El martes, después de Jesús abandonar el Templo, subió ya al atar- decer por la colina del Olivar. "Dentro de dos día", dijo, "vendrá la Pascua; y el Hijo del Hombre será entregado para ser crucificado".
La fiesta Pascual coincidía con la luna llena del equinoccio primaveral, porque entonces también fue cuando los hebreos habían salido de Egipto, y como su marcha fue tan precipitada, de ahí que no pudieron proveerse de pan, y por eso, los judíos no comían en esta fiesta pan fermentado. Era "la fiesta de los Ázimos".
Cuando los Evangelistas hablan del "1er día de los Ázimos", hablan del jueves, o sea, del principio del viernes, según el cómputo judío. Así que fue el jueves cuando San Juan y San Pedro por el Maestro a aderezar la sala del Cenáculo, en le piso superior de una casa.
Cuando el caer de la tarde, o sea, durante la primera vigilia, que duraba hasta las 9, subió a aquella sala Jesús con sus discípulos, se recostaron todos, según la usanza oriental, sobre lechos poco elevados, apoyando el brazo derecho sobre los cojines que solía haber en derredor de la mesa: Así es como San Juan, estando colocado a la derecha del Maestro, pudo fácilmente recostar su cabeza sobre el pecho del Señor. Y precisamente, mientras cenaban fue cuando Jesús, tomando en sus manos uno de los grandes panes ácimos delgados y anchos, como de unos 20 centímetros, lo convirtió en su Cuerpo, y dijo una oración eucarística, o de acción de gracias, como la hacía el padre de familia, quien antes de comer el cordero pascual, daba gracias a Dios por haber libertado a Israel de su cautiverio. Habiendo cenado y quedando aún por beber la última copa, conforme al rito mosaico, Cristo convirtió asimismo el vino en su Sangre, empleando para ello la fórmula que sellara Moisés la Antigua Alianza, en la sangre de las criaturas: "Ésta es la Sangre, el Testamento que Dios ha hecho para vosotros". Jesús añadió estas dos palabras: "Ésta es Mi Sangre…del NuevoTestamento. El legislador judío, al hablar de la Pascua, centro de toda la vida religiosa de Israel, había dicho: "Guardaréis el recuerdo de este día, y lo celebraréis de generación en generación, porque es una institución eterna". Así también, el Señor, mandó a sus Apóstoles, y "en ellos a todos sus sucesores en el sacerdocio", añade el Concilio de Trento, que consagrasen "ese Pan y ese Cáliz en memoria suya". El Cordero inmolado hace más de 1500 años por los hijos de Israel, ha sido sustituido por el Cordero de Dios que inmolaremos hasta el fin de los siglos, y la Misa, que se identifica con la Cena y el Calvario, se convertirá en el centro religioso del mundo cristiano.
Último Discurso de Jesús – Getsemaní. Terminada la cena, pronunció Jesús el sublime discurso, que viene a ser como su testamento, y cuya segunda parte la reservó para cuando iban del Cenáculo a las afueras de la ciudad. Pasaron por la puerta que se encuentra no lejos de la piscina de Siloé, y subieron luego por el valle del Cedrón, a lo largo del barrio de Ofel, para llegar hasta el huerto de Getsemaní, situado en la falda del Olivete. Allí fueron también testigos de su agonía, tres veces renovada, los tres discípulos que habían presenciado su Transfiguración. Judas que había vendido a su Maestro por la suma irrisoria de treinta denarios, vino con el jefe de una cohorte romana y sus soldados y con los guardianes del Templo enviados especialmente por el Sanedrín. Era ya muy de noche, y todos ellos entraron con Jesús en Jerusalén, volviendo a subir las laderas del norte de la ciudad, y se fueron directos al palacio de los Sumos Sacerdotes.
El Proceso religioso ante Anás y Caifás. Iba ya a instruirse el proceso religioso, porque era la autoridad religiosa la que debía preguntar a Jesús si se creía verdaderamente Hijo de Dios. El Sanedrín lo componían 70 miembros, a cuya cabeza estaban los príncipes de los sacerdotes, siendo presidente el Sumo Sacertote. Anás se las había apañado para que este cargo pasara sucesivamente a cinco de sus hijos y luego a su yerno Caifás, precisamente en el año de la muerte del Señor. Los representantes de la religión judía esperaban como Mesías a un rey guerrero, que les libertara por la fuerza del yugo romano.
Jesús fue conducido primero a casa de Anás, suegro del Gran Sacerdote. No siendo entonces pontífice, tampoco era competente para juzgar a Cristo, el cual bien se lo dío a entender. El negocio iban mal encauzado, y hubo que acudir al tribunal del mismo Gran Pontífice, Caifás.
