1° Ponencia: Pastoral Misionera de la Iglesia en El Salvador

PASTORAL MISIONERA DE LA IGLESIA EN EL SALVADOR

Reseña histórico – teológica para el 1er. Congreso Misionero de El Salvador

Por Mons. Jesús Delgado Acevedo

I Pastoral misionera en la Iglesia que peregrina en El Salvador

La misión en tiempos de la Conquista

De acuerdo a los documentos escritos del tiempo de la conquista, la misión evangelizadora de nuestros pueblos fue realizada por los españoles ciñéndose a las leyes del Real Patronato. Hubo abusos, como en todo, en la práctica de este privilegio.

Inicialmente, la misión evangelizadora iba de par con el fenómeno de la conquista, era parte integrante de ésta. En general, los primeros sacerdotes que llegaban a las tierras conquistadas eran capellanes del ejército. De suyo no tenían mandato de evangelizar a los indios, sino de atender a los soldados españoles; pero, en ocasiones, el conquistador, exigido por su conciencia cristiana, ordenaba al capellán que al paso de su batallón, fuera bautizando a los indios que encontraban en su camino, para salvar sus almas.

Esta práctica estaba motivada por un deber de conciencia, pero no dejaba de tener repercusiones jurídicas y pastorales. Porque, una vez bautizados los indios, entraba en vigencia la misión canónica, es decir, la necesidad de proveer de misioneros, empezando por un obispo, a las comunidades de estos nuevos bautizados. Efectivamente. Desde el momento que estaban bautizados, los indios formaban parte de la Iglesia y, por ende, la Iglesia debía atenderlos en sus necesidades espirituales y pastorales.

En general, los obispos nombrados por el Rey tenían un auténtico espíritu misionero. Pero, ante la ingente tarea de bautizar y adoctrinar tan grande cantidad de indios, siendo tan pocos los clérigos misioneros, la Corona Católica giró órdenes para que los soldados asumieran tareas de catequizar a los indios ya bautizados. Tarea que, por derecho de encomienda de indios, no podía eludir el encomendero. Esta ley y esta práctica permitió a los laicos tomar parte en la tarea misionera de la Iglesia. De hecho, para los Reyes de España la epopeya del descubrimiento de América era un reto misionero de parte de Dios; no así para muchos conquistadores que sólo soñaban en encontrar el “dorado”.

La labor a mitad misionera y a mitad conquistadora de los españoles en nuestras tierras desencadenó un mal religioso en nuestras tierras que todavía perdura, es decir, un cristianismo de masa, sin conciencia, tradicional, poco comprometido, inconsecuente de sus compromisos como bautizados, demasiado poco instruidos en la fe y por los mismo, fácil presa de brujerías y creencias espiritistas.

Misión y misioneros en El Salvador

El primer sacerdote que puso pie en tierras salvadoreñas, entonces conocidas como tierras de Cuzcatlán, fue un sacerdote diocesano, capellán del ejército que conducía don Pedro de Alvarado, en 1525; y que acompaño también a don Diego de Holguín cuando fue enviado a fundar la ciudad de San Salvador, en 1526.

El Padre Francisco Hernández pertenecía al clero de San Pedro, como entonces eran conocidos los sacerdotes del clero diocesano. Él solo, no pudo bautizar ni siquiera el tercio de los indios que habitaban el recién fundado San Salvador. El acto de conquista de este pueblo para la Corona española quedaba por ende, incompleto. El Padre Hernández tuvo que abandonar rápidamente San Salvador, para seguir su camino con el batallón de don Diego de Holguín.

No obstante, el Remesal atestigua que el Padre Francisco Hernández regresó a San Salvador para hacerse cargo de la asistencia sacramental de los españoles que ya habían empezado a poblar las tierras cuzcatlecas, sin asumir la inmensa tarea de misionar a los indios. El Padre Hernández se habría quedado en San Salvador hasta el año 1530.

Remesal da también la noticia sobre el segundo misionero en tierras cuzcatlecas. Se trata de un tal Pedro Ximenez que se había hecho cargo de la “cura” de los indios bautizados en tierras cuzcatlecas. Este Pedro Ximenez, sin embargo, no era clérigo sino laico; era un encomendero de indios.

Refiriéndonos a la participación de los laicos en la obra misionera de la Iglesia, las fuentes históricas que conciernen a Sonsonate develan un hecho curioso y a la vez lastimoso para la fe cristiana. En 1543, Pizarro había expulsado del Perú a un contingente de soldados que se habían sublevado contra de la Corona española. Eran soldados portugueses. Pizarro los puso en una embarcación que dejó ir a la deriva a lo largo de la costa del océano Pacífico. Esta embarcación encalló en costas cuzcatlecas, cerca del ahora conocido puerto de Acajutla. Al darse cuenta, esta soldadesca, de que en esas tierras a la redonda no había cura de almas, ellos vieron la oportunidad de hacerse un “modus vivendi” y asumieron la tarea de asistir espiritualmente a los indios, más por ganar dinero que por evangelizar. Esto desembocó en una lamentable situación de inmoralidad que desedificó la piedad de los indios, que ya habían sido misionados por el primer obispo de Guatemala, Francisco Marroquín.

En cuanto el Obispo Marroquín se dio cuenta de la situación lamentable en que había caído la comunidad de indios cristianos en Sonsonate, gestionó con la orden de Santo Domingo el envío a Sonsonate de un grupo de frailes de esa prestigiosa orden religiosa.

Mientras tanto en San Salvador había un único sacerdote diocesano para servir a los españoles e indios, era el Padre Sebastián Morales. Quienes defendían a este sacerdote, se opusieron a que el obispo Marroquín trajera frailes dominicos a San Salvador, pues iban a quitar el sustento merecido al sacerdote diocesano. Pero el obispo Marroquín hizo caso omiso de esta oposición y mando, en 1550, a tres frailes dominicos a San Salvador. Más tarde, en 1560, envió también otro grupo de frailes de la orden franciscana.

De acuerdo a Mons. Ricardo Vilanova y Meléndez, el primer Cura Párroco de San Salvador habría sido el Presbítero don Antonio González Lozano (Cfr. Apuntamientos. Pg. 28)

Así quedan ubicados en la geografía religiosa de El Salvador, los primeros actores de la misión de la Iglesia católica en El Salvador. No voy a trazar aquí una lista de estos misioneros seculares. Sé que Monseñor Romeo Tovar Astorga elabora dos libros muy interesantes en este sentido. Esperaremos su publicación para enterarnos mejor de esta pléyade gloriosa de misioneros, tanto de vida secular como de vida regular.

Mi interés, ahora, se limita a ver cómo nuestro clero secular fue misionero y participó a la misión de la Iglesia Católica en El Salvador.

