Historia y Doctrina

I. HISTORIA Y DOCTRINA


Fundamento de la misión “ad gentes”

1. “La Iglesia peregrinante es, por su propia naturaleza, misionera, puesto que tiene su origen en la misión del Hijo y la misión del Espíritu Santo según el plan de Dios Padre”[1].

Así entendido, el compromiso misionero es esencial para la comunidad cristiana. A través de ese compromiso, los cristianos son formados para la misión y se confiere a cada uno la dinámica espiritual del bautismo, que les lleva a vivir en comunión en torno a Cristo y a participar de su misión[2].

La misión, en cuanto obra de Dios en la historia humana, no es un mero instrumento sino un acontecimiento que sitúa a todos a disposición del Evangelio y del Espíritu Santo.

2. La misión deberá tener siempre como fundamento, centro y vértice de toda su actividad, la inequívoca proclamación de que sólo en Jesucristo “se ofrece la salvación a todos los hombres, como don de la gracia y de la misericordia de Dios mismo”[3].

3. El compromiso misionero de la Iglesia se realiza con el testimonio de su vida, con el anuncio del Evangelio, la creación de las Iglesias locales y su tarea de inculturación, el diálogo interreligioso, la formación de las conciencias para actuar según los criterios de la doctrina social cristiana, la proximidad a los más alejados y el concreto servicio de la caridad.


Actualidad de la misión “ad gentes”

4. Reconociendo la urgencia de la misión, el Papa Juan Pablo II proclamó la actualidad de la misión “ad gentes” y señaló proféticamente los frutos: «Veo amanecer una nueva época misionera, que llegará a ser un día radiante y rica en frutos, si todos los cristianos y, en particular, los misioneros y las Iglesias jóvenes responden con generosidad y santidad a las solicitaciones y desafíos de nuestro tiempo»[4].

Los hechos confirman hasta qué punto es verdad que «la fe se fortalece dándola»[5]. «Se han multiplicado las Iglesias locales provistas de Obispo, clero y personal apostólico propios; se va logrando una inserción más profunda de las comunidades cristianas en la vida de los pueblos; la comunión entre las Iglesias lleva a un intercambio eficaz de bienes y dones espirituales; la labor evangelizadora de los laicos está cambiando la vida eclesial; las Iglesias particulares se muestran abiertas al encuentro, al diálogo y a la colaboración con los miembros de otras Iglesias cristianas y de otras religiones. Sobre todo, se está afianzando una conciencia nueva: la misión atañe a todos los cristianos, a todas las diócesis y parroquias, a las instituciones y asociaciones eclesiales»[6].

La convicción de que «la misión de la Iglesia es más amplia que la "comunión entre las Iglesias"»[7], debe dar a dicha comunión una específica índole misionera.

5. Estos resultados positivos son mucho más valiosos porque han madurado en un contexto en el que nuevas dificultades han venido a sumarse a las antiguas: desde una más extendida mentalidad secularizada, hasta los interrogantes sobre el valor salvífico de las religiones no cristianas; desde un malentendido respeto a las conciencias que considera superflua la conversión, hasta un compromiso entendido como búsqueda exclusiva de promoción humana. La complejidad de las categorías geográficas, culturales y sociales, propia de la globalización, requiere atención a los «nuevos ambientes donde debe proclamarse el Evangelio»[8]. Así, por ejemplo, los grandes núcleos urbanos, las situaciones nuevas y crecientes de pobreza, las migraciones, los jóvenes, el mundo de la cultura y de la investigación, los medios de comunicación social y las relaciones internacionales[9].


De la misión de la Iglesia a la cooperación misionera de todos los bautizados

6. El envío de la Iglesia ad gentes implica la colaboración de todos los creyentes: «Como el Padre me envió, también yo os envío»[10]. «La participación de las comunidades eclesiales y de cada fiel en la realización de este plan divino recibe el nombre de cooperación misionera»[11].

