"Queridos hermanos y hermanas. La pasión del misionero es el Evangelio. San Pablo podía afirmar: ¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio! (1 Cor. 9, 16). El Evangelio es fuente de alegría, de liberación y de salvación para todos los hombres. La Iglesia es consciente de este don, por lo tanto, no se cansa de proclamar sin cesar a todos "lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestro propios ojos" (1 Jn. 1, 1).
La misión de los servidores de la Palabras -Obispos, sacerdotes, religiosos y laicos- es la de poner a todos, sin excepción, en una relación personal con Cristo. En el inmenso campo de la acción misionera de la Iglesia, todo bautizado está llamado a vivir lo mejor posible su compromiso, según su situación personal. Una respuesta generosa a esta vocación universal la pueden ofrecer los consagrados y las consagradas, a través de una intensa vida de oración y de unión con el Señor y con su sacrificio redentor".