Éste esperaba ya a Jesús en otra ala de su palacio, sentado según costumbre, sobre una plataforma y con las piernas cruzadas. En torno suyo estaban los otros sacerdotes formando hemiciclo y sentados también en el suelo sobre cojines. El procedimiento era desde luego ilegal, porque el juicio se había de celebrar de día y delante de testigos. Eran como las nueve de la noche, y los testigos fueron cogidos en flagrante delito de impostura. Caifás, reventando de cólera, abjura entonces solemnemente (contra, la Ley mosaica, que en este caso anulaba la confesión del reo) le diga si es el Hijo de Dios. Y Jesús, que tan sólo aguardaba este momento para hablar, afirma oficialmente su divinidad delante de la autoridad religiosa reunida en gran consejo. Entonces se le juzga merecedor de muerte y Jesús acepta la sentencia porque precisamente el ser Hijo de Dios le habilitará para dar un valor infinito al sacrificio que va ofrecer a Dios , Padre suyo, por sus hermanos los hombres.
Jesús aguanta los escarnios de los siervos del Sumo Sacerdote – Arrepentimiento de San Pedro – Desesperación de Judas.
Durante el resto de la noche entrega a Jesús al poder los criados de los sacerdotes, que blasfeman y le cubren de salivazos.
En esa misma noche, Pedro que había seguido aunque de lejos a Jesús, fue introducido por Juan en el patio del palacio del Sumo Sacerdote, en donde renegó por tres veces de su Maestro; más al oír el tercer canto del gallo, salió de allí y "lloró a voces y con grandes gemidos", según el dice el texto griego.
Al amanecer, se reunió nuevamente el gran Sanedrín para dar su sentencia, -la cual había fallarse de día- siquiera para darle cierto viso de legalidad. Volvió a comparecer Jesús ante el Tribunal, y habiéndose declarado nuevamente el Hijo de Dios, de nuevo fué también condenado.
Judas vino a reconocer entonces la magnitud de su crimen, y roído del remordimiento, se fué al Consejo de los Sacerdotes todavía congregados y confesó "que había pecado al entregar la sangre del Justo". Desesperado el traidor ante la respuesta del Consejo, desparramó por el Templo las monedas de plata que había recibido en pago, y bajando la cerca de la piscina de Siloé, se internó por la profunda hoz por donde se precipita el torrente de Hinnón, y en el lugar que se llama Gehenna (Ge-Hinnón) "allí se ahorcó", y, habiéndose roto el cordel, su cuerpo cayó de cara contra tierra.
Proceso civil ante Pilatos. Pero el derecho de vida y de muerte pertenecía sólo a Roma, de quien en estos tiempos dependía la Palestina. Era, pues, preciso llevar la causa al Procurador romano, y entonce condujeron a Jesús al pretorio de Poncio Pilato, situado en la ciudadela Antonia, en donde no osaron entrar los judíos por temor de contaminarse, al pisar los umbrales de un solar pagano en las fiestas de Pascua.
Iba a instruirse el proceso civil de Jesús. Pero ante ese nuevo tribunal era preciso llevar algún crimen político. El Mesías para los judíos debía ser un monarca terreno, y por eso acusaban a Jesús, que se decía el Mesías, como rey competidor del César. En este nuevo terreno se repitió punto por punto el mismo procedimiento que el de la noche anterior: igual silencio de Jesús ante los falsos testigos, igual afirmación oficial de su espiritual realeza ante el mundo pagano, representado ahora por aquellos que poseían el imperio del mundo; idéntico maltratamiento de los soldados romanos.
Pero Jesús, que en realidad presidía toda aquella tormenta, no quería ser condenado sino como Hijo de Dios y Rey de las almas; y de ahí que ladeara la causa al terreno puramente religioso: " Mi reino no es de este mundo". Esto ya no era competencia de Pilatos, y de ahí que hasta el fin se empeñara en declararle del todo inocente. Los judíos acudieron entonces a la intimidación, y Pilatos, demasiado débil para usar de toda su autoridad ante una turba que se hubiera vengado de él acusándole ante los altos poderes, echa mano de múltiples ensayos para salvar sus propios intereses, sin desatender de las protestas de un resto de conciencia pagana y supersticiosa, que teme de un modo vago algún castigo de los dioses.
Jesús delante de Herodes – Es conducido a Pilatos –
Es preferido Barrabás – La flagelación.
