Claro está que la animación misionera no se produce por generación espontánea. El principal animador, desde luego, es el Espíritu Santo con su permanente aliento pen-tecostal sobre la Iglesia. Pero en el diario devenir histórico de cada comunidad hacen falta hombres y mujeres que se esfuercen por hacer presente en su vida la dimensión misionera de su ser cristiano e imbuir su existencia de una espiritualidad misionera.
En los estatutos aparece quiénes son: ahora solamente se pretende mostrar los distintos por qué de su responsabilidad animadora del Pueblo de Dios:
· El primer animador misionero de la Iglesia particular que le ha sido confiada es el Obispo:
" Mis hermanos Obispos son directamente responsables conmigo de la Evangelización del mundo, ya sea como miembro del Colegio Episcopal, ya sea como pastores de las Iglesias Particulares" (RM 63). Por esta razón, el Obispo tiene el deber de suscitar, promover y dirigir la obra misional en su diócesis de forma que toda ella "se haga misionera" (AG 38).
· Como inmediatos y próvidos colaboradores del Obispo en su ministerio pastoral están los Sacerdotes:
" Recuerden los presbíteros que deben llevar atravesada en su corazón la solicitud por todas las Iglesias" (PO 10). He aquí la postura espiritual permanente del sacerdote, consciente de que "el don espiritual recibido en la ordenación le prepara no a una misión limitada y restringida, sino a la misión universal y amplísima de la salvación hasta los últimos confines de la tierra" (PO 10). La vivencia profunda de esta actitud marcará, sin duda alguna, su preocupación pastoral por formar una genuina comunidad