2. Qohelet, el sabio escéptico, pero creyente

¿Quién es Qohelet?:
Eclesiastés, en hebreo Qohelet, es un nombre común, que probablemente designaba al que hablaba en la asamblea, que en hebreo se dice Qahal.
Nuestro autor es, además, una persona dedicada a la sabiduría y a la ciencia: todo un personaje relevante en su ambiente. Qohelet habla en su libro de la vanidad de las cosas humanas. Todo es falaz: la ciencia, la riqueza, el amor y hasta la misma vida. Esta no es más que una serie de actos incoherentes y sin importancia, que concluye con la vejez y con la muerte, la cual afecta igualmente a sabios y a necios, ricos y pobres, animales y seres humanos.
Qohelet es hombre de buena salud y no busca como Job la razón del sufrimiento, sino que comprueba la vacuidad del bienestar y se consuela recogiendo los modestos goces que puede ofrecer la existencia. O, más bien, trata de consolarse, porque se encuentra totalmente insatisfecho. El misterio del más allá le atormenta sin que vislumbre una solución.
Pero Qohelet es un creyente y, si bien queda desconcertado ante el giro que Dios da a los asuntos humanos, afirma que Dios no tiene por qué rendir cuentas, que se han de aceptar de su mano tanto las pruebas como las alegrías, que se han de guardar los mandamientos y temer a Dios. El libro enseña al hombre su miseria, pero también su grandeza, mostrándole que este mundo no es digno de él. Le incita a una religión desinteresada, a una oración que sea la adoración de la criatura consciente de su nada en presencia del misterio de Dios.
¿Cuáles son, en resumen, los aspectos más importantes de su reflexión?
Sobre la vanidad de la vida: ¡Vanidad de vanidades, todo es vanidad! ¿Qué saca el hombre de toda la fatiga con que se afana bajo el sol? … Todas las cosas dan fastidio (1, 2.3.8).
Sobre la sabiduría: He aplicado mi corazón a investigar y explorar con la sabiduría cuanto acaece bajo el cielo. ¡Mal oficio éste que Dios encomendó a los humanos para que en él se ocuparan! He aplicado mi corazón a conocer la sabiduría, y también a conocer la locura y la necedad, y he comprendido que aun esto es atrapar vientos, pues donde abunda sabiduría abundan penas, y quien acumula ciencia acumula dolor (1, 13.17s).
Yo vi que la sabiduría aventaja a la necedad, como la luz a las tinieblas. El sabio tiene sus ojos abiertos, mas el necio camina en las tinieblas. Pero también yo sé que la misma suerte alcanza a ambos. Pues el sabio muere igual que el necio ¿Qué le queda al hombre de toda su fatiga y esfuerzo bajo el sol? Pues todos sus días son dolor, y su oficio penar, y ni aún de noche su corazón descansa (2, 13.2.16.22s).
He aplicado mi corazón a explorar y a buscar sabiduría y razón, a reconocer la maldad como una necedad y la necedad como una locura. Lo que hallé fue sólo ésto: Dios hizo sencillo al ser humano, pero él se complicó con muchas razones (7, 25.29).
¿En qué supera el sabio al necio? … Porque ¿quién sabe lo que conviene al hombre en su vida, durante los días contados de su vano vivir, que él solo vive como una sombra? (6, 8.12).
Sobre los acontecimientos de la vida: Todo tiene su momento, y cada cosa su tiempo bajo el cielo: su tiempo el nacer y su tiempo el morir … su tiempo el matar y su tiempo el sanar … su tiempo el llorar y su tiempo el reír. Dios ha hecho todas las cosas apropiadas a su tiempo … sin que el hombre llegue a descubrir la obra que Dios ha hecho de principio a fin (3, 1-4.11).
Sobre la presencia del mal en el mundo: Me volví a considerar todas las violencias perpetradas bajo el sol: vi el llanto de los oprimidos, sin tener quién les consuele; la violencia de los verdugos … Felicité a los muertos que ya perecieron, más que a los vivos que aún viven. Más feliz aún que entrambos es aquel que aún no ha existido, que no ha visto la iniquidad que se comete bajo el sol (4, 1-3).
Si ves la opresión del pobre y la violación del derecho y de la justicia, no te asombres por eso. Se te dirá que una dignidad vigila sobre otra dignidad, y otras más dignas sobre ambas. Se invocará el interés común y el servicio del rey (5, 7s).
Sobre el carácter de la felicidad y el modo de conseguirla: Comprendo que no hay para el hombre más felicidad que alegrarse y buscar el bienestar en su vida. Y que todo hombre coma y beba y disfrute bien en medio de sus fatigas, eso es el don de Dios (3, 12s).
Anda, come con alegría tu pan y bebe de buen grado tu vino, que Dios está ya contento con tus obras. En toda sazón sean tus ropas blancas y no falte ungüento sobre tu cabeza. Vive la vida con la mujer que amas, todo el espacio de tu vana existencia que se te ha dado bajo el sol, ya que tal es tu parte en la vida y en las fatigas con que te afanas bajo el sol. Cualquier cosa que esté a tu alcance el hacerla, hazla según tus fuerzas, porque no existirá obra ni razones ni ciencia ni sabiduría en el seol a donde te encaminas (9, 7-10).
Sobre el destino de los vivientes y el valor de la vida: El hombre y la bestia tienen la misma suerte: muere el uno como la otra y ambos tienen el mismo aliento de vida … Todos caminan hacia una misma meta: todos han salido del polvo y todos vuelven al polvo. ¿Quién sabe si el aliento de vida de los humanos asciende hacia arriba, y si el aliento de vida de la bestia desciende hacia abajo, a la tierra? (3, 19-21).
Más vale el día de la muerte más que el día del nacimiento. Más vale ir a casa de luto, que ir a casa de festín; porque allí termina todo hombre, y allí el que vive, reflexiona … El corazón de los sabios está en la casa de luto, mientras que el corazón de los necios en la casa de alegría (7, 1s.4).
No hay señorío sobre el día de la muerte, ni hay evasión en la agonía (8, 8).
Hay un destino común para todos, para el justo el malvado, el puro y el manchado, el que hace sacrificios y el que no los hace, el bueno como el pecador … Eso es lo peor de todo: que haya un destino común para todos, y así el corazón del hombre está lleno de maldad (9, 2s).
Mientras uno sigue unido a todos los vivientes hay algo seguro, pues más vale perro vivo que león muerto. Porque los vivos saben que han de morir, pero los muertos no saben nada. Además, el hombre ignora su momento: como peces apresados en la red, como pájaros presos en el cepo, así son tratados los humanos por el infortunio, cuando les cae encima de improviso (9, 4s.12).
El hombre se va a su eterna morada … vuelve el polvo a la tierra, a lo que era, y el espíritu vuelve a Dios, que es quien lo dio (12, 5.7).
Preguntas para la reflexión en grupo y la meditación.
  1. ¿Coincides o discrepas con la visión de las realidades de la vida que presenta Qo-helet? Concreta en qué aspectos y hasta qué punto.
  2. ¿Crees que hay gente que hoy vive con esa misma mentalidad? Si es así, señala quiénes.
  3. La asistencia a los enfermos terminales, y la repercusión que produce en quienes la practican ¿dan pie para pensar y sentir como lo hace Qohelet?

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