1. Motivación
La misión, entendida en su modo más específico ?como misión ad gentes?, no ha perdido su actualidad. Esa convicción es la que encontramos en el n. 33 de la Encíclica Redemptoris Missio (Juan Pablo II, 1990).
Es importante comprender que la distinción que hace Juan Pablo II entre misión ad gentes, nueva evangelización y atención pastoral (RM, 33-34), no se refiere a «tres misiones» distintas, sino a tres modos circunstanciales de realizar la única misión. Afirmemos, pues, que la misión, en cuanto a su origen trinitario, es una sola y lo que puede variar son sus métodos, las circunstancias y los contextos en que se realiza.
A partir de esta premisa no es difícil comprender otros aspectos de la realidad eclesial:
1. Aunque todas las comunidades cristianas, en función del bautismo, estén llamadas a ejercer la misión, sin embargo, no todas tienen el mismo grado de conciencia misionera. Por consiguiente también su práctica de la misión es limitada. De hecho, hay estructuras eclesiales que viven actualmente el nivel de la atención pastoral, es decir, el nivel de «comunidades cristianas con estructuras eclesiales adecuadas y sólidas» (RM, 33); este nivel es el que encontramos en parroquias y comunidades bien consolidadas.
2. En cambio, hay otras comunidades que no sólo viven en los límites de la vida cotidiana de la parroquia o las diversas estructuras parroquiales, sino que arriesgan un poco más. En el sentido de llamar la atención no sólo de los que frecuentan normalmente la comunidad, sino de aquellos, que aun llamándose católicos, han perdido contacto con la comunidad cristiana parroquial y viven en un estado de evidente indiferencia. A este nivel lo llamamos proceso de nueva evangelización.
3. La posibilidad de acceder a un estado específico de misión ad gentes depende de una inteligente y creativa correlación entre el estado normal de las estructuras eclesiales y su avanzada en la línea de la nueva evangelización. De modo que con la nueva evangelización no se busca simplemente «traer o atraer más gente al redil», sino de traerlos y atraerlos para que se proyecten a la misión ad gentes, si esto último no se logra se está dañando la esencia misma de la Iglesia, incluso con toda la buena intención del mundo.
¿Cuáles han de ser las líneas de acción a seguir
para alcanzar el grado de madurez eclesial que implica la misión ad gentes?
En primer lugar, hay que apostarle a la linealidad misionera, es decir, que la misión ha de entenderse como el punto culminante o el estado de madurez que parte de la pastoral ordinaria, se refuerza en los procesos de evangelización y desemboca en la proyección más allá de las fronteras. Está comprobado que las comunidades que siguen esta linealidad son comunidades más fuertes y más dinámicas.
Cuando no se respeta esta linealidad la parroquia se estanca y comienza a girar en torno a sí misma, decantando en modas religiosas sentimentalistas o en el activismos económico y social. Ni el sentimiento, ni los eventos para recaudar fondos en vistas a la promoción social son contrarias a la misión, al contrario forman parte de ella, pero ambos aspectos han de ser integrados en la complejidad de la misión y no favorecer unilateralmente uno de ellos en defecto de todo el esfuerzo misionero.
En segundo lugar, es importante comprender que los tres niveles de la misión no son independientes unos de otros. Por ello, sin negar la linealidad misionera, se da también entre ellos una correlación. La comunidad consolidada y pastoralmente estable sostiene material y espiritualmente a los que están en la vanguardia de la misión ad gentes. A su vez tanto la pastoral ordinaria como la misión ad gentes están proporcionando los insumos necesarios para la organización de los procesos de evangelización.