Por esto la Iglesia contempla con satisfacción que, junto con las Congregaciones y los Institutos tradicionalmente dedicados a la misión ad gentes, estén surgiendo hoy nuevas formas de promoción de la evangelización y nuevos agentes misioneros: sacerdotes diocesanos y otros clérigos, laicos, asociaciones de voluntarios y de familias, prestaciones de servicios profesionales, fraternidades, intercambios de personas y de experiencias pastorales.

7. Todos estos nuevos sujetos han de ser apoyados y «a nadie se ha de impedir realizar este intercambio de caridad eclesial y dinamismo misionero»[12]. De lo que se trata es de ubicarlos en un marco de comunión y de fraternidad, del que es garante la Iglesia en la que trabajan o se insertan. De su comunión en la diversidad nace no sólo la mejor colaboración recíproca, sino una verdadera fraternidad eclesial, que es contenido genuino y fundamental de la misión. Pertenecen a esta nueva sensibilidad también las iniciativas encaminadas a la información sobre los problemas misioneros y las dedicadas a la formación de una más coherente mentalidad y praxis de vida de las personas y la comunidad.

8. Para favorecer, apoyar y coordinar la comunión entre todos los agentes misioneros, han surgido diversos organismos eclesiales: comisiones y secretariados promovidos por las Conferencias episcopales, instrumentos de coordinación entre los Institutos misioneros, fundaciones científicas de estudio y profundización, organizaciones en los lugares de misión. En un contexto similar, el Concilio Vaticano II no sólo ha reconocido al Colegio Episcopal la responsabilidad de la misión universal, sino que ha confiado a la Congregación para la Evangelización de los Pueblos el cometido de «dirigir y coordinar toda la obra misional y la cooperación misionera»[13].

Para promover esta cooperación, la Congregación «se vale especialmente (praesertim) de las Obras Misionales Pontificias, es decir, de las denominadas Propagación de la Fe, San Pedro Apóstol y Santa Infancia, y también de la Pontificia Unión Misional del clero».[14] En la tarea de formación y cooperación misionera, por tanto, a las Obras Misionales Pontificias «debe reservarse con todo derecho el primer lugar»[15] y «el cometido primario»[16].


Origen de las Obras Misionales Pontificias

9. La gracia de la renovación misionera ha ayudado siempre a la Iglesia a extender los espacios de la fe y de la caridad hasta los últimos confines de la tierra. En el contexto rico de piedad del siglo XIX, la senda del anuncio encontró un nuevo impulso gracias a algunas personas que, urgidas por el amor de Cristo por la humanidad[17]y sostenidas por una fuerte espiritualidad de oración asidua, pudieron vivir la propia dedicación a la misión como un don de Dios a la Iglesia.

Es importante recordar sus nombres: Pauline Marie Jaricot (1799-1862), que está en el origen de la Obra de la Propagación de la Fe; Charles Auguste Marie de Forbin-Janson (1785-1844), Obispo de Nancy, fundador de la Obra de la Santa Infancia; Jeanne Bigard (1859-1934), que, junto con la madre Stephanie, dio vida a la Obra de San Pedro Apóstol; el Beato Padre Paolo Manna (1872-1952), misionero, fundador y animador de la Unión Misionera del Clero.

10. El origen carismático de las Obras Misionales Pontificias aparece con claridad desde los inicios, en la inspiración de sus fundadores y en la visión de fe de sus primeros colaboradores. Su presidente declaraba a los responsables de los diversos grupos misioneros reunidos en Lyon el 3 de mayo de 1822: «Somos católicos y debemos fundar una obra católica, es decir, universal. No debemos ayudar a esta o aquella misión, sino a todas las misiones del mundo»[18].

La historia de cada una de las Obras Misionales Pontificias ha confirmado sucesivamente su origen carismático. Nacidas espontáneamente en el Pueblo de Dios como iniciativas apostólicas privadas de laicos, han sabido transformar la adhesión a Cristo de los fieles en viva corresponsabilidad misionera. Surgidas y aceptadas en las diversas Iglesias, las Obras Misionales Pontificias han ido adquiriendo carácter supra-nacional y finalmente han sido reconocidas como Pontificias y puestas en relación directa con la Santa Sede.


