La Jornada Misionera Mundial
Para que la celebración de la Jornada Misionera Mundial sea ocasión para comprender que la tarea de anunciar a Cristo es un servicio necesario e irrenunciable que la Iglesia está llamada a desempeñar en favor de la humanidad.
Reflexión:
En ciertos ambientes actuales, se ha pretendido presentar la acción misionera de la Iglesia como una actividad innecesaria, como algo que vendría a coartar la libertad de conciencia de otros hombres. Si cada uno puede salvarse siendo fiel a su conciencia, a la religión del entorno donde ha nacido, ¿para qué anunciar el Evangelio?
El Santo Padre nos recuerda que la tarea de anunciar a Cristo es un servicio necesario e irrenunciable que la Iglesia está llamada a desempeñar en servicio de la humanidad. Jesucristo es la plenitud de la revelación de Dios, el camino, la verdad y la vida, y todos los hombres tienen derecho a escuchar este anuncio. A través de la actividad misionera, la Iglesia propone la luz de Dios que ha recibido, sin imponerla a nadie. Proponer no es imponer. El mandato del Señor permanece para siempre: “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio”.
Es parte esencial de la naturaleza de la Iglesia su dimensión misionera. La Iglesia dejaría de ser lo que Cristo quiso que fuera si dejara de anunciar la salvación de Dios a los hombres.
Pero, al mismo tiempo, este anuncio es una exigencia profunda de conversión para la misma Iglesia. Afirma Benedicto XVI que el mandato misionero “no puede realizarse de manera creíble sin una profunda conversión personal, comunitaria y pastoral” (Mensaje para la Jornada Mundial de las Misiones 2010).
Anunciar el Evangelio se convierte en una gran responsabilidad, porque los cristianos no pueden abordar ese anuncio como “dueños”, como “propietarios” de la verdad que anuncian, sino como servidores de la misma, a la que rinden su vida, puesto que descubren en ella el amor de Dios. “Como los peregrinos griegos de hace dos mil años, también los hombres de nuestro tiempo, quizás no siempre de modo consciente, piden a los creyentes no sólo que ‘hablen’ de Jesús, sino que también ‘hagan ver’ a Jesús, que hagan resplandecer el rostro del Redentor en todos los rincones de la tierra ante las generaciones del nuevo milenio y, especialmente, ante los jóvenes de todos los continentes, destinatarios privilegiados y sujetos del anuncio evangélico. Estos deben percibir que los cristianos llevan la palabra de Cristo porque él es la Verdad, porque han encontrado en él el sentido, la verdad para su vida” (Benedicto XVI, Mensaje para la Jornada Mundial de las Misiones 2010).
No podemos ser anunciadores sin ser previamente creyentes que viven con coherencia el mensaje que anuncian. El cristianismo no es una ideología, sino un encuentro vital con Cristo, el Hijo de Dios vivo. “Sólo a partir de este encuentro con el Amor de Dios, que cambia la existencia, podemos vivir en comunión con él y entre nosotros, y ofrecer a los hermanos un testimonio creíble, dando razón de nuestra esperanza (cf. 1 P 3, 15)” (Benedicto XVI, Ibid).
María, la madre de Dios, sostenga con su cariño materno el impulso misionero de los discípulos de Cristo, para que todos los hombres puedan conocer el amor de Dios manifestado en Cristo Jesús.
Reflexión publicada por: Agencia Fides el 29/9/2010