VIII. El bautismo, regeneración a la vida nueva de Jesucristo.

La consideración de este sacramento es fundamental a la hora de orientar la celebración de los demás sacramentos destinados a los cristianos cuando sufren una enfermedad. Pues de la hondura con que haya calado en ellos la celebración de su propio bautismo, y de la mayor o menor idoneidad de la catequesis que a lo largo de su vida hayan recibido, sobre la importancia y repercusiones del carácter bautismal en su persona, dependerá en gran medida el valor que den a la Penitencia, la Eucaristía, el Viático y la Unción de los enfermos. Veamos por qué.
Una catequesis adecuada sobre el bautismo, tal como el cristiano debe recibirla a lo largo de la infancia, de la adolescencia, de la edad adulta e incluso de la ancianidad, ha de incluir, entre otros y con toda claridad, los siguientes puntos:
a. La vida humana natural, de la que venimos dotados a este mundo, es ante todo un don de Dios, destinado a ir desarrollándose en la tierra, pero cuyas potencialidades sólo podrán actualizarse en el encuentro definitivo con Dios. En este mundo, toda vida, incluida la humana, está tocada de lo que San Pablo llamaba la astheneia tes sarkós, la fragilidad congénita de lo creado. Tal fragilidad la muestran con toda claridad las ciencias físicas y químicas, así como la clínica y la patología. La medicina y demás ciencias de la salud tienen aquí su más honda razón de ser, pero también su limitación radical. Por eso la salud biológica es un estado más o menos duradero, pero transitorio, y por eso el ser humano es, por definición, enfermable, sufriente y mortal.
b. Todo eso que la educación en ciencias naturales y humanas explica con claridad, no acaba de incorporarse a la catequesis sacramental del bautismo y de sus consecuencias. Y, sin embargo, la Sagrada Escritura y la reflexión de la Iglesia lo ha ido desgranando para nosotros. No debería asustar a nadie decir -o escuchar- que el bautismo es la inmersión en un misterio de muerte y resurrección -el de Cristo- pues la vida tiene en cada momento esas dos caras, como la biología celular más elemental nos enseña: crecemos y nos desarrollamos en la medida en que miles de células mueren a cada momento en nosotros para que nuestros tejidos -menos el nervioso- se regeneren con otras nuevas.
Media vita in morte sumus, canta un bello himno litúrgico, expresando una verdad humana a todos los niveles. Debiera explicarse más claramente la índole y el alcance de las semillas del Espíritu que el cristiano recibe en su bautismo y que son la garantía de que, pese al deterioro biológico, psíquico o moral, exponente del hombre viejo, la renovación en santidad y justicia, al contacto con Cristo, el hombre nuevo, es una realidad imparable para quien vive en constante encuentro y comunión de vida con él. También debería resaltarse más cómo el pecado es más debilidad (in-firmitas) de quien no sabe mantener con firmeza la opción de vida sellada con el bautismo, que delito; debilidad que se va curando con el perdón y la voluntad decidida de conversión. Y cómo el bautismo, que nos incorpora a la Iglesia, y nos convierte en miembros del Cuerpo de Cristo, nos obliga a ocuparnos de los miembros débiles y enfermos, a quienes va destinado el sacramento de la Unción. Así los cristianos, al llegar la hora de la enfermedad, percibirían mejor la vertiente sanadora de los sacramentos que la Iglesia les ofrece.

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