2° Ponencia: «Parroquia, Comunidad Misionera»

Por Monseñor Julio Cabrera Ovalle

Introducción

A finales del año pasado, Mons. Rodrigo Orlando Cabrera me hizo la invitación para participar en este Primer Congreso Misionero Salvadoreño (COMSAL I) y desarrollar el tema Parroquia, Comunidad Misionera. Agradezco esta invitación y desde este momento quiero manifestar mi alegría de participar en este importante acontecimiento eclesial de dimensión nacional. Saludo con gran afecto fraterno a todos ustedes.

Quiero ante todo decir lo que se entiende por parroquia y para ello debo comenzar recordando lo que es una Iglesia particular o más concretamente una diócesis.

Me ayuda el Documento conclusivo de la V Conferencia que dice así: “Reunida y alimentada por la Palabra de Dios y la Eucaristía, la Iglesia católica existe y se manifiesta en cada Iglesia particular, en comunión con el Obispo de Roma. Esta es, como lo afirma el Concilio, “una porción del pueblo de Dios confiada a un obispo para que la apaciente con su presbiterio” (ChD 11) (DA 165)

El número siguiente amplia lo dicho:

“La Iglesia particular es totalmente Iglesia, pero no es toda la Iglesia. Es la realización concreta del misterio de la Iglesia Universal, en un determinado lugar y tiempo. Para eso, ella debe estar en comunión con las otras Iglesias particulares y bajo el pastoreo supremo del Papa, Obispo de Roma, que preside todas las Iglesias” (DA 166).

“La maduración en el seguimiento de Jesús y la pasión por anunciarlo requieren que la Iglesia particular se renueve constantemente en su vida y ardor misionero. Sólo así puede ser, para todos los bautizados, casa y escuela de comunión, de participación y solidaridad” (DA 167).

Toda diócesis… debe dividirse en partes distintas o parroquias.(Ib. canon 374). “Como regla general, la parroquia ha de ser territorial …” (canon 518) y, al hablar del presbítero a quien se encomienda la parroquia, añade: “El párroco es el pastor propio de la parroquia que se le confía, y ejerce la cura pastoral de la comunidad que le está encomendada bajo la autoridad del obispo, en cuyo ministerio de Cristo ha sido llamado a participar, para que en esa misma comunidad cumpla las funciones de enseñar, santificar y regir, con la cooperación de otros presbíteros o diáconos, y con la ayuda de los fieles laicos… (canon 519).

Las parroquias son “células vivas de la Iglesia y el lugar privilegiado en el que la mayoría de los fieles tienen una experiencia concreta de Cristo y la comunión eclesial” (DA 170).

Este numeral 170 de Aparecida dice algo muy importante porque presenta como en síntesis muy apretada nuestro tema:

“Uno de los anhelos más grandes que se ha expresado en las Iglesias de América Latina y El Caribe, con motivo de la preparación de la V Conferencia General, es el de una valiente acción renovadora de las Parroquias a fin de que sean en verdad.

Espacios de la iniciación cristiana, de la educación y celebración de la fe, abiertas a la diversidad de carismas, servicios y ministerios, organizadas de un modo comunitario y responsable, integradoras de movimientos de apostolado ya existentes, atentas a la diversidad cultural de sus habitantes, abiertas a los proyectos pastorales y supraparroquiales y a las realidades circundantes” (EAm 41).

El término parroquia se refiere ante todo a una comunidad, pero también a un determinado territorio pero no solo como lugar geográfico, sino “quiere significar sobre todo el espacio, el ámbito de vida, el hábitat humano como lugar de tradición de la Iglesia” (Bianchi, Enzo, La parroquia, Salamanca 2005, 22).

1.- Tipos de parroquias:

A) según su grado de renovación:

Para el tema que vamos a tratar creo que puede ser útil conocer la división de parroquias que presenta la publicación del CELAM sobre La Parroquia Evangelizadora, en donde se recoge un estudio del Centro de investigaciones socioculturales – Bellarmino de Chile y que se Titula “La parroquia en el Tercer Milenio”, 1999. Cuando este estudio habla de tipos de parroquias según su grado de renovación, presenta tres, en primer lugar las “parroquias tradicionales”. Estas parroquias enfocan su actividad enfatizando lo sacramental y devocional, por lo que su tarea pastoral descansa básicamente en la celebración del culto; carecen de planes pastorales que guíen sus iniciativas y, en general, no cuentan con una estructura de resolución y toma de decisiones que permita la participación de los laicos. En cuanto a la dimensión misionera, ésta tiende a ser escasa y centrada en el templo, y con ello, la vida parroquial tiende a cerrarse en sí mima. Esta alejada de las preocupaciones de las personas del territorio. La parroquia, en definitiva, es el grupo de fieles que participa del culto y acude a recibir algún sacramento, teniendo gran importancia el discurso doctrinal.

En segundo lugar, está el tipo que podría calificarse de“intermedio”, donde prevalece una pastoral que intenta adecuar su línea pastoral al Concilio Vaticano II, siendo fiel a sus postulados y acogiendo sus desafíos. En este tipo parroquial predomina la catequesis con un claro acento bíblico. En lo que se refiere a su actitud y acción misionera, en ella se desarrolla una preocupación por las personas alejadas, preocupación que está centrada fundamentalmente en la dimensión de práctica religiosa de las personas, por ello intenta desarrollar su evangelización a través de la liturgia. En la dimensión solidaria, este tipo de parroquias desarrollan una sensibilidad social de carácter moderado, que basa su accionar en medidas de tipo asistencial, traspasando los límites del templo para atender las demandas de quienes viven en el territorio parroquial, acercándose a ellos por medio de actividades de fraternidad, con posibilidad de abrirse también a reivindicaciones sociales y de derechos humanos. Debido a lo anterior, hay un sentido más claro de la relación fe-cultura e Iglesia-mundo. Consecuentemente, la comunidad parroquial lleva adelante acciones en estos campos a través de la promoción de “obras” parroquiales. En cuanto a la manera en que se distribuyen las responsabilidades, éstas recaen fundamentalmente en la persona del párroco, quien busca apoyo y cierto nivel de asesoría en grupos de laicos que conforman equipos dedicados a temas pastorales y relacionados con la administración del templo.

En el tipo parroquial llamado “parroquia postconciliar” o “renovada” prevalece una pastoral de clara inspiración misionera, con un mensaje evangelizador que pone en el centro el dinamismo de la Palabra de Dios. Su acción evangelizadora tiene un gran acento en el desarrollo de un carisma acogedor y esperanzador para quienes sufren y son menospreciados. La parroquia trata de tener una fuerte conexión con el mundo y … se pone al servicio de la causa de Jesucristo y de la transformación del mundo, en sintonía con las características del reino prometido. En concordancia con lo anterior, la parroquia renovada es permanentemente solidaria con todos los hermanos, es humilde y servidora de los más humildes, con un gran sentido de vinculación entre fe y vida. En este tipo parroquial la catequesis de adultos tiene tanta o más centralidad que la catequesis de niños, y está marcada por una clara inspiración catecumenal. La Eucaristía se celebra en un ambiente de participación de los asistentes. La participación y la responsabilidad están repartidas entre quienes asisten a las actividades de las diversas áreas pastorales de la parroquia, se cultiva con ello un alto sentido de la corresponsabilidad en los laicos. En este tipo parroquial la orientación de la participación es horizontal y busca formar a las personas que cooperan con la parroquia sin tomar distancia ni hacer reparos a la participación, generando con ello un gran sentido de comunidad entre los fieles. Todo esto se lleva a la práctica a través de una red de comunidades que trabajan unidas bajo una concepción eclesiológica de comunión y participación.

B) Según su ubicación socio-geográfica

Aquí se distinguen tres tipos de parroquias: rurales, indígenas y urbanas.

La parroquia rural está formada por sectores donde existe un profundo y arraigado sentido religioso y fervor popular que se manifiesta en procesiones, fiestas patronales, etc. Suele darse gran importancia a los sacramentos, que con frecuencia es la dimensión más desarrollada. Otro rasgo que la distingue es la solidaridad entre los hermanos, con muchas iniciativas de ayuda. Suelen tener poca integración en la vida diocesana, por estar muy alejadas. El párroco es una autoridad socialmente reconocida…

Estrechamente unida a la parroquia rural está la que podríamos llamar “parroquia indígena”. Se sitúa apartada de los centros urbanos, debido a la marginación social y espacial de las poblaciones indígenas. En ellas la Iglesia desarrolla una doble acción: la promoción humana y acción social y la propagación de la fe católica, con amplias manifestaciones en ambos campos: en el primero, capacitación de dirigentes, capacitación en tecnologías, apoyo a organizaciones sociales, proyectos de desarrollo local, defensa jurídica. En cuanto a la propagación de la fe: misiones, visitas pastorales, misas, celebración de los otros sacramentos, catequesis escolar. Se pretende con toda esta acción dar mejores respuestas a la dura realidad socioeconómica de estas poblaciones y responder a la rica religiosidad indígena (cf. CELAM La Parroquia Evangelizadora, 62).

Otro tipo de parroquia es la “parroquia urbana”. Este tipo de parroquia se desarrolla en el contexto de ciudades en constante y desmedido crecimiento poblacional, que suele establecer verdaderas segregaciones entre los grupos sociales que allí habitan. Es posible distinguir un primer subtipo de parroquia urbana compuesto por “parroquianos de centro urbano”, que no necesariamente se ubican en el centro de la ciudad, pero sí se caracterizan por predominar en ellos sectores sociales típicamente medios y altos. A veces se trata de ambientes conformados por zonas comerciales y de servicios con una mayoría de persona que trabajan en el lugar pero no habitan en él, y en otros casos están compuestos por áreas residenciales de nivel medio y alto. En estos casos la relación de los parroquianos plantea un gran desafío para la formación y consolidación del sentido comunitario. Otro tipo son las “parroquias periféricas”, situadas en sectores socioeconómicos de nivel bajo y medio bajo, que a menudo coinciden con territorios que han sido ocupados por la creciente expansión de las ciudades. En la mayoría de casos estos sectores son atendidos desde una parroquia, tienen capillas y se cuenta con la colaboración de CEBs. En ellas se prestan muchos servicios sociales y asistenciales (cf. CELAM, La Parroquia Evangelizadora, 62-63).

2.- Pasemos ahora a ver lo que constituye la identidad de la parroquia hoy. Hay cuatro aspectos que la definen: la liturgia, comunión, testimonio y servicio.

A) Liturgia

La parroquia es, ante todo, una realidad que engendra a la fe, pero que a su vez es generada por la liturgia, pues la Iglesia vive de la Eucaristía (EE introd..). Cuando se habla de Eucaristía, se habla de las “dos mesas” (cf. Sacrosanctum concilium, 48, 51, 56): la mesa de la Palabra que Dios dirige a su pueblo y la mesa del pan y el vino eucarísticos, ambos esenciales para la celebración de la alianza nueva y definitiva.

La liturgia eucarística vista en toda su profundidad constituye la verdadera clave, el punto de apoyo, la raíz, el centro de la vida de la parroquia, puesto que en ella la Iglesia nace y crece, en ella es plasmada la comunidad y confirmada en la comunión, de ella recibe la fuerza para ser misionera en el mundo.

Precisamente porque la liturgia es tan decisiva en la vida eclesial, hay que preguntarse con franqueza si en realidad la liturgia ocupa todavía hoy el centro de la vida y de la acción parroquial y, en consecuencia, del presbiterado.

En consecuencia, el mayor empeño de la parroquia, párroco y parroquianos juntos, debería ser precisamente el dedicado a la liturgia, de manera que ésta sea verdaderamente central y tenga una primacía real sobre toda la vida eclesial. Se trata de celebrar la liturgia con seriedad y convicción.

Y este empeño debe consistir en anunciar la palabra de Dios con la certeza de que es alimento para la vida cristiana. Ahora bien, para gran parte de los cristianos, el contacto con la palabra de Dios y con los evangelios se da tan sólo en la celebración eucarística. Negarles en ese momento el anuncio de la Palabra y su explicación, o no prestarle atención por parte de los fieles, significa obstaculizar el conocimiento de Dios, única posibilidad de amar a Dios y de cumplir su voluntad.

Por tanto, es preciso hacer el esfuerzo de una conversión de la pastoral a lo que es verdaderamente esencial. Si la liturgia vuelve a ser central, será posible recuperar el gusto del contacto directo y personal con la palabra de Dios, se podrá en verdad llegar a realizar lo que Juan Pablo II indicaba: “Es necesario que la escucha de la Palabra se convierta en un encuentro vital, en la antigua y siempre válida tradición de la lectio divina, que permite encontrar en el texto bíblico la Palabra viva que interpela, orienta y configura la existencia” (Novo millenio ineunte, 39).

Por eso hay que reconocer como momento constitutivo de la vida de la parroquia el domingo, el día del Señor, que tiene en su centro la liturgia eucarística. Los cristianos deben volver a afirmar con convicción: “No podemos vivir sin la eucaristía dominical” (Actas de Saturnino, Dativo y otros muchos mártires en África, 11).

Comunión

Según Enzo Bianchi, hay dos expresiones se han hecho familiares en la vida de las Iglesias en este tiempo del posconcilio. Se trata de dos expresiones ricas en significado e inspiradas en la gran tradición. La primera es “ecclesia ex Trinitate”. Indica que la Iglesia es generada por la Trinidad de Dios, de modo que la Trinidad es fuente, forma y finalidad de la vida de la Iglesia. La unidad que se atribuye a Dios no es contraria a la pluralidad, porque es siempre y simultáneamente comunión y diversidad. Por tanto, la Iglesia que es generada por la Trinidad debe asumir la forma de koinonía (comunión); de lo contrario no sería conforme al Dios que la ha querido y generado.

La otra expresión es “Ecclesia de Eucaristía”. Indica que la Iglesia recibe vida de la eucaristía, la cual siempre es vínculo de comunión, signo de unidad. La Iglesia nacida de Pentecostés, asidua a la enseñanza de los Apóstoles, a la fracción del pan y a la oración, persevera en la koinonía; más aún, se presenta visiblemente como una comunión (cf. Hch 2, 42-44).

Los cristianos no son simplemente llamados, son “llamados juntos”, convocados a la unidad desde la dispersión y desde la separación para formar un cuerpo (cf. 1 Cor 12, 12-13), un edificio espiritual, un pueblo, una nación santa (cf. 1 Pe 2, 5-10).

La eucaristía es el dinamismo de la comunión: genera, configura, acrecienta la comunión y, por tanto, edifica la Iglesia que la celebra. La comunión no es solamente el vínculo que une a los cristianos, sino que es ante todo la forma de la relación entre los cristianos y la Trinidad misma de Dios: “Nuestra comunión es con el Padre y con su Hijo Jesucristo” (1 Jn 1, 3), y el Espíritu Santo es el que anima esta comunión (cf. 2 Cor 13, 13). Por consiguiente, la parroquia, célula de la Iglesia, debe modelarse a sí misma sobre la forma de la comunión trinitaria, forma en que unidad y diversidad no son contradictorias sino esenciales a una comunión plural.

Entonces, se pregunta Enzo Bianchi, ¿cómo “hacer Iglesia”, cómo vivir la comunión en una parroquia? Y responde con estas tres formas:

a) La comunión como fraternidad. A dicha relación se accede por el bautismo y conduce a la Iglesia. Se llega a ser hermanos, hijos del mismo y único Padre Dios, animados por un solo aliento, el Espíritu Santo. Fraternidad significa solidaridad, capacidad de asumir al otro y voluntad de aprender siempre la lógica de sentir y obrar juntos y cuidando los unos de los otros. Se trata de recorrer un camino que nace en el tejido más elemental y cotidiano de las relaciones y que se concreta en un movimiento de fuga del individualismo, del egoísmo, del vivir pensando en uno mismo y no en los otros. Si se consigue vivir este incesante esfuerzo de comunión fraterna, entonces la caridad (ágape) permitirá a los distintos carismas y servicios ser expresados en la parroquia.

b) La comunión debe ser, además, un camino eclesial que hay que recorrer juntos. Caminar juntos es constitutivo del pueblo de Dios en su peregrinación hacia el Reino. La corresponsabilidad, que se expresa ante todo en la sinodalidad, es el modo de vivir y actuar en la Iglesia del pueblo de Dios: todos iguales y solidarios, con dones y funciones diferentes, a imagen de los miembros del cuerpo de Cristo.

Ahora bien, nosotros sabemos que los dones del Espíritu Santo son dados para ser compartidos y para contribuir a la común edificación del cuerpo eclesial (cf. 1 Cor 12, 7), para que la Iglesia asuma plenamente y como sujeto armónico la responsabilidad del anuncio evangélico en el mundo. Por esto, queda claro que la credibilidad del anuncio evangélico depende también de la calidad de la comunión eclesial y de la capacidad que la Iglesia tiene de compaginar los diversos carismas en su propio seno, sin modificar ninguno.

c) La comunión de la parroquia, entendida como apertura con la diócesis y otras realidades eclesiales. La parroquia pertenece a la Iglesia local, la católica, y, a través de ella, a la única Iglesia de Cristo. Por tanto, la parroquia debe hacer sentir concretamente esta comunión a todos sus miembros, no sólo mostrándose disponible para el encuentro y la interacción con otras parroquias de la misma diócesis, sino también abriéndose al conocimiento y a la acogida de otras realidades eclesiales.

Únicamente a través de este camino la parroquia podrá ser en verdad “casa y escuela de comunión” (Novo millenio ineunte, 43).

Testimonio

La tarea confiada por el Resucitado a sus discípulos es el testimonio: “Recibirán la fuerza de lo alto y serán mis testigos hasta los confines de la tierra” (cf. Hch 1, 8). En los evangelios encontramos una secuencia entre el acontecimiento de la resurrección de Jesús y la misión de los testigos del Resucitado: los que han sido hechos testigos de Cristo crucificado, muerto y viviente son también enviados con la tarea de dar testimonio, es decir, de comunicar la buena noticia, de “evangelizar”. Los evangelios leen de manera diferente este testimonio y esta tarea misionera “Proclamen el Evangelio a toda criatura” (Mc 16, 15-16); “Vayan y hagan discípulos entre todos los pueblos” (Mt 28, 19-20); “Como el Padre me ha enviado, así los envío yo a ustedes” (Jn 20, 21-22). Pero siempre el testimonio es misión y la misión requiere el testimonio.

Por consiguiente, la parroquia debe ser misionera, es decir, ha de sentirse enviada entre los hombres y ha de ser capaz de dar testimonio en medio de ellos: es el sujeto de la evangelización, en cuanto tal, en sus múltiples articulaciones y en todos sus miembros.

Pero ¿qué significa dar testimonio? Ante todo, significa vivir la vida cristiana, llegando a expresar completamente la vocación recibida en el bautismo, es decir, viviendo una vida conforme a la que vivió Jesús. El primer testimonio del cristiano consiste en conformar la propia vida a la de Jesucristo, una vida sellada por la fe como adhesión al Dios viviente, animada por la esperanza de que la muerte ha sido vencida en la resurrección de Jesús, una vida caracterizada por el amor, en obediencia al mandamiento nuevo: “Amaos los unos a los otros como yo os he amado” (Jn 13, 34).

La parroquia es el espacio para este testimonioy para realizar concretamente tal forma de vida día a día. La proclamación explícita del Evangelio, su anuncio con palabras puede estar dirigido a hombres y mujeres que estén interesados, llenos de preguntas, interpelados por la forma de vida de los cristianos; de lo contrario, la evangelización es interpretada como imposición y la misión aparece como proselitismo.

No debemos preocuparnos demasiado del rostro misionero de la parroquia, sino más bien de su rostro “cristiano”: entonces justamente dicho rostro será “buena noticia” y la comunidad parroquial será testigo y, precisamente porque está situada en la compañía de los hombres, será también misionera, apta para evangelizar.

Servicio

La Iglesia realiza un servicio a los pobres, a los últimos, a los marginados y este servicio es absolutamente necesario para la vida de la Iglesia en orden a ser conforme a la voluntad del Señor: “Vayan y curen a los enfermos, sanen a los leprosos, expulsen a los demonios…” (Mt 10, 8). Con todo, es urgente recordar que el servicio de la Iglesia es más amplio y va más allá de la ética de la solidaridad.

Si los cristianos saben humanizar el ambiente en que viven, si actúan siempre en la óptica de la reconciliación y de la comunión, entonces despliegan un servicio como levadura en la masa, como sal en la comida, y la practican en la forma vivida y enseñada por Jesús.

La parroquia no deberá separar nunca pastoral y espiritualidad, el servicio que trata de ir al encuentro de las necesidades y el servicio que ofrece la buena noticia de Jesucristo crucificado y resucitado, el servicio a los últimos –que por derecho son los primeros acreedores de la caridad eclesial- y la contribución a la construcción de una ciudadcaracterizada por la justicia y la paz. El serviciode la parroquia es multiforme, y cada parroquia tiene sus dones para poder mostrar de manera propia y específica una “Iglesia servidora” entre los necesitados, en la cultura, en el cuidado del medio ambiente, en la política.

3.- PROPUESTA DE PARROQUIA MISIONERA

Quiero proponerles la Nota Pastoral de la Conferencia Episcopal Italiana que lleva como título: “El Rostro misionero de la Parroquia en un mundo que cambia”, publicada en el año 2004. Y si el tiempo lo permitiera presentaría una breve indicación relacionada con la V Conferencia del Episcopado Latinoamericano, en Aparecida, que aunque no tiene un título específico sobre Parroquia Misionera, da una abundante enumeración de elementos para serla, más aún, cuando urge la renovación de la parroquia o indica la urgencia de la conversión pastoral indica que éstas las realiza la parroquia misionera.

La propuesta que presenta la Nota Pastoral de la CEI consta de siete puntos:

1.Volver a comenzarcon el primer anuncio del Evangelio de Jesús

Con el creciente pluralismo cultural y religioso no se puede suponer que el Evangelio de Jesucristo sea conocido. La parroquia, por tanto, debe acoger y escuchar a las personas y ofrecerles un testimonio valiente y un anuncio creíble de Jesucristo.

“Cristiano no se nace, se llega a ser”, ha escrito Tertuliano. Es una afirmación particularmente actual, porque hoy estamos en medio a agresivos procesos de descristianización, que generan indiferencia y agnosticismo. Los acostumbrados itinerarios de transmisión de la fe resultan en no pocos casos impracticables. No se puede suponer que se sepa quién es Jesucristo, que se conozca el Evangelio, que se tenga cierta experiencia de iglesia. Esto vale para niños, adolescentes, jóvenes y adultos… Se necesita un renovado primer anuncio de la fe. Es tarea de la iglesia en cuanto tal, y recae sobre todo cristiano, discípulo y por lo tanto testigo de Cristo, pero corresponde de manera particular a la parroquia. Todas las acciones pastorales suponen el primer anuncio.

Es preciso incrementar la dimensión de acogida, característica que siempre han tenido nuestras parroquias; todos han de encontrar en la parroquia una puerta abierta en los momentos difíciles o alegres de la vida. Acogida, cordial y gratuita, es la condición primera de toda evangelización, a ella hay que unirel anuncio, hecho con palabras amistosas y en tiempo y modo oportuno, de explicita presentación de Cristo, Salvador del mundo.

Para la evangelización es esencial la comunicación de la fe de creyente a creyente, de persona a persona. Recordar a cada cristiano esta tarea y prepararlo a ella, es hoy un deber primordial de toda parroquia, especialmente educandoa la escuchade la palabra de Dios, con la asidua lectura de la Biblia en la fe de la Iglesia. “No nos cansaremos de remachar esta fuente de la cual todo mana en nuestra vida: “La Palabra de Dios viva y eterna” (1 Pe 1,23) (Conferenza Episcopale Italiana, Communicare il Vangelo in un mondo che cambia, 3).

El “desafío misionero” pide proponer con valentía y libertad la fe cristiana y demostrar que justamente el acontecimiento de Cristo abre el espacio a la libertad religiosa, al dialogo entre las religiones, a la cooperación con ellas por el bien de todo hombre y por la paz.

La parroquia será capaz de redefinir la propia tarea misionera en su territorio si sabe proyectarse sobre el horizonte del mundo, sin delegar a solo algunos la responsabilidad de la evangelización de los pueblos. En el ir hacia todos, hasta los confines de la tierra” (Hch. 1,8), la parroquia tiene como modelo a Jesús mismo que dio origen a la misión (Mc. 1,14).

Es el anuncio que la Iglesia ha recibido de su Señor y que ha continuado predicando desde el día de Pentecostés, proclamando a la luz de la Resurrección, que el Reino prometido es la persona misma de Jesús. Es un anuncio que debemos acompañar de signos creíbles, comenzando por el de la unidad, que, como ha dicho Jesús, es condición para que el “mundo crea” (Jn. 17,21). La consecuencia es el cuidado que la parroquia ha de tener también en el camino ecuménico, haciendo crecer la sensibilidad de los fieles con ocasión del dialogo fraterno y de oración.

2.La Iglesia madre, engendra a sus hijos en la iniciación cristiana

La iniciación cristiana, que tiene su insustituible seno en la parroquia, debe volver a encontrar su unidad en torno a la Eucaristía; es necesario renovar la iniciación de los niños comprometiendo más a la familia; para los jóvenes y adultos hay iniciativas en el Ritual de Iniciación Cristiana de Adultos.

Para que la acogida del anuncio pueda fructificar en una vida nueva, la Iglesia ofrece, itinerarios de iniciación a cuantos quieren recibir del Padre el don de su gracia. Con la iniciación cristiana la Iglesia madre engendra a sus hijos y ella misma se regenera. En la iniciación expresa su rostro misionero hacia quien pide la fe y hacia las nuevas generaciones. La parroquia es el lugar ordinario en el que se realiza este camino.

Hasta hace poco los Sacramentos del Bautismo, Eucaristía y Confirmación se recibían en el contexto de una vida familiar ya orientada a Cristo, sostenida por un recorrido catequístico de preparación. Hoy, en cambio, hay familias que no piden el bautismo para sus hijos, muchachos bautizados que no reciben los otros sacramentos de la iniciación; y si se acercan, no pocas veces ya no participan en la misa dominical y muchos, después de haber recibido el Sacramento de la Confirmación, desaparecen de la vida eclesial.

Hay que reflexionar si se quiere que nuestras parroquias mantengan la capacidad de ofrecer a todos la posibilidad de educarse en la fe, de crecer en ella, y de testimoniarla en las condiciones normales de la vida.

Con relación a los niños: Hay que tratar deguardar la unidad entre los tres Sacramentos de la iniciación cristianapara que se vea la unidad de la iniciación cristiana. No tres Sacramentos separados, sin relación, sino una sola acción de la gracia que se inicia con el Bautismo y se complementa con la Confirmación y la Eucaristía. La Eucaristía es el Sacramento, que continuamente ofrecido, no cierra una experiencia, sino que la renueva cada semana, en el día del Señor

La iniciación cristiana de los niños interpela la responsabilidad original de la familia en la transmisión de la fe. Esta responsabilidad comienza antes de la edad escolar, y la parroquia debe ofrecer a los padres de familia los elementos esenciales que les ayuden a dar a los niños “el afecto” cristiano. Lo cual pide a los padres de familia un adecuado camino de formación paralelo al que llevan los niños en la escuela.

Además la parroquia involucrará a toda la comunidad, especialmente a los catequistas, y la ayuda de otros sujetos eclesiales como asociaciones y movimientos.

Las parroquias que hasta ahora dedican tiempo a los niños lo han de dedicar también a las familias para sostener la misión.

Como se ha visto, “llegar a ser cristiano”, tiene que ver con adolescentes, jóvenes y adultos: no bautizados, deseosos de completar su iniciación cristiana o que desean tomar desde sus raíces la vida de fe.

Se requiere el encuentro personal, sobre todo con el sacerdote, que ha de estar disponible.

A la parroquia corresponde por lo tanto no solo ofrecer la acogida a quien pide estos sacramentos como expresión de una “necesidad religiosa”, sino también despertando la pregunta religiosa de muchos, dando testimonio de fe ante los no creyentes y acogiendo y valorando la religiosidad popular.

3. El Día del Señor: Mesa de la Palabra y del Pan

El domingo, día del Señor, de la Iglesia y del hombre, está en el comienzo, en el corazón y en la cima de la vida parroquial; el valor que tiene la Eucaristía para el hombre y para el impulso misionero son el fruto de una celebración de la Eucaristía cuidada con verdad y belleza.

Cada domingo, en toda parroquia, el pueblo cristiano es reunido por Cristo para celebrar la Eucaristía, en obediencia a su mandato: “Hagan esto en memoria mía”. (Lc 22, 19).

En la Eucaristía, Cristo, muerto y resucitado, está presente en medio a su pueblo. En la Eucaristía y mediante la Eucaristía lo genera y regenera constantemente: “La celebración de la Eucaristía es el centro del proceso de crecimiento de la Iglesia”. (Juan Pablo II, Ecclesia de Eucharistia, 21).

Culmen de la iniciación cristiana, la Eucaristía es el alimento de la vida eclesial y la fuente de la misión. En ella la comunidad reconoce a Cristo Salvador del hombre y del mundo.

Juan Pablo II, escribió: “La Iglesia recibe la fuerza espiritual necesaria para cumplir su misión perpetuando en la Eucaristía el sacrificio de la Cruz y comulgando el cuerpo y la sangre de Cristo” (Ib. 22) .

Nuestras parroquias no deben cansarse de subrayar a todo cristiano el deber–necesidad de la fidelidad a la misa dominical y festiva de vivir cristianamente el domingo y las fiestas.

La vida de la parroquia tiene su centro en el día del Señor y la Eucaristía en el corazón del domingo. Debemos “proteger” el domingo, y el domingo “nos cuidara a nosotros” y a nuestras parroquias, orientando el camino, alimentando la vida.

“Nos parece muy fecundo recuperar la centralidad de la Eucaristía fuente y manifestación de la reunión de los hijos de Dios y verdadero antídoto a su dispersión en la peregrinación hacia el Reino” (Conferencia Episcopal de Italia – Communicare il Vangelo in un modelo che cambia”, 47). Del costado de Cristo manan con los Sacramentos, la comunión y la misión de la Iglesia. El cuerpo “entregado” y la sangre “derramada” lo son por nosotros y por todos: la misión está inserta en el corazón de la Eucaristía. De aquí toma forma la vida cristiana al servicio del Evangelio. El modo como se vive el día del Señor y se celebra la Eucaristía dominical debe hacer crecer en los fieles el ánimo apostólico, abierto a compartir la fe, generoso en el servicio de la caridad, y dispuesto a dar razón de la esperanza.

Es necesario presentar el domingo con toda su riqueza:

  • Día del Señor,de la Pascua por la salvación del mundo, de la cual la Eucaristía es el memorial origen de la misión;
  • Día de la Iglesia, experiencia viva de comunión compartida entre todos sus miembros, irradiada en todos los que viven en el territorio parroquial;
  • Día del hombre,en el que la dimensión de la fiesta desvela el sentido del tiempo y abre el mundo a la esperanza.

Estas dimensiones del domingo están hoy de varios modos amenazados por la cultura que se difunde en particular, la organización del trabajo y los fenómenos nuevos de la movilidad constituyen factores de disgregación de la comunidad y llegan a impedir la posibilidad de vivir el domingo y las otras fiestas.

Tres objetivos para nuestras parroquias:

1. Defender el sentido, significado religioso y también antropológico, cultural y social del domingo. Se trata de ofrecer ocasiones de experiencia comunitaria y de expresiones de fiesta, para liberar al hombre de una doble esclavitud: la absolutización del trabajoy el reducir la fiesta a pura diversión. La parroquia, que comparte la vida cotidiana de la gente, debe introducir el sentido verdadero de la fiesta que abre a la trascendencia. Una ayuda especial se da a la familia, para que el día de la fiesta se pueda rehacer la unidad mediante relaciones más intensas de sus miembros; pues el domingo es también día de la familia.

2. La calidad de la celebración Eucarística dominical y festiva pide cuidar el equilibrio entre Palabra y Sacramento, el cuidado de la acción ritual, la valoración de los signos y la relación entre liturgia y vida. La Palabra, en la proclamación y la homilía ha de presentarse respetando el significado de los textos y teniendo en cuenta las condiciones de los fieles para que alimenten su vida durante la semana. El rito debe respetarse sin variaciones ni intromisiones indebidas. Los signos y gestos han de ser verdaderos, dignos y expresivos, para que se comprenda la profundidad del misterio… así se salvará la dimensión simbólica de la acción litúrgica.

La celebración tiene un ritmo que no tolera ni prisa ni alargamientos y pide equilibrio entre palabra, canto y silencio…

Ha de cuidarse el lugar de la celebración, para que sea acogedor y la fe encuentre en él una digna expresión artística. Se precisa de una liturgia al mismo tiempo seria, simple y bella, que sea vehículo del misterio, permaneciendo al mismo tiempo inteligible, capaz de narrar la perenne alianza de Dios con los hombres. En toda parroquia ha de haber una preparación esmerada, que incluya una variada ministerialidad, respetando a cada uno, comenzando por el sacerdote presidente, sin quitar nada a los laicos…

3. El día del Señor, es también tiempo de comunión, del testimonio y la misión.Debe hacer crecer la fraternidad, aumentar la dedicación al evangelio y a los pobres. Que todos traten de llegar a la celebración parroquial. Las parroquias deben cuidar la relación entre celebración y expresiones de fe y caridad.

4. Para la madurez de la fe: El cuidado de los adultos y de la familia.

Una parroquia misionera está al servicio de la familia, sobre todo, de los adultos, sirviéndolos en las dimensiones de los afectos, el trabajo y el descanso; se ha de reconocer de manera particular el papel germinal que para la sociedad y la comunidad cristiana tienen las familias, ayudándolas en la preparación matrimonial, cuando esperan los hijos, en la responsabilidad educativa, en los momentos de sufrimiento.

Una parroquia con rostro misionero debe asumir la elección valiente de ponerse al servicio de la fe de las personas en todos los momentos y lugares en que se expresa. La parroquia misionera debe servir la vida concreta de las personas sobre todo el crecimiento de los muchachos y de los jóvenes, la dignidad de las mujeres y su vocación y estar más atenta y abierta a las cuestiones del adulto y a sus preguntas que tocan los aspectos importantes de su existencia: los afectos, el trabajo y el descanso.

La experiencia de los afectos,es sobre todo, la del amor entre hombre y mujer y entre padres e hijos. La parroquia misionera hace de la familia un lugar privilegiado de su acción, descubriéndose ella misma familia de familias, y considera la familia no solo como destinataria de su atención, sino como verdadero recurso de caminos y propuestas pastorales. Entre otros vamos a indicar algunas:

Sobre todo, la preparación al matrimonio y a la familia, para muchos ocasión de contacto con la comunidad después de muchos años de lejanía. Debe convertirse en un camino para recobrar la fe, para dar a conocer a Dios, fuente y garantía del amor humano, la revelación de su Hijo, medida de todo verdadero amor, la comunidad de sus discípulos, en la cual Palabra y Sacramento sostienen el camino muchas veces débil y frágil del amor…

Un segundo momento, es la espera del nacimiento de los hijos, sobre todo, del primero.

Viene después de parte de ellos la petición de la catequesis y los Sacramentos para los hijos.

Hay que ayudar la responsabilidad de educar que tienen los padres.

Finalmente, los momentos difíciles de la familia, sobre todo, a causa de las enfermedades u otros sufrimientos en que las personas aunque estén al margen de la vida de fe, sienten la necesidad de una palabra o de un gesto, que expresen solidaridad humana y tengan su raíz en el misterio de Dios. En esto es decisivo el papel del sacerdote, de los diáconos, y de las parejas de esposos que sean la expresión de una comunidad que acoge, quita el aislamiento, ofrece un sentido superior; un papel importante lo pueden jugar los consejeros matrimoniales o los centros de ayuda a la vida.

La comunidad expresa cercanía y toma el cuidado también de los matrimonios en dificultad o de las situaciones irregulares. A nadie hay que excluir.

Si la familia está hoy en crisis, sobre todo en su identidad e ideal cristianos, permanece todavía un “deseo de familia” entre los jóvenes, que hay que alimentar correctamente: no podemos dejarlos solos; debería de orientárseles desde la adolescencia. Mas es toda la relación entre la comunidad cristiana y jóvenes que hay que volver a pensar. El diálogo entre las generaciones es siempre más difícil, mas las parroquias deben de tener la valentía de Juan Pablo II que a los jóvenes dio la tarea comprometedora de ser “centinelas del mañana”. Ser misioneros entre los jóvenes significa entrar en su mundo, usando su mismo lenguaje, haciéndolos misioneros de los mismos jóvenes, con la firmeza de la verdad y la valentía de la integridad de la propuesta evangélica.

La experiencia del trabajo reconoce hoy caminos cada vez más complicados, a causa de muchos factores, entre los primeros aquellos que tienen que ver con los avances tecnológicos y los procesos de globalización. Lo mismo vale para quienes tienen responsabilidades sociales o participan en la vida política.

La parroquia debe siempre orientar, acoger, lanzar puentes de unión. Más profundamente, debe ofrecer una visión antropológica de base, indispensable para orienta el discernimiento y una educación a las virtudes, que constituyen la base segura capaz de sostener los comportamientos que hay que asumir en los lugares de trabajo o en lo social, y dar coherencia a las elecciones que, con la legitima autonomía, los laicos deben asumir para edificar un mundo lleno de Evangelio.

Finalmente, la experiencia del descanso. En este campo parece que la Iglesia y la parroquia se encuentran menos preparadas. Aunque no faltan recursos en su propia historia. Es un hecho que el descanso ha convertido “en tiempo libre”, por lo tanto, (tiempo) descalificado con relación al tiempo “ocupado” de trabajo y de los compromisos familiares y sociales; y “el tiempo libre” ha degenerado en tiempo de consumo, sabemos que de esto los jóvenes son los protagonistas y las víctimas.

La parroquia centrada en el día del Señor, tiene la preciosa oportunidad de transformar el tiempo libre entiempo de fiesta, calificando la Eucaristía dominical como lugar hacia donde culmina y de donde parte la vida de los días entre semana en todas sus expresiones. La comunidad cristiana debe saber ofrecer espacios y experiencias que devuelvan el significado al descanso como tiempo de contemplación, oración, interioridad, gratuidad y de la experiencia liberadora del encuentro con los otros y con las manifestaciones de lo bello, en sus diversas formas naturales y artísticas, del juego y de la actividad deportiva.

Todas estas atenciones piden que las parroquias rehagan, en cuanto sea posible,sus ritmos de vida, para hacerlos accesibles a todos los adultos y a las familias, como también a los jóvenes, y cuiden un estilo pastoral caracterizado por las relaciones humanas profundas y cultivadas sin masificación. Por tanto, hay que multiplicar las ofertas y personalizar los caminos.

La atención pastoral de la vida adulta tiene como fondo el re-descubrimiento del Bautismo. El Bautismo comporta una exigente adhesión al Evangelio y es camino de santidad y fuente de toda vocación. La parroquia ha sido siempre el seno de las vocaciones sacerdotales, religiosas, en estrecha relación con el seminario. Promueve también hay las vocaciones laicales.

5. Signo de la fecundidad del Evangelio en el territorio

La Parroquia tiene una dimensión de cercanía a la gente, para la cual es muy importante el territorio con sus múltiples dimensiones sociales y culturales: Se necesitan parroquias que estén abiertas a todos, que cuiden de los pobres, colaboren con otros sujetos sociales e instituciones, promuevan cultura en este tiempo de la comunicación.

La parroquia nace y se desarrolla en estrecha relación con el territorio. Gracias a tal relación ha podido mantener aquella cercanía a la vida cotidiana de la gente. Los límites de la parroquia ya no encierran todas las experiencias de su gente porque la aventura humana se juega hoy también en otros territorios.Precisamente esto impone que se encuentre un punto de referencia unitariopara que también la vida de la fe no sufra una fragmentación o sea relegada a un espacio marginal de la existencia. El lugar de residencia y la parroquia son este lugar de síntesis.

La referencia al lugar confirma la centralidad de la familia para la Iglesia. La comunidad en el territorio y efectivamente basada sobre la familia, sobre la continuidad de las casas, sobre la relación de vecindad. Nos parece actualizar así la invitación de Jesús al hombre liberado de los demonios, que quería seguirlo: “Anda a tu casa, a los tuyos, anúnciales que el Señor ha tenido misericordia de ti” (Mc 5, 19). La parroquia es este espacio doméstico que testimonia el amor de Dios.

La presencia de la parroquia en el territorio se expresa sobre todo en el tejer relaciones directas con todos sus habitantes, cristianos y no cristianos. Nada en la vida de la gente, acontecimientos alegres o tristes, debe ser ajeno al conocimiento y a la presencia discreta y activa de la parroquia, hecha de proximidad, condivisión, cuidado. Responsables son el párroco, los sacerdotes que colaboran, los diáconos; un lugar particular tienen las religiosas, por la atención de las mujeres; para los fieles laicos es una típica expresión de su testimonio.

Presencia en el territorio quiere decir solicitud hacia los más débiles y los últimos; hacerse responsable de los marginados, servir a los pobres de antes y de hoy, tener cuidado de los enfermos y de los menores en problemas. La “fantasía de la caridad” de la que habla el Papa Juan Pablo II (NMi 50) tiene que ver también con la parroquia.

… Una Caritas parroquial en cada comunidad, es un objetivo que aún hay que realizar en toda comunidad. … La visita a los enfermos, el apoyo a las familias que tienen que sobrellevar largas enfermedades es algo tradicional de nuestras parroquias: que se asegura también por una nueva ministerialidad, aunque queda todavía como un gesto típico del sacerdote. La apertura de la caridad, no se detiene en los pobres de la parroquia que se encuentran en el camino: se preocupa también de hacer crecer la conciencia de los fieles en orden a los problemas de la pobreza en el mundo, del desarrollo de la justicia y del respeto de la creación, de la paz entre los pueblos.

6.- Pastoral de conjunto: Estructuras nuevas para la misión y carismas compartidos.

Las parroquias no pueden actuar solas: necesitan una “pastoral integradora” en la cual, en la unidad de la diócesis, abandonada toda pretensión de autosuficiencia, las parroquias se unan entre sí, de diversas formas, según las situaciones – en la unidad pastorales de la vicaría, decanato o zona pastoral – valorando la vida consagrada y los nuevos movimientos.

La red capilar de la parroquia constituye un recurso importante… Hay que partir de lo local para abrirse a una visión más amplia al reconocer en la Iglesia particular el contexto teológico propio de la parroquia. La raíz local es nuestra fuerza, porque vuelve amplia nuestra presencia y capaz de responder a diversas situaciones, pero se vuelve un cerrado particularismo y se transforma en nuestro límite, cuando no actuamos en conjunto, con poca incidencia social y cultural.

Todas las parroquias deben saber que ha terminado el tiempo de las parroquias auto – suficientes.

Parroquias en red, como una expresión de pastoral de conjunto. En este camino de colaboración y corresponsabilidad, es preciso despertar la comunión entre los sacerdotes, diáconos, religiosos y laicos, su disponibilidad para trabajar en conjunto, lo cual constituye la premisa necesaria para un modo nuevo de hacer pastoral.

Esta pastoral “integradora” no debe dirigir solo la relación entre las parroquias, sino ante todo, la de las parroquias con la Iglesia particular.

La parroquia tiene dos referencias la diócesis y el territorio. La principal es la diócesis. En ella, el único pastor del pueblo de Dios es el Obispo, signo de Cristo Pastor. El párroco lo hace, en cierto modo, presente en la parroquia, por la comunión en el único presbiterio. La misionariedad de la parroquia esta unida a la capacidad que ella tiene de caminar no sola, sino haciéndolo junto con las demás parroquias, recorriendo el camino indicado por las orientaciones pastorales de la Diócesis y otras orientaciones del magisterio del Obispo. Toda parroquia debe valerse de los instrumentos pastorales que le ofrece la Iglesia diocesana.

Es a partir de la Diócesis que los religiosos y las religiosas y otras formas de vida consagrada concurren con sus propios carismas a la elaboración y actuación de proyectos pastorales y ofrecen ayuda al servicio parroquial, con diálogo y colaboración.

Otro grado de integración, lo constituyen los movimientos y las nuevas realidades eclesiales que tienen un papel particular en los desafíos que presenta la descristianización y a las respuestas de religiosidad. Por su naturaleza son de nivel diocesano, pero toca al Obispo pedirles que estén en sintonía con el camino pastoral diocesano y al párroco ayudarles a hacerse presente en el tejido comunitario, de cuya comunión es responsable, sin privilegios ni exclusiones.

La relación más tradicional de la parroquia con las diversas asociaciones eclesiales, se renueva, reconociendo en ellas espacio para el trabajo apostólico y apoyo en el camino de formación, solicitando formas oportunas de colaboración.

A este actuar en conjunto damos el nombre de “pastoral integrada o de conjunto” entendida como el nuevo estilo de la parroquia misionera. No hay misión eficaz sino dentro de un estilo de comunión.

8. Servidores de la misión en una comunidad responsable

La parroquia misionera tiene necesidad de nuevos protagonistas: una comunidad que se siente toda ella responsable del Evangelio, sacerdotes disponibles a la colaboración en el único presbiterio y más atentos a promover carismas y ministerios, ayudando a la formación de los laicos y sus asociaciones y creando espacios de real participación.

El camino misionero de la parroquia está confiado a la responsabilidad de toda la comunidad parroquial. La parroquia no es sólo una presencia de la Iglesia en un territorio, sino “una determinada comunidad de fieles”, comunión de personas que reconocen en la memoria cristiana vivida y transmitida en aquel lugar. Singularmente y en conjunto, cada uno es responsable del Evangelio y de su transmisión según el don que Dios le ha dado y el servicio de la Iglesia le ha confiado.

Se subraya el papel del sacerdote, sobre todo del párroco, en la renovación misionera de la parroquia. Él está asociado al obispo en el servicio de presidencia y la ejercita como pastor propio de la comunidad en el territorio que le fue confiado, mediante el oficio de enseñar, santificar y gobernar (Código de derecho canónico, canon 519). La renovación de la parroquia en prospectiva misionera no disminuye el papel de presidencia del presbítero, sino pide que él lo ejercite en el sentido evangélico del servicio a todos, en el reconocimiento y la valoración de todos los dones que el Señor ha difundido en la comunidad, haciendo crecer la corresponsabilidad.

La misionaridad de la parroquia exige que los espacios de la pastoral se abran a nueva figuras ministeriales, reconociendo tareas de responsabilidad a todas las formas de vida cristiana y a todos los carismas que el Espíritu suscite.

El cuidado y la formación del laicado representan una tarea urgente en la óptica de la pastoral integrada, tanto en lo referente a la cualidad del testimonio como del servicio eclesial.

Formas específicas de corresponsabilidad en la parroquia son los organismos de participación, especialmente el consejo pastoral parroquial y el económico.

Una parroquia que valore los dones del Señor destinados a la evangelización no puede olvidar la vida consagrada y su papel en el testimonio del Evangelio.

Conclusión:

Con los obispos de Italia puedo decir que todo lo dicho anteriormente sobre el rostro de la parroquia misionera se ha de ir construyendo con paciencia, según las posibilidades. También hay que recordar que no existe “la” parroquia sino muchas y con muchos rostros. Las indicaciones dadas han de ser evaluadas con el obispo en la concreta situación de la diócesis. Lo que pretendía era dar unas pistas para la reflexión. Aparecida nos ha entregado un rico documento que puede aplicarse a la parroquia misionera.

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