Las Obras Misionales Pontificias en el renovado contexto eclesial y social

11. Entre los cambios que, después del Concilio Vaticano II, han llevado a las Obras Misionales Pontificias a redefinir su propio lugar, es necesario señalar el nuevo descubrimiento del protagonismo misionero de las Iglesias particulares y la entrada en acción de nuevos sujetos de la acción misionera. Además, la elaboración de un itinerario espiritual y formativo más completo de los laicos así como la insistencia en el carácter de servicio de las estructuras eclesiales han contribuido a una mejor cualificación de su propuesta.

Las Obras Misionales Pontificias están en condiciones de responder a la necesidad, advertida por todo el mundo misionero, de volver a proponer formas creíbles de animación y cooperación misionera en los nuevos escenarios madurados con la caída de las viejas ideologías y la aparición del fenómeno de la globalización[19].


Naturaleza e importancia de las Obras Misionales Pontificias

12. Las Obras Misionales Pontificias, don del Espíritu a la Iglesia y fruto del celo misionero de sus fundadores, han tratado de favorecer la participación de todos los fieles en la vida apostólica de la Iglesia.

Como instituciones eclesiales han sido confiadas a la dirección de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, de la que dependen; ésta asegura la coordinación para una mayor eficacia y efectiva universalidad. Es necesario que las Obras Misionales Pontificias «estén presentes y actúen en todas las Iglesias particulares, tanto las de antigua fundación como las jóvenes»[20]y sean reconocidas como el organismo oficial[21]de la cooperación misionera de todas las Iglesias particulares y de todos los cristianos.

Las Obras Misionales Pontificias ocupan justamente el «primer lugar»[22]en la cooperación misionera, porque constituyen un instrumento precioso para «infundir en los católicos, desde la infancia, un espíritu verdaderamente universal y misionero, y para recoger eficazmente los subsidios en beneficio de todas las misiones y según las necesidades de cada una»[23]Las Obras Misionales Pontificias son, por tanto, propuestas a todos los cristianos como «instrumentos privilegiados del Colegio Episcopal unido al Sucesor de Pedro y responsable con él del Pueblo de Dios, Pueblo que es también, todo él, misionero»[24].

13. Cada Obra concreta el compromiso común de promover el espíritu misionero en el seno del Pueblo de Dios según el estilo propio de cada una:

La Obra Misional Pontificia de la Propagación de la Fe tiene como finalidad formar una conciencia católica en los fieles, capaz de conjugar una plena docilidad al Espíritu con el afán apostólico abierto a todo el mundo. Coopera también a la preparación de específicos animadores misioneros que trabajen en las Iglesias particulares, en orden a una adecuada participación de éstas en la misión universal. Prestará una atención particular a la formación misionera de los jóvenes así como a la dimensión misionera de la familia. Entre sus frutos más valiosos se encuentra la creación de la Jornada Mundial de las Misiones [25], propuesta por la Sagrada Congregación de Ritos el 14 de abril de 1926 y fijada para el penúltimo domingo del mes de octubre.

La Obra Misional Pontificia de San Pedro Apóstol tiene como objetivo prioritario mantener la importancia de la apostolicidad en la misión y la necesidad de que cada Iglesia particular pueda formar, en su propio contexto espiritual y cultural, el personal religioso propio y, en concreto, a los ministros ordenados. Su campo de actuación no reside exclusivamente en el sostenimiento económico, sino que se enraíza en la oración y en la vida inspirada por la fe.

La Obra Misional Pontificia de la Santa Infancia o Infancia Misionera debe su nombre al deseo de ponerla bajo la protección de Jesús Niño. Con el convencimiento de que los niños pueden ser una fuerza espiritual y social para una verdadera transformación del mundo, intenta suscitar un movimiento de niños cristianos dedicados a ayudar a otros niños. Mantiene su genuino carácter misionero e incluye también un compromiso en la denuncia y condena de las causas de las múltiples violencias sufridas por los niños en el mundo, aportando concretas iniciativas de ayuda. Este compromiso es tanto más eficaz cuanto más estrechamente esté unido en la apertura a las Iglesias locales y en sintonía con las familias, las parroquias y las escuelas.