Son, pues, elementos estructurales necesarios para hacer funcionar una parroquia misioneramente: 1) que las comunidades cristianas tomen conciencia del estado actual de la misión en la diócesis y en el mundo, a eso lo llamamos animación misionera; 2) que conociendo las necesidades materiales y espirituales que sufre la Iglesia estemos dispuestos ayudar, hablamos entonces de cooperación misionera; 3) que ninguna de las anteriores puede funcionar si no existe una estructura que sostenga a los misioneros, por ello hablamos de organización misionera; 4) que el ejercicio de la misión no es cuestión de buenas intenciones, sino de un conocimiento específico de los contenidos que la rigen, ello se adquiere con la formación misionera; 5) que nada se habría logrado si todos estos esfuerzos no concluyen en la efectiva implicación en la misión ad gentes, a eso lo llamamos proyección misionera.
En tercer lugar, aunque debería ser el primero en el orden estratégico, se requiere que el obispo, sus párrocos y vicarios se impliquen directamente en la promoción de la esencia misionera de la Iglesia. Concretamente, es indispensable, dado que hablamos de la esencia de la Iglesia, que en los seminarios donde se forman los futuros sacerdotes se imparta la materia de Misionología, de preferencia durante los años de teología. Que los seminaristas adquieran no solo los conocimientos teóricos sobre la misión, sino que aprendan las técnicas pastorales básicas para la elaboración de proyectos de animación misionera. También los sacerdotes deben gozar de amplios espacios de formación en vistas a la misión, dado que son ellos los que tienen un contacto más directo con las comunidades cristianas a quienes interesa despertar el amor por la misión.
2. Escuchando al Papa
Del Mensaje del Papa:
Destinatarios del anuncio del Evangelio son todos los pueblos. La Iglesia “es misionera por su naturaleza, puesto que toma su origen de la misión del Hijo y del Espíritu Santo, según el designio de Dios Padre” (Conc. Ecum. Vat. II, Decr.Ad gentes, 2). Esta es “la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar” (Pablo VI, Exhort. ap.Evangelii nuntiandi, 14). En consecuencia, no puede nunca cerrarse en sí misma. Se arraiga en determinados lugares para ir más allá. Su acción, en adhesión a la palabra de Cristo y bajo la influencia de su gracia y de su caridad, se hace plena y actualmente presente a todos los hombres y a todos los pueblos para conducirlos a la fe en Cristo (cfrAd gentes, 5).
3. La misión compartida
Dialoguemos los textos siguientes tomados de la Exhortación Apostólica Verbum Domini, n. 91:
El Verbo de Dios nos ha comunicado la vida divina que transfigura la faz de la tierra, haciendo nuevas todas las cosas (cf.Ap21,5). Su Palabra no sólo nos concierne comodestinatariosde la revelación divina, sino también comosus anunciadores.
En efecto, lo que la Iglesia anuncia al mundo es elLogos de la esperanza(cf.1 P3,15); el hombre necesita la «gran esperanza» para poder vivir el propio presente, la gran esperanza que es «el Dios que tiene un rostro humano y que nos ha amado hasta el extremo (Jn 13,1)».Por eso la Iglesia es misionera en su esencia. No podemos guardar para nosotros las palabras de vida eterna que hemos recibido en el encuentro con Jesucristo: son para todos, para cada hombre. Toda persona de nuestro tiempo, lo sepa o no, necesita este anuncio. El Señor mismo, como en los tiempos del profeta Amós, suscita entre los hombres nueva hambre y nueva sed de las palabras del Señor (cf. Am8,11). Nos corresponde a nosotros la responsabilidad de transmitir lo que, a su vez, hemos recibido por gracia.
4. Meditar la Palabra
Leer el texto siguiente y compartir las preguntas: (Hechos1, 8)
Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra.
a) ¿Qué analogía descubrimos entre el texto bíblico y los tres niveles de la misión (atención pastoral, nueva evangelización y misión ad gentes)?
b) ¿Se viven en nuestra parroquia los tres niveles con la misma intensidad?
c) ¿Tiene nuestra comunidad algún contacto con proyectos misioneros más allá de los límites parroquiales?
d) ¿Qué podemos hacer para fortalecer la misión ad gentes?