Métodos de evangelización

1. Me intereso por de pronto en trazar en grandes líneas, los métodos de evangelización del clero secular. Y en este sentido he de decir que como eje de su labor pastoral asumieron desde el principio la celebración de la misa dominical. Ésta era precedida de la catequesis obligatoria para todos, adultos y niños, y con ocasión de la celebración de la misma, aprovechando la concurrencia de los indios venidos de la montaña y de los valles, los curas párrocos bautizaban. La preparación al bautismo era muy escasa. Aun cuando fuesen adultos se les bautizaba con carácter de urgencia, es decir, para salvar sus almas. La catequesis venía después, para preparar la recepción de los demás sacramentos, particularmente la primera comunión.

Se llamaba “doctrina” a la enseñanza impartida sobre las verdades de la fe y el aprendizaje de virtudes morales que daban sello cristiano a la vida. Frecuentemente, los encomenderos asumían la misión de impartir la doctrina, con ayuda de fiscales y policías. El lugar donde concurrían los indios para la doctrina era, frecuentemente, el casco de una hacienda, por lo general propiedad del encomendero. Con el tiempo a estos lugares se les dio el nombre de “doctrinas”. En ellos se fueron construyendo ermitas, luego templos y más tarde iglesias parroquiales.

2. Pero no vayamos a pensar que los sacerdotes del clero secular se diferenciaban de los regulares porque éstos eran misioneros itinerantes y, en cambio, los del clero secular harían sido sedentarios. No, en modo alguno. Tanto el sacerdote de orden regular, como el sacerdote del clero secular se enfrentaban a un mismo fenómeno, y es que muchos indios no venían a la doctrina por razones múltiples, desidia, pereza, rechazo a recibir instrucción, miedo de ser enrolado por el encomendero en su encomienda, etc. Los sacerdotes del clero secular iban también en busca de estos indios para asistirlos espiritual y sacramentalmente, en sus lugares de habitación.

Es en todos ellos, en quienes piensa Monseñor Ricardo Vilanova y Meléndez (V) cuando, con tono bastante poético pero con una pluma ceñida a la realidad, escribe en su libro APUNTAMIENTOS DE HISTORIA PATRIA ECLESIÁSTICA, lo siguiente:

Estos misioneros, con un bordón en la mano, con su cruz de misioneros, con la fe en su inteligencia y la caridad en su corazón, despreciando los peligros y aceptando los más duros sacrificios, se internaron también en los bosques, atravesaron los ríos, escalaron las cerranías hasta encontrar a los indios a quienes buscaban” (V. 21)

El misionero, a la sombra de algún árbol, o al pie de una cruz, comenzaba a infiltrar en sus almas las primeras luces de la fe, los primeros consuelos de la esperanza y los primeros vínculos de la caridad. Así, el misionero iba poco a poco formando reductos, trayendo familias, juntando los dispersos, y escogía después un sitio a propósito para formar las poblaciones. El procedimiento era, construir primero una pequeña capilla, en la que ordinariamente no había más que una pequeña cruz; junto a ella, se formaba la choza del misionero y alrededor se agrupaban las familias”(ibi.)

Al referirse a la defensa que los misioneros hacían de los indios frente a los abusos de los encomenderos, Monseñor Vilanova nos hace ver que cuando él habla de misioneros piensa no solamente en los religiosos, Dominicos o Franciscanos, sino también en los sacerdotes del clero secular. Así, escribe lo siguiente: “Junto a nombres de misioneros conocidísimos, como Fray Bartolomé de las Casas, debemos nombrar el nombre del primer misionero de Sonsonate, el Obispo Francisco Marroquín” (ibi)

Contrasta con el juicio del Obispo Vilanova, los juicios bastante severos y a veces inmisericordes que el arzobispo de Guatemala Pedro Cortés y Larraz dejó escritos en sus apuntes de las visitas pastorales que realizó a las parroquias de El Salvador, entre 1768 y 1770. La diferencia de juicios viene de algo muy simple: mientras Cortez y Larraz buscaba ver lo que quería ver; Vilanova describe lo que había, con la ayuda de testigos serios de los tiempos primeros. (cfr. Descripción Geográfico-moral de la Diócesis de Goathemala. Tomo I)

3. Debemos recalcar, eso sí, una especial nota del actuar pastoral del clero secular salvadoreño en la obra misionera de la Iglesia Católica en El Salvador. Me refiero a su clara incidencia en los asuntos públicos tanto del orden político, como en lo jurídico y en lo social.

No me es permitido, por la limitación del tiempo de que dispongo, entrar en detalles. Me limito a una somera reflexión histórica sobre el origen de esta especial nota pastoral.

Es innegable que en el concepto de la conquista de los pueblos de indios, y en el concepto de las Leyes de Indias que el Rey de España había promulgado para un desempeño cristiano, justo y racional de las funciones asignadas a los españoles comprometidos en la conquista, colonización y misión eclesiástica de estos pueblos descubiertos por ellos, se asignaban a los clérigos, obispos, frailes y curas, un poder político de vigilancia sobre el estricto cumplimiento de la voluntad de los Reyes de España por parte de los funcionarios reales.

Cuando en 1821 San Salvador se independizó de Guatemala, pensaban los san salvadoreños de entonces que rompían con Guatemala, pero no con las costumbres y privilegios políticos de España, entre otros, se creían herederos del Real Patronato que, siendo un poder de los reyes de España, según ellos, pasaba a ser parte del poder de los países que se independizaban. Arrastrando consigo la mentalidad y la práctica política de España, reconocían a los clérigos el derecho de vigilar e incidir en los asuntos políticos. Es así como nombraron y se dejó nombrar el Presbítero Matías Delgado, primer obispo de San Salvador. De parte del Gobierno que nació de la independencia, no había ningún problema en que Matías Delgado “se metiera en política”, como decimos hoy. Y aunque este suceso confuso suceso llegó a aclararse con el tiempo, quedó una mentalidad en San Salvador.

Retazos de la historia de El Salvador incluyen tensiones dolorosas entre Gobierno e Iglesia. Desde el primer obispo de San Salvador, Monseñor Viteri Ungo, hasta Monseñor Romero, gravita en la mente de los salvadoreños que la Iglesia puede y debe incidir en lo político, a lo cual los gobernantes nunca se opusieron aunque esperaron siempre que el Vaticano nombraría obispos favorables al gobierno en funciones, tal y como había sido en tiempos del dominio español, de acuerdo a la mística política de “las dos espadas”. Pero cuando nuestros obispos han defendido los derechos de la Iglesia frente a abusos del Estado salvadoreño o han clamado con el evangelio por los más débiles, entonces se han creado conflictos, no estrictamente religiosos sino políticos, más de alguno muy doloroso, entre representantes de la Iglesia Católica y los gobiernos en turno.

