, el secreto de nuestra vida de hombres y de cristianos. Nuestra existencia, como personas y como Iglesia, está proyectada hacia fuera de nosotros. Como ya había sucedido con Abraham, se nos pide salir de nosotros mismos, de los lugares de nuestras seguridades, para ir hacia los demás, a lugares y ámbitos distintos. Es el Señor quien nos lo pide: «Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos… hasta los confines de la tierra» (Hch 1, 8). (Discorso per la conclusione del mese mariano, 31 maggio 2010).
Por una parte, María nos precede en la peregrinación de la fe. Ella misma se ha fiado de Dios, y dejando atrás sus seguridades se ha puesto en camino. Ha seguido a su Hijo hasta el final, y le acompaña manteniéndose al pie de la cruz. Se ha convertido así en Madre de la Iglesia. Ella nos acompaña con amor materno, y nos recuerda que su Hijo está siempre con nosotros, como nos lo prometió: “Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo (Mt 28, 20)”.
Benedicto XVI señala que María se quedó con Isabel tres meses y durante ese tiempo se dedicó a ayudarla, a prodigarla los cuidados y las atenciones que necesitaba en su estado delicado, dada su maternidad en edad avanzada. María, que se había proclamado esclava del Señor, se dedicó a servir a los hombres, en quienes descubrió la presencia de Dios.
Pero la misión principal de su viaje no era simplemente el servicio de caridad, sino llevar a Isabel el Hijo que había concebido en su seno. María quiere, por encima de todo, ayudar a otros a encontrar a Jesús. “Nos encontramos así en el corazón y en el culmen de la misión evangelizadora. Este es el significado más verdadero y el objetivo más genuino de todo camino misionero: dar a los hombres el Evangelio vivo y personal, que es el propio Señor Jesús. Y comunicar y dar a Jesús —como atestigua Isabel— llena el corazón de alegría: «En cuanto llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno» (Lc 1, 44). Jesús es el verdadero y único tesoro que nosotros tenemos para dar a la humanidad. De él sienten profunda nostalgia los hombres y las mujeres de nuestro tiempo, incluso cuando parecen ignorarlo o rechazarlo” (Benedicto XVI, Discurso por la conclusión del mes mariano, 31 mayo 2010).
Que la Madre de Dios acompañe a nuestros misioneros en sus dificultades, que les acompañe con su amor materno, que les haga sentir el gozo y la alegría de llevar a Cristo a los hombres. (Agencia Fides 27/04/2012)