La Pontificia Unión Misional, anticipando y preparando la posterior enseñanza del Magisterio sobre la dimensión misionera universal de la vida de los presbíteros[26], se propone despertar el celo apostólico entre sus miembros y, a través de ellos, en todo el pueblo cristiano. Coopera en el incremento de las vocaciones misioneras y en una mejor distribución del clero, dando valor efectivo a la cooperación entre las Iglesias. Trabaja para que el Pueblo de Dios adquiera mayor conciencia del compromiso misionero, y es energía espiritual encaminada a la conversión del mundo.

14. Ya desde los comienzos, reconociendo que la responsabilidad de la misión universal incumbe a toda persona bautizada, los laicos han desempeñado un papel importante en la actividad y en la dirección de las Obras Misionales Pontificias. La exigencia de la misión invita a relanzar y valorar su participación en este campo, tanto en el ámbito diocesano, nacional e internacional.


Carácter pontificio, episcopal y autónomo de las Obras Misionales Pontificias

15. Las Obras Misionales, una vez que arraigaron con solidez y adquirieron carácter universal, fueron reconocidas como Pontificias. Este reconocimiento fue dado a las tres primeras -Propagación de la Fe, San Pedro Apóstol, Santa Infancia- por Pío XI el 3 de mayo de 1922, mediante el Motu Proprio Romanorum Pontificum. La Unión Misional del Clero, a su vez, se convierte en Pontificia mediante Decreto de Pío XII el 28 de octubre de 1956. El título de Pontificias, aval de plena eclesialidad, garantiza mejor su universalidad y aporta una más coherente estructura organizativa.

16. De manera especial, las Obras Misionales Pontificias están a disposición del Romano Pontífice, Cabeza del Colegio Episcopal y principio y signo de la unidad y universalidad de la Iglesia. Por razón de su ministerio, el Pastor Supremo es quien mejor conoce y siente la urgencia y las necesidades de todas y cada una de las Iglesias. A él le corresponde urgir a los demás Pastores su responsabilidad misionera universal e invitarles a participar al unísono con él en el esfuerzo común para la evangelización del mundo[27]. Confiadas por el Papa a la Congregación para la Evangelización de los Pueblos[28], las Obras siguen sus indicaciones y, según los diferentes niveles de responsabilidad, desarrollan una programación y una colaboración que miran al ministerio de la evangelización universal.

17. «Aun siendo del Papa, las Obras Misionales son también de todo el Episcopado y de todo el Pueblo de Dios»[29]. Por eso las Obras Pontificias son y permanecen también como Obras Episcopales, enraizadas en la vida de las Iglesias particulares[30]. Sin perjuicio de su carácter pontificio y con pleno respeto a su Estatuto, las Obras Misionales Pontificias son promovidas por los Obispos a nivel diocesano y nacional, y dependen legítimamente también de ellos en el ámbito de su propia competencia.

El carácter episcopal de su servicio eclesial confiere a las Obras una razón añadida para su servicio en beneficio de las misiones. Para cada Diócesis, en efecto, constituyen el instrumento específico, privilegiado y principal para la educación en el espíritu misionero universal, para la comunión y la colaboración entre las Iglesias en el servicio al anuncio del Evangelio.

18. Históricamente, las Obras surgieron de iniciativas debidas al celo apostólico de laicos y sacerdotes intensamente enamorados de las misiones. El reconocimiento de su carácter pontificio y episcopal no elimina su autonomía, sino que la acrece, la hace más fuerte y es garante de su ejercicio. La autonomía de las Obras Misionales Pontificias reside en mantener su identidad y su razón de ser[31].


Objetivo propio de las Obras Misionales Pontificias

19. Entre las diversas formas de servicio a las misiones, las Obras Misionales Pontificias han tenido siempre como objetivo principal la ayuda a la evangelización propiamente dicha.

Sin excluir la ayuda en los ámbitos de la promoción humana y del desarrollo y colaborando con las instituciones y asociaciones católicas de asistencia social y sanitaria, las Obras tienen claro que «el mejor servicio al hermano es la evangelización, que lo dispone a realizarse como hijo de Dios, lo libera de las injusticias y lo promueve integralmente»[32].

Mediante un fondo de solidaridad (cfr art. 61), las Obras Misionales Pontificias apoyan de modo prioritario a las Iglesias que atraviesan por situaciones difíciles y de mayor necesidad, ayudándoles, con el respeto debido, a hacer frente a sus fundamentales necesidades pastorales y misioneras, con vistas a su progresiva autonomía, y para ponerlas en condiciones de corresponder, a su vez, a las necesidades de otras Iglesias[33].


Los Fondos Universales de Solidaridad

20. La común solicitud por las necesidades misioneras de toda la Iglesia y de cada Iglesia particular, ha hecho de las Obras Misionales Pontificias expresión de comunión y de solidaridad universal. En su tarea de sensibilización, no es menor su cometido de explicar a los fieles y pastores la prioridad del carácter universal de la cooperación misionera, colaborando con los Obispos a que las iniciativas particulares no dañen el compromiso común en apoyar la evangelización de los pueblos.

Para ello, las primeras tres Obras —Propagación de la Fe, San Pedro Apóstol, Santa Infancia— dan vida cada una de ellas a un propio fondo de solidaridad, que pueda sostener los programas de asistencia universal, evitando particularismos y discriminaciones. El más importante de éstos es el fondo universal de solidaridad (cfr Art. 10), promovido y atendido por la Obra de la Propagación de la Fe, que gestiona las colectas realizadas, especialmente en la Jornada Mundial de Misiones, en beneficio de todas las iniciativas de cooperación misionera.

Las Obras Misionales Pontificias programan anualmente esta ayuda recíproca y fraterna, teniendo en cuenta las necesidades de todas las Iglesias, las prioridades emergentes, las directrices de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos y las eventuales indicaciones de las Conferencias Episcopales interesadas.

Las Direcciones Nacionales concurren a la formación y el reparto de estos Fondos en conformidad con las leyes civiles de los Países de procedencia.


Instrumentos y medios de la cooperación misionera de las Obras Misionales Pontificias

21. Fundamentada en la vida cristiana y eclesial, la cooperación misionera promovida desde las Obras Misionales Pontificias no mira sólo a algunos momentos puntuales sino a la entera vida personal y comunitaria del cristiano. Los fieles pueden implicarse de dos modos: adhiriéndose a las propuestas específicas de vida asociativa ofrecidas por cada una de las Obras, o participando en las iniciativas de promoción y ayuda propias de la cooperación misionera universal.

En todo caso, es fundamento necesario de esta cooperación misionera una profunda e intensa tarea de animación y formación, indispensable para que todos los fieles tengan viva conciencia de su responsabilidad ante el mundo, fomenten en sí mismos un espíritu verdaderamente católico y dediquen sus energías a la obra de la evangelización[34].

22. La cooperación misionera encuentra además en las Obras Misionales Pontificias una sólida instancia organizativa, con capacidad para apoyar la actividad personal y comunitaria con itinerarios formativos de conocimiento, celebración y solidaridad, suscitando la profundización en caminos vocacionales[35] e invitando a compartir los carismas propios de la Iglesia y de los cristianos.

Para alcanzar estos fines, las Obras Misionales Pontificias informan sobre la vida y las necesidades de la misión universal, estimulan la recíproca oración de las Iglesia particulares y se dedican a favorecer el mutuo intercambio de personas y de medios materiales.

A las diversas iniciativas que las Obras Misionales Pontificias han impulsado a lo largo de su historia, se añaden constantemente otras laudables formas de animación, formación y cooperación, siguiendo las inspiraciones del Espíritu y las exigencias de las nuevas situaciones de misión[36].

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