Conclusión

De esta visión histórica somera, podemos concluir que la contribución del clero secular a la misión de la iglesia Católica en El Salvador es, concretamente, a la creación de una verdadera parroquia misionera.

Cada población fundada por españoles tenía al centro un edificio religioso que, luego de ser doctrina o centro de misión, se convertían en parroquias para la administración de la catequesis y la recepción de los sacramentos. El atrio inmenso que se explayaba delante de cada edificio de iglesia era signo del encuentro fraterno y de comunión fomentado por estas parroquias, al acoger en su espacio a los indios venidos de las montañas y de los valles para cumplir sus obligaciones religiosas.

La parroquia se convirtió en lugar de encuentro y de comunión. La gente misma de la ciudad o del pueblo contribuía con el Cura párroco a dar de comer a la gente venida del campo. Incluso, construían sus casas con amplios corredores exteriores, o portales, en donde dormían los indios por las noches del viernes a domingo, cuando el atrio de la iglesia parroquial era insuficiente.

Los curatos se fueron multiplicando y con ello fueron desapareciendo los oratorios o lugares de alojamiento para los peregrinos venidos del campo. Los Curas párrocos se convertían en misioneros de la gente del pueblo o de la ciudad, en tanto que los sacerdotes regulares, o religiosos, eran itinerantes.

Sin embargo, en El Salvador, en donde el número de clero secular ha sido siempre mayor al de los regulares, los Curas Párrocos asumieron también el carácter de misioneros itinerantes. Luego de dar los servicios parroquiales los sábados y domingos en el pueblo, ellos iban al encuentro de los indios que no concurrían al pueblo, para darles el pan espiritual, la doctrina, asistir a sus enfermos, confesar, celebrar la eucaristía, preparar a los niños en la catequesis.

En este sentido, nuestros curas párrocos no han caído en la parálisis del funcionalismo, salvo raras excepciones, en áreas de grandes urbes de reciente formación. Pero, esencialmente, el sacerdote secular salvadoreño sigue siendo itinerante, sin abandonar por ello sus responsabilidades con los feligreses de las ciudades y de los pueblos. En estas áreas se manifiesta también su capacidad misionera, sectorizando su territorio parroquial urbano y asumiendo la responsabilidad de ir al encuentro de los hombres y mujeres de dichos sectores, acompañados de laicos misioneros y evangelizadores.

Formación de los sacerdotes

Había en la ciudad de Antigua Guatemala un único centro de formación para los clérigos seculares que daban servicio en Guatemala y en El Salvador. Era la Pontificia Universidad de San Carlos de los Caballeros. Una formación estrictamente escolástica, seria, ceñida a las normas emanadas del Concilio de Trento y de acuerdo a la tradición de las grandes universidades españolas del sur de España.

La evangelización en tiempos modernos

No mucho variaron las prácticas pastorales desde el tiempo de los primeros misioneros, en 1550, hasta el Concilio Vaticano II, a pesar de que a fines del siglo XIX hubo un congreso misionero latinoamericano. El objeto de este congreso fue regular las normas de la sacramentalización y puntualizar un libro de catequesis para todas las iglesia de América Latina; también dar mas relieve a la figura del obispo como funcionario administrador de los bienes espirituales y materiales de la Iglesia.

A partir de este momento, se multiplican las diócesis en los países de América Latina, y también en El Salvador. Para 1930 se tienen ya tres diócesis, para un país de 21, 000 kilómetros cuadrados. Después del Concilio Vaticano II se incrementan a 8 las diócesis.

La llegada a la arquidiócesis de San Salvador de un arzobispo como fue Monseñor Luis Chávez y González, fue una bendición para la pastoral de esta arquidiócesis.

Monseñor Chávez y González, sacerdote sencillo pero de una visión pastoral de proyección a futuro, se puso en sintonía con todos los cambios que la pastoral estaba adquiriendo en la Iglesia de Europa, y quiso traer esos aires renovadores a San Salvador. Para ello, escogió de entre sus sacerdotes, los mejores dotados para que fueran a hacer experiencias pastorales y estudios apropiados en los países europeos, antes del Concilio Vaticano II y después del mismo.

Desde entonces, empezó un renuevo de la pastoral en la arquidiócesis, en todas sus dimensiones: pastoral con estudiantes, sobre todo acción católica; pastoral con los campesinos, sobre todo asistencia social formando cooperativas; formación de catequistas con fundamentación bíblica; fundación de universidades católicas, formación pastoral extendida a todo el clero, poniendo en marcha frecuentes lo que entonces se dio en llamar “semanas pastorales”. El mismo arzobispo elaboro muchas cartas pastorales animando a su clero ya a sus feligreses a renovar la pastoral en las parroquias, y infundiendo el espíritu del nuevo modo de evangelizar, más comprometidos con el pueblo y especialmente el pueblo pobre.

En tiempos de Monseñor Chávez, la pastoral queda ceñida todavía a las parroquias. Esto explica el poco auge que tuvo, a pesar de los muchos frutos que trajo renovando una estancada pastoral de siglos. Trabajando con Monseñor Chávez estuvo el auxiliar Monseñor Arturo Rivera Damas quien, con anuencia de su jefe, el arzobispo, fue introduciendo una experiencia pastoral que trascendía los límites demasiado fijos de la parroquia. Introdujo en la pastoral de la arquidiócesis, las Comunidades Eclesiales de Base. Esto vino a dar a la pastoral un empuje extraordinario de vida y de compromiso evangelizador.

Con un clero secular cada vez mejor formado y puesto al día de los progresos de la pastoral en las iglesia de la catolicidad, con un laicado cada vez más comprometido en la evangelización, con obispos abiertos aun antes del Concilio Vaticano II a la fuerza del espíritu del Concilio, la pastoral en la arquidiócesis de San Salvador ha dinamizado la presencia sacramental de la parroquia y ha trascendido al compromiso humano, social de los católicos con los más pobres y marginados de la sociedad. Incluso del seno de esta iglesia que peregrina en San Salvador, han salido misioneros con espíritu profético, puntas de lanza que hacen mal a algunos, pero que todos modos abren brechas para nuevos horizontes de la evangelización. Entre ellos descuella el ya conocido, venerado y muy amado, pero a la vez odiado por muchos, Monseñor Oscar Arnulfo Romero.

Desde unas dos décadas atrás, la pastoral parroquial se ha enriquecido de las comunidades pequeñas diseminadas a los largo del territorio parroquial, encarnadas en la situación del ambiente en que viven, comprometidas con la gente que las integran, asumiendo responsabilidades incluso proféticas a favor de los marginados que viven dentro de los límites de la parroquia a la que pertenecen.