Herodes. Enterándose Pilatos que Jesús era galileo, le envió a Herodes. Este tetrarca de Galilea era hijo de Herodes el Grande, el que mandó degollar a los Inocentes, cuando los magos le anunciaron que acababa de nacer el "Rey de los Judíos". Humillado por el silencio del Señor, quiso también Herodes humillar a los judíos, vistiendo a Jesús con una túnica blanca de los candidatos a la realeza que éstos le negaban.
Barrabás. Tampoco logró mayor éxito el paralelo establecido entre un asesino y Jesús.
La Flagelación. Era ésta un suplicio reservado a los esclavos. El paciente, despojado de sus vestidos, tenía las manos atadas a la argolla de un poste. El verdugo, armado de un látigo de delgadas correas rematadas por huesecillos, las hacía caer acompasadamente sobre las encorvadas espaldas de la pobre víctima. Las correas, al cruzar de lado a lado el cuerpo, llegaban hasta abrir en él hondos surcos, desgajándose pedazos de carne, y manando la sangre a borbotones.
En tan lastimoso estado es presentado Jesús a las turbas, cubierto con un manto de color púrpura, con corona y cetro de junco marino. Los judíos comprenden toda la ironía de tal escena.
La Condenación. Entonces se arrojaron despechados sobre su título de Hijo de Dios, que será la causa única de su muerte. Pilatos que se rinde ante el argumento decisivo: "te denunciaremos al César", piensa encontrar un postrer ardid para tranquilizar a los judíos, y muestra, por el acto simbólico de lavarse las manos, cómo ante su tribunal Jesús es inocente, y que no se los entrega sino porque ellos pretenden que sus leyes le condenan; y en esta misma idea se sostendrá hasta el último momento, haciendo colgar en su cruz un rótulo escrito en tres lenguas, que indicaba, según era costumbre, la causa de su condenación. Decía aquél: "Jesús Nazareno, Rey de los Judíos". El cobarde de Pilatos es culpable de homicidio.
El Camino del Calvario. – La Crucifixión. –
Agonía de Jesús en la Cruz.
A eso de las 11, Jesús salió del Pretorio. La Vía Dolorosa empezó en el camino que baja al valle del Tyropeón y torna a subir hacia el este, en rápida pendiente hasta las puertas de la ciudad. Allí, y ya afuera de las murallas, está el monte Gólgota, en donde solían tener lugar las ejecuciones.
Jesús padeció su postrer suplico en medio de las más densas tinieblas que reinaron desde el mediodía hasta las tres y que se pudieron ver en todo el imperio romano.
La muerte en cruz era el más atroz de los suplicios, porque la víctima, necesariamente inmovilizada, debía soportar durante varias horas todo el peso del cuerpo, que cargaba sobre los brazos extendidos. Esa horrible tensión traía la sangre al rostro, congestionándolo, y al pecho, provocando un dolor insufrible, especialmente caracterizado por abrazadora sed. Morir crucificado era morir de puro dolor y en la más angustiosa de las agonías. Por la tarde se trataba de abreviarla, quebrándole las piernas al ajusticiado, cuyos pies estaban como un metro sobre el suelo.
La Muerte de Jesús y Su Sepultura. Llegó el momento decisivo en que va a obrarse la Redención del humano linaje. Jesús va a sellar con su sangre todos los actos de su vida, para que éstos sean actos redentores; y para demostrar cómo no muere forzado, sino por amor de su Padre y los hombres, acepta que la muerte se cebe en su persona, mas expira dando un fuerte alarido que indica su fortaleza más que de león.
Eran como las tres de la tarde. A eso de las 5 fué desclavado de la cruz y sepultado de prisa, pues a las 6 empezaba ya el Sábado, "que este año era aún más solemne" por coincidir con el 15 de Nisán, el día más importante de todas las fiestas Pascuales, el cual simboliza el descanso en el que Jesús había entrado para siempre.
Los judíos no tenían cementerios público; así que cada cual se preparaba su monumento funerario en alguna finca propia, a menudo a entrambos lados de los grandes caminos. José, que era natural de Arimatea, pueblo de Judea, colocó el cuerpo de Jesús en un sepulcro que para sí mismo se había cavado en la roca, sito en un huerto junto al lugar en que murió el salvador. Nicodemo había traído como unos 32 kilogramos de perfume para embalsamarlo provisionalmente. Luego se cerró el sepulcro con una gran losa en forma de rueda de molino, y por lo mismo muy difícil de mover. Las santas mujeres se volvieron entonces a la ciudad y compraron aromas, con intención de sepultar el cuerpo de Jesús con mayor cuidado, después del descanso sabatino.
Fuente:http://www.ewtn.com