Cuando Dios nos atrae en la oración, no toma únicamente en consideración nuestra propia salvación, sino desea igualmente ampliar nuestras oraciones para la salvación de los demás. Por eso, la oración es una de las obras más importantes y preciosas a los ojos de Dios. El hombre que hace esfuerzos en su vida de oración y progresa rápidamente en el espíritu de abandono y obediencia en la voluntad de Dios, se vuelve un buen soldado de Cristo Jesús (2 Tm. 2, 3).
El mismo Señor lo convoca todos los días a estar en su presencia, y lo ejercita para interceder a favor de los demás hasta estar complacido. Recibirá pronto del Señor el poder de salvar numerosas personas y de llevarlas del camino de la muerte hasta el seno de Dios.