Los frailes

Los frailes dominicos tenían el centro de operaciones en la iglesia de Santo Domingo de San Salvador, y extendían sus “doctrinas” hacia el occidente del país; en tanto que los frailes franciscanos tenían su sede en la iglesia de San Francisco, en San Salvador también, pero extendían sus doctrinas más bien hacia el oriente del territorio cuscatleco.

Tras hacer pasar por la doctrina a los bautizados, los frailes les obligaban a que pertenecieran a una de las terceras ordenes de los frailes, sea a las de Santo Domingo de Guzmán, o a las de San Francisco. De aquí nacieron los Cofradías, precisamente en las doctrinas donde los fieles laicos suplían la carencia de sacerdotes. Son las cofradías, agrupaciones de creyentes que asumen como patrono de su religión a un santo, cuya imagen tiene en posesión el Mayordomo de la cofradía, se comprometen sus socios a aportar una cuota anual para las fiestas del patrono de la cofradía, en tanto difunden la devoción a dicha imagen para ganar más seguidores y miembros para dicha cofradía.

En muchos lugares estas cofradías mantuvieron sino la fe, ciertamente la devoción de los bautizados, que por desgracia adolecían e la asistencia del ministerio de los sacerdotes, tan escasos en la región.

LA EVANGELIZACION MISIONERA EN SONSONATE

De las 15 Provincias que conformaban el Reino de Guatemala, las cuatro más importantes, entre las cuales se contaba San Salvador, se llamaban Intendencias, siendo las otras tres: Nicaragua, Honduras y Chiapas. San Salvador era la menos extensa, aunque relativamente la más poblada. Su nombre original era “Cuscatlán” cuyo significado podría ser “tierra de preseas” (cfr. Vilanova pg. 7)

Este nombre fue cambiado por Don Pedro de Alvarado, conquistador de estas tierras, por el nombre de San Salvador, a raíz de la batalla que libró contra los indios cuscatlecos, sería un 6 de agosto del 1526, de la que salió mal aunque finalmente salvado.

Los límites de la Intendencia de San Salvador eran, al norte, Honduras; al sur, el océano pacífico; al este Comayagua; al oeste la Provincia de Sonsonate. Es de saber que a principios de la conquista y evangelización de nuestras tierras, Sonsonate era una Provincia independiente de la Intendencia de San Salvador. Era, cabalmente, una provincia de la antigua Capitanía de Guatemala. La unión de esta Provincia a San Salvador solamente se realizó, políticamente, en 1823.

La provincia de Sonsonate

Era la más pequeña de todas las provincia del antiguo reino de Guatemala, aunque una de las más pobladas. Su cercanía al mar pacífico la imprimía un movimiento comercial interesante. Los productos de su tierra eran muy apreciados en todo el reino de Guatemala. El mercado de los mismos en Sonsonate era interesante.

Sonsonate, un nombre de origen Mexicali, podría significar “mil ojos de agua” La ciudad habría sido fundada por el mismo don Pedro de Alvarado, en un 26 de mayo de 1524, de paso hacia la capital de los indios de Cuscatlán. De acuerdo al cronista Ipiña, habría puesto la ciudad bajo el patrocinio de la Santísima Trinidad. Alvarado habría dejado en ella una pequeña guarnición de soldados y un fuerte número de indios Tlascaltecas, que traía de México. Los dejó en un pueblito vecino a Sonsonate que con el tiempo se convirtió en un barrio de la misma ciudad que lleva el nombre de “Mexicanos” Los aborígenes de este lugar, en cambio, moraban en un lugar que ahora se conoce con el nombre de Barrio de San Francisco.

Tras haber sido una caserna militar que don Pedro de Alvarado dejó al irse después de fundar la ciudad, con el tiempo se convirtió en Alcaldía Mayor, y luego en Villa, con el nombre de Villa de la Santísima Trinidad de Sonsonate, por último en Provincia.

La Iglesia y sus misioneros

El primer gran misionero de Sonsonate no fue otro que el primer obispo de la diócesis de Guatemala, Monseñor Francisco Marroquín. Le tocó fundar la diócesis y además, le imprimió el movimiento y la dirección que impulsaría a tantos otros misioneros después de él a seguir su ejemplo.

El obispo Marroquín propició el advenimiento de muchos religiosos, dominicos, franciscanos y mercedarios, para que fueran asumiendo la tarea misionera que él había ejemplarmente iniciado.

Parroquias misioneras

Misioneros eran no solamente los religiosos de diversas Ordenes que llegaron a estas tierras, por su orden, los dominicos primero, los franciscanos luego y los mercedarios después. Fueron también misioneros los sacerdotes del clero secular, entre ellos, como lo hemos dicho, el primero, el Obispo Francisco Marroquín.

Los obispos misionaban mediante las visitas pastorales, que apenas podían practicar una vez para toda la diócesis, por ser muy extensa, los caminos tortuosos y los peligros de ríos muy grandes. En general los obispos eran de extracción conventual, ya sea dominico o franciscano, y pocas veces se expresaban bien de la pastoral practicada por los sacerdotes seculares. Estos en cambio, manifestaban mucha abnegación y celo visitando, a dorso de mula o de caballo, los cantones y caseríos extendidos a lo largo y a lo ancho de sus inmensos territorios parroquiales.

II Doctrina reciente de la Iglesia latinoamericana

En la cuarta Conferencia Episcopal latinoamericana tenida en Santo Domingo encontramos las más recientes normativas de la Iglesia para la misión en América.

La fe

“La fe en Jesús lleva consigo la misión”, reza un texto de Santo Domingo (Mensaje 26)

“Jesús instituyo a los Doce… haciéndolos sus amigos y continuadores de la misma misión que El había recibido de su Padre…”(SD 6)

“La resurrección confiere un alcance universal…a la misión”(SD. 7)

“La Iglesia peregrina es por naturaleza misionera, puesto que toma su origen de la misión del Hijo y de la misión del Espíritu Santo, según el designio de Dios Padre”(SD 12)

“La evangelización es su razón de ser, (de la Iglesia); existe para evangelizar” (ibid)

La iglesia particular

“Las Iglesias particulares tienen como misión prolongar para las diversas comunidades la creencia y la acción evangelizadora de Cristo (P 224)

“Las Iglesias particulares están formadas a imagen de la Iglesia Universal, en las cuales y a base de las cuales existe la Iglesia Católica, una y única” (Lumen Gentium 23)

“La Iglesia particular, conforme a su ser y a su misión, por congregar al Pueblo de Dios de un lugar o región, conoce de cerca la vida, la cultura, los problemas de sus integrantes y está llamada a generar allí con todas sus fuerzas, bajo la acción del Espíritu, la Nueva Evangelización, la promoción humana, la enculturación de la fe” SD 55)

“Cuanto más vital sea la Iglesia particular, tanto más hará presente y visible a la Iglesia universal y más fuerte será su movimiento misionero hacia los otros pueblos” (P 363)

“La iglesia particular ha de poner de relieve su carácter misionero y la comunión eclesial, compartiendo valores y experiencias, así como favoreciendo el intercambio de personas y de bienes” ( P 655)

“Invitamos a cada iglesia particular del continente latinoamericano para que (1) Introduzca en su pastoral ordinaria la animación misionera apoyada en un centro misionero diocesano, sostenido por un equipo misionero, movido por una espiritualidad viva para una acción misionera, creativa y generosa”; (2)Establezca una positiva relación con las Obras Misionales Pontificias, nombrando un responsable eficaz”; (3) Promover la cooperación misionera de todo el Pueblo de Dios traducida en oración, sacrificio, testimonio de vida cristiana y ayuda económica; (4) Integrar programas de formación misionera en los programas de estudio de los Seminarios; (5) Formar agentes de pastoral con espíritu misionero; (6) Enviar sacerdotes diocesanos a países lejanos de misión; (7) Promover un nuevo impulso misionero hacia los fieles, saliendo a su encuentro. La Iglesia no debe quedarse tranquila con los que aceptan y siguen con mayor facilidad”; (8) Organizar campañas misioneras… con visitas domiciliarias y misiones populares”(AD 128 – 131)

Tres modos de realizar la misión

“Juan Pablo II en su encíclica misionera nos ha llevado a discernir tres modos de realizar esa misión: la atención pastoral en situaciones de fe viva

La Nueva Evangelización

La acción misionera AD GENTES” (SD 125)

La parroquia

“La parroquia, comunión orgánica y misionera, es así una red de comunidades ( SD 58)

“No se ha insistido lo suficiente en que seamos mejores evangelizadores” (SD 126)

“Lugares privilegiados de la misión deberían ser las grandes ciudades, donde surgen nuevas formas de cultura y comunicación” (SD 127)

La Nueva Evangelización

“no puede haber Nueva Evangelización sin proyección hacia el mundo no cristiano, pues como anota el Papa: “La Nueva Evangelización de los pueblos cristianos hallara inspiración y apoyo en el compromiso por la misión universal” (redemp. Missio 2)

“La Nueva Evangelización tiene que ser capaz de despertar un nuevo fervor misionero en una iglesia cada vez más arraigada en la fuerza y el poder perennes de Pentecostés” (SD 124)

“La Nueva Evangelización intensificara una pastoral misionera en todas nuestras iglesias y nos hará sentir responsables de ir más allá de mis fronteras para llevar a otros pueblo la fe que hace 500 años llegara hasta nosotros” (AD Mensaje 30)

“Predicar en una forma viva, alegre y kerygmática” (SD 131)

Ad Gentes

“Reconocemos, sin embargo, que la conciencia misionera “AD GENTES” es todavía insuficiente y débil” (SD 25)

“Nos encerramos en nuestros propios problemas locales, olvidando nuestro compromiso apostólico con el mundo no cristiano” (AD 126)

Muchos seminarios carecen “de un explicito programa de formación misionera” (SD 127)

“Ha llegado la hora de intensificar los servicios mutuos entre las iglesias particulares y de proyectarse mas allá de sus propias fronteras “ad gentes”. Es verdad que nosotros necesitamos misioneros. Pero debemos dar desde nuestra pobreza”( P 368)

Criterios para la acción misionera

“fidelidad a la Palabra de Dios” (SD 127)

crear “comunidad eclesial…en la unidad y en la diversidad” (id)

alimentarse de la riqueza carismática y ministerial” (id)

“proyectarse al mundo mediante el compromiso misionero” (id)

III. Doctrina de Aparecida

3.1 Presbíteros y discípulos

El número 199 traza un hermoso perfil de lo que Aparecida espera que seamos todos los presbíteros.

Algunas ideas.

El Documento Síntesis (DS) que resultó de las colaboraciones que el CELAM recibió de las Iglesias Particulares y Comunidades pastorales de todo América Latina, se hace ver la exigencia de “una clara y decidida opción por la formación de los miembros de nuestras comunidades”, contando entre ellos a los “catequistas, educadores, agentes pastorales o ministros” (294)

En el mismo documento se diseña el itinerario formativo del seguidor de Jesús, inspirado del evangelio y de la práctica original de la Iglesia: encuentro con Jesucristo, la conversión, el discipulado, la comunión y la misión (ver, nº 295) Lo importante es responder adecuadamente al clamor del Pueblo de Dios que pide ser acompañado por sus pastores, ministros y laicos comprometidos(ver, 297) La formación debe ser, por lo mismo, integral y que abarque las dimensiones humana, comunitaria, espiritual, intelectual y evangelizadora o pastoral( ver, 299 – 304)

La formación de los presbíteros debe recibir una especial y exquisita atención, porque ellos se destacan de los laicos comprometidos por el llamado que han recibido de Jesús para actuar sacramentalmente “in persona Christi” (nº306) Es claro, entonces, que los centros de formación, o sea los Seminarios, deben prestar atención a la formación humana de los jóvenes hacia la madurez (308); ofrecer a los candidatos al sacerdocio un clima de sana libertad y de responsabilidad personal (309); al mismo tiempo, una formación intelectual, seria y profunda, que vaya conjugada con una profunda formación comunitaria y espiritual (310)

La rica propuesta contenida en el DS fue asumida enteramente por los Obispos en Aparecida, y la enriquecieron con las luces que el Papa Benedicto XVI proyectó en el discurso de inauguración de la Vª Asamblea.

El Papa decía en esa ocasión que “los primeros promotores del discipulado y de la misión son aquellos que han sido llamados para estar con Jesús y ser enviados a predicar (cfr. Mc 3, 14), es decir, los sacerdotes. Ellos deben recibir de un modo preferencial una atención y un cuidado paterno de parte de sus obispos, pues son los primeros agentes de una auténtica renovación de vida cristiana en el pueblo de Dios”

Decía el Papa que “si el sacerdote hace de Dios el fundamento y el centro de su vida, entonces experimentará la alegría y la fecundidad de su vocación” Pasaba luego a enumerar las características esenciales del sacerdote comprometido en el pastoreo. Primero y ante todo, debe ser “un hombre de Dios” que conoce a Dios de primera mano y no meramente por lo que sabias, doctas y santas personas le han hablado. En segundo lugar, el sacerdote debe cultivar una profunda amistad personal con Jesús; aprender, como dice Pablo en Filipenses 2,5, a compartir los sentimientos de Jesús. Subrayaba el Papa que “solamente así el sacerdote será capaz de llevar a Dios, encarnado en Jesús el Cristo” y por ende, “ser representante de su amor entre los hombres. En tercer lugar, y para cumplir con lo anterior, el Papa exige se dé a los sacerdotes una sólida estructura espiritual

Por último, el sacerdote debe ser como Jesús: “un hombre que por la oración adquiere el rostro de Dios y hace su voluntad; cultiva así mismo una fina intelectualidad y adquiere una vasta cultura

3.2 Parroquia y Párrocos

La diócesis, en todas sus comunidades y estructuras, está llamada a ser un comunidad misionera… robustecer su conciencia misionera… saliendo al encuentro de los que aun no creen en Cristo en su propio territorio y responder adecuadamente a los grandes problemas de la sociedad en la cual se inserta” (168) 365

– es necesario un plan pastoral diocesano e interdiocesano 517k 518b

Parroquia

– (definición de la parroquia) 170

– Comunidad de comunidades evangelizadas y misioneras” (99 e) 517e

– basada en la Palabra de Dios” 309

– bajo la guía del Espíritu Santo todos los miembros son actores 171

– lugar donde se anuncia la Buena Nueva de Jesús172

– aprisco desde donde se va a buscar la oveja perdida 173

– cuyo corazón pastoral es la Eucaristía 174

– redil donde se alimenta a las ovejas con la palabra y los sacramentos 175

– casa de todos y para todos 176

– expresión visible de la opción preferencial por los pobres 179

– comunión 304 305 306

– A ejemplo de las primeras comunidades cristianas 175 298 d

Lugar donde se asegure la iniciación cristiana 293 y la permanente 294

– con una atención particular a la familia 437 f

a las vocaciones sacerdotales 314

a los jóvenes 446 a

a los que asisten a escuelas públicas 483

– Marcadas diferencias entre parroquias dificulta el ejercicio pastoral en conjunto 197

– superar la burocracia 203

– sectorizar 372 518c

– actualizarlas con los medios técnicos modernos 487 490

– incentivar la pastoral urbana 513 517k

Párrocos y otros agentes de pastoral parroquial

– curas, laicos, diáconos permanentes 201 – 206

3.3 Seminarios

– El renuevo de la parroquia exige el lógico renuevo de la formación 314

4. PARROCOS Y MISIONEROS

Los números 201y 202 de Aparecida nos hablan de la renovación de la parroquia que exige actitudes nuevas en los párrocos, actitudes que lo identifiquen con algo más de un mero administrador. Y la primera exigencia es que sea un auténtico discípulo de Jesucristo.

4.1 La tarea primordial de Jesús debe ser la de los Párrocos

Enfrascados en la acción pastoral, con toda buena voluntad y mucho fervor las más de las veces, nosotros párrocos nos preguntamos a veces, en las tardes de nuestra jornadas, a qué vale seguir haciendo tantas cosas y tantas actividades que a la hora de la verdad quizás no están produciendo ningún resultado de cada a la verdadera evangelización.

Corremos mucho de un lado a otro. Tenemos frecuentes reuniones. Pero los frutos no son proporcionados al esfuerzo y esto demuestra que quizás estamos haciendo muchas cosas sin perspectiva alguna para la evangelización; y hay que tomar atenta nota porque también hay signos grandes de cansancio y desesperanza.

Lo que hay que hacer en cualquier lugar en el que se ame a Jesucristo es formar discípulos y ésta es una misión que se hace a nivel de personas, no de masas. No es una tarea espectacular ni sus frutos aparecerán pronto. Pero ése es el camino, como lo fue el de la formación de los apóstoles y primeros discípulos por parte del mismo Jesús.

Hay que llamar las personas, como lo dice el evangelio, para estar con Jesucristo y para enviarlos a predicar. Y mientras los que no eran discípulos estuvieron cerca de Jesús, Él se encargó de instruirlos, de enseñarles a orar, de mostrarles el poder de Dios, de arrancarlos de sus viejas costumbres y formas de solucionar los problemas.

Después, Jesús los hizo asistir a su pasión y hasta les permitió hacerlo a distancia porque sabía de sus debilidades. Finalmente les concedió la gracia de experimentarlo vivo, luego de la resurrección. Antes no les permitió mayor cosa, porque todavía no eran verdaderos discípulos. Eran, si acaso, seguidores, masa informe diríamos, gente apasionada y en busca de sentido, pero nada más.

4.2 La opción de Jesús

Hubo épocas en las que las cristianos y sacerdotes con ellos, nos debatíamos sobre las “opciones preferenciales”. Realmente no puede haber sino una y es la opción por la persona de Jesús. Ésta se traducirá en otras, pero esta es la matriz de todas. Formar discípulos tiene que ser una acción enderezada a que todos los bautizados opten por Jesús, opten siempre por Jesús, opten primero por Jesús.

Seguir en la fe a Jesús y que esta fe se traduzca en su vida, en compromisos concretos de vivir según el único Evangelio. Como Párrocos, queremos muchas veces que nuestra actividades se vean fructificar con la misma presteza con que las hemos lanzado, a veces pasando por lo primero y más esencial, como es la opción preferencial por Jesús. Incluso quizás nosotros mismos, párrocos, la hemos pasado por alto, la hemos dado por supuesto, con la formación intelectualista que hemos recibido, por la que damos por premisa mayor muchas cosas que ni siquiera vivimos.

Este llevar las personas a que finalmente hagan opción preferencial por Jesús requiere tiempo, trabajo, estudio, oración, dedicación. Pero debemos perseverar en ello teniendo a la mira lo que nos dice Aparecida en el número que estamos comentando, es decir que “ sólo un sacerdote enamorado del Señor puede renovar una parroquia”

4.3. El alimento del Discípulo

La Sagrada Escritura, el Catecismo de la Iglesia católica, el magisterio de la Iglesia, la oración y los sacramentos tienen que ser los alimentos de este proceso.

Si alguna vez termina este itinerario, la persona estará en plena capacidad de lanzarse a una vida cristiana que resulte estar comprometida con Dios en todo tiempo y circunstancia. Antes de esto, todos somos remedos de discípulos

4.4- Formar el laicado

Somos todos un poco esclavos de nuestra historia y nuestras tradiciones y esto se convierte con frecuencia en óbice para hacer lo que de tiempo atrás está sugiriendo el Espíritu a nuestra Iglesias: formar verdaderos discípulos, es espíritu y verdad.

Nada debería preocupar más a la Iglesia católica en América Latina que la formación real de su laicado. Sin esta formación todo lo que se diga desde los púlpitos, desde las conferencias episcopales y aun desde la sede romana y en cada catequesis, estará truncado por una incongruencia de códigos entre los anunciadores y los que escuchan.

Este es el drama actual de la Iglesia en el mundo: su lenguaje no se entiende porque no hay auditorios formados y capacitados para hacerlo.

5.- Una parroquia de Discípulos será también misionera

En un interesante DT de CELAM (Documento de trabajo) dedicado a la Parroquia en el tercer Milenio, los Curas Párrocos invitados y venidos de todo rumbo de América Latina para un congreso de estudio sobre la Parroquia en el Continente, nos ofrecen interesantísimas recomendaciones para poner nuestra parroquias a tono con las exigencias del nuevo milenio. Es buen instrumento de trabajo para el tema que nos ocupa.

El tercer capítulo Propuestas para una Parroquia Latinoamericana de cara al tercer milenio, podría ser de una gran utilidad.

5. Síntesis doctrinal: Pastoral misionera en la Iglesia del siglo XX

  • La Misión como acontecimiento

Iglesia jerárquica

Hasta el Concilio Vaticano II se pensaba que el mundo religioso, visto desde la perspectiva católica, estaba divido en dos partes: la cristiana, que es lo mismo decir Iglesia católica; y el mundo pagano, tierra de misión, totalmente ajeno a la Iglesia.

La idea de salvación que se manejaba en la eclesiología hasta el Concilio Vaticano II era esta: la Iglesia ha recibido el mandato de su fundador de ir al mundo entero a predicar el evangelio a toda criatura. Desde esa perspectiva, parecía lógico el deber de la Iglesia de salvar a los paganos, predicarles la Palabra y llevarles los sacramentos. Pero, mientras esas gentes no estuviesen bautizadas, mientras no entraran en el orden de la sacramentalidad, no eran consideradas todavía responsabilidad de la Iglesia.

Dentro de ese marco conceptual, la misión “ad gentes” no era parte de la eclesiología. Semánticamente, la palabra “misión” para designar una dimensión esencial de la iglesia, estaba ausente del discurso eclesiológico. El concepto de misión que se manejaba entonces era jurídico, el de la misión canónica: o sea, el deber que tienen los obispos de proveer de ministros a la necesidad de los fieles de recibir los sacramentos.

Desde el siglo XVIII la Iglesia se enfrenta a la totalidad del mundo, en la totalidad de su devenir histórico y social. La era moderna encaro a la iglesia con un reto para su responsabilidad misionera. Los pueblos cristianos se descristianizaban. Eran necesarios nuevos métodos para evangelizar. Desafortunadamente, la Iglesia y sus teólogos estaban obsesionadamente embarcados en la lucha contra la reforma protestante. La iglesia estaba más segura dentro de los muros jurídicos del derecho canónico, que haciendo frente a los cambios de la modernidad con una actitud pastoral, a pesar de que veía que sus cristianos se convertían en “masa” y adoptaban actitudes manifiestamente seculares.

Iglesia carismática

Mientras la iglesia jerárquica permanecía inmóvil frente a los retos que el mundo moderno planteaba a la fe y a la práctica de la fe, surgieron por aquí y por allá, experiencias pastorales de carácter carismático, es decir, al margen del orden jurídico. Recordemos tres: la acción católica, los sacerdotes obreros, los movimientos ecuménicos. Experiencias que datan de la primera mitad del siglo XX.

5.2 El concepto misionero con sabor pastoral

Estos tres movimientos nacieron con espíritu misionero, es decir, con la convicción de que la iglesia tiene que salir de sus muros de seguridad, y ponerse a evangelizar en el corazón de las masas. Los tres movimientos enviaban a la iglesia el mensaje de que depusiera su actitud funcionalista, que adoptara una actitud más pastoral, que dejara de esperar que la gente viniera a ella, que adoptara la actitud misionera de ir al encuentro de los hombres, encontrarlos en sus ambientes ya descristianizados, y volverlos a conquistar para Cristo. En una palabra, el mensaje era que la iglesia debía deponer su arrogancia imperial.

Iglesia en estado de misión

El mundo de los obreros ya no era de la Iglesia. Aunque vivían en tierras cristianizadas, los trabajadores habían generado una cultura sin Dios. La acción de la iglesia para con ellos no podía ser de recuperar algo perdido. Se trataba más bien de encarnarse en un nuevo mundo, desconocido para la iglesia católica, el mundo de las masas secularizadas. Había que adoptar una actitud de misión “ad gentes”, aun cuando se trataba de poblaciones cristianizadas desde épocas remotas.. Era necesario reinventar a la Iglesia. O, para decirlo con una expresión que se hizo famosa desde esa época, era necesario que la Iglesia cobrara conciencia de que estaba en “estado de misión “ (Mgr. Chenu)

De este modo, desde el siglo XVIII y antes del concilio Vaticano II, la misión debe ser considerada como un acontecimiento, como un hecho carismático. Solo un retorno a las fuentes del cristianismo hará que los padres del Concilio Vaticano II hagan de la misión un tema y un capitulo obligado de la eclesiología.

5.3La misión en la eclesiología

Misión y encarnación

La acción católica había obligado a la jerarquía de la Iglesia a interesarse en el mundo laical que estaba fuera de sus muros de seguridad jurídica. Los jerarcas consideraron a la AC como un brazo suyo en el mundo cada vez mas secularizado.

La AC, con su espíritu y su estrategia pastoral, obliga a los jerarcas a asumir la incredulidad de los laicos no como algo que hay que refutar apologéticamente, sino como una actitud humana que hay que comprender. La catolicidad vuelve de nuevo a pensarse como apostólica. Como al principio del cristianismo, la iglesia empieza de nuevo a encarnarse en la diferenciación humana; ve la necesidad de ir a los hombres, reunirlos, y asumir lo humano ( Y. Congar)

Poco a poco, los cristianos vuelven a descubrir que la iglesia es misionera. Mas allá del sentido canónico de la misión, y aun cuando la parroquia empezaba a experimentar un proceso de renovación pastoral, los católicos cobran conciencia de que la misión es una fuerza del Espíritu.

En este sentido, la misión es definida como “la encarnación permanente del Hijo de Dios en el mundo cambiante y en la historia de los hombres cada vez mas secularizados”

Misión y mundo en transformación

La industrialización y sus repercusiones sobre el trabajo, el fenómeno de la socialización, el orden económico, hacen que la sociedad se expanda e influya determinantemente en el ser del hombre. Se abre un nuevo ámbito para la misión de la Iglesia, que se ve llamada a asumir, en la fe, el crecimiento de la humanidad, para hacer de ello un “crecimiento comunitario de la gracia de Dios en Jesucristo”(P. Chenu)

La iglesia se ve obligada a evangelizar de cara al mundo. Ella ve su misión como la tarea pastoral que presente y ofrezca la gracia salvífica de Cristo como algo que no resulte extraño al obrero, ni al periodista, ni al economista, etc. Que los hombres que viven en el mundo en transformación experimenten la presencia de Cristo no como un “correctivo de” sus vidas profanas, ni como un lubricante que asegura la regularidad de la vida cristiana; sino como una realidad propia de su vida de trabajador, de empresario, de intelectual, de ingeniero, etc.

Desde esta perspectiva, se asume la misión no como algo que nace solamente del dinamismo interno de la iglesia, sino también del mundo en su movimiento y en su realidad. Se trata del mundo en el que Cristo se ha encarnado y en donde su encarnación se vuelve sacrificio y resurrección. Es el mismo mundo que ahora se ha alejado de la Iglesia, y que desde esa situación de alejamiento le dice a la Iglesia como tiene que misionar hoy.

6Misión y pastoral

La diócesis, con su estructura fija, cerrada y sin instrumental adecuado para hacer frente a las exigencias misioneras de nuestro tiempo, resulta ser algo ajeno al espíritu y a la realidad de la misión. La organización pastoral calcada sobre el molde de una iglesia institucional, instalada y encerrada en la administración, no favorece la sutilidad del espíritu misionero. El obispo, que por esencia misma es misionero, viene a ser considerado en la práctica como un administrador, a lo más como un pastor, pero difícilmente como un misionero.

Para que la misión se lleve a efecto en el mundo cambiante de hoy, se necesita una pastoral preocupada sobre todo de la integración del mensaje del evangelio en la civilización secularizada que se está edificando. Se necesitan hombres, sacerdotes y laicos, que acepten dejar el universo sociológico cristiano para sumergirse en pleno universo pagano y hacer nacer en él la Iglesia, de la misma forma en que lo hacen los misioneros en la misión “ad gentes”.

Esto implica abandonar privilegios, ventajas sociales, unirse a los pobres en su vida de trabajo; es preciso dar un salto hasta la pobreza, salto que la parroquia hace imposible. Desprendimiento de las demarcaciones territoriales para unirse al movimiento del mundo que se globaliza; matizar la preocupación por el culto con las exigencias de la vida pastoral; abandonar la mentalidad y preocupación burguesas para lograr un sentir con los pobres para la evangelización del mundo. Es preciso quebrar la rigidez de la estructura para dejarse llevar por la fluidez del Espíritu.

El espíritu misionero exige vivir la doble comunión con la Iglesia y con el mundo. Para lograrlo es necesario, por un lado, el retorno a las fuentes, en particular al evangelio; y por el otro, ponerse a caminar con el hombre en el mundo, saber valorar los cambios del mundo e integrarlos en la fe, a la dinámica de la misión.

La parroquia

No es fácil operar pastoralmente con sentido misionero si tomamos como eje la parroquia. Como institución la parroquia crea y define su espacio, el lugar en el que se la encuentra; la parroquia crece asimilándose determinados elementos, pero ella misma no se asimila adaptándose. Todos sabemos que las estructuras no se asimilan, más bien, se reforman. La misión de la parroquia no de ser enviada a los más alejados, sino de asumir el itinerario de los bautizados a la eucaristía. Por eso tal vez sea erróneo querer articular la misión en torno a la parroquia y a estructuras de este tipo.

Sacramentos

Pertenece a la pastoral realizada con espíritu misionero la tarea de hacer tomar conciencia a los feligreses de las etapas que van desde el llamamiento de Dios hasta los sacramentos. A veces hay una distancia dolorosa que separa la vocación primera de Dios, de los sacramentos. El Catecumenado es una fuerza misionera dentro de la parroquia que trata de remediar esta distancia.

La entrada a la Iglesia, por el bautismo de un nuevo bautizado, tiene sabor misionero si se asume el mundo en que vive el neófito como tierra de misión. El espíritu misionero actúa en la parroquia cuando el párroco y sus feligreses se dan cuenta de que no pueden continuar con la práctica apresurada de la sacramentalización, muy propia de un régimen de cristiandad. La pastoral de la Iglesia se ha ido haciendo cada vez más sensible a la relación de la fe y los sacramentos, como un sentido profundo de la misión de la Iglesia.

Los ministros mismos, los sacerdotes, han ido evolucionando del mero ser funcionarios que solo están para aplicar las reglas y decretos de la iglesia institucional, a ser personas responsables en lanzar iniciativas pastorales con espíritu misionero. Sin dejar de ser “presbiterio”, los sacerdotes que trabajan en parroquias están llamados a convertirse cada vez más en “misioneros”

La liturgia

Volviendo a las fuentes mismas de nuestra vida cristiana, nos damos cuenta que desde el principio del cristianismo presiden la asamblea litúrgica aquellos que están encargados de la relación Iglesia- mundo.

Con espíritu misionero, la pastoral encuentra en la celebración de la Eucaristía la gracia autóctona del mundo evangélico. No se trata de celebrar la Eucaristía con una participación tal que impacte a los que en ella participan a modo de sacudir el letargo de los que aun no se convierten. Se trata más bien de mostrar que el acto misionero tiene una estructura sacramental que surge precisamente del corazón de la Eucaristía, y que por ello la liturgia no es solamente cumplimiento de leyes, reglas y rubricas, sino, sobre todo, vida que cambia y transforma la vida de los hombres en el mundo y, con ellos, el mundo en que viven.

Desde la perspectiva de la Eucaristía misionera, la parroquia, que es precisamente depositaria de la Eucaristía, sacude su pesantez jurídica e institucional, y se torna ágil en la fe para servir mejor a la humanidad de hoy, para caminar con los hombres como Jesús lo hizo con los discípulos de Emaús, sentarse luego en la mesa de la fracción del pan, y salir finalmente en misión, llevando con la alegría de la fe, la Buena Nueva de Jesucristo, a un mundo cansado de una Iglesia demasiado institucionalizada, legalizada, y encerrada en los muros clericales.

El laicado

La Constitución Dogmatica del Concilio Vaticano II sobre la Iglesia (Lumen Gentium) ponía con razón el acento anticipativo sobre el Pueblo de Dios, antes de acentuar la presencia y el papel de la Jerarquía en la Iglesia. Se trata de la presencia de los carismas en la Iglesia y de la función profética que anima a los pastores y fieles, e inyecta a la pastoral diocesana y parroquial un dinamismo misionero innegable. La presencia activa de los laicos en la misión de la Iglesia no soslaya, al contrario, pone mejor de relieve, que es a los obispos y a los presbíteros unidos a ellos, a quienes Jesucristo encomienda el cuidado de anunciar el evangelio por toda la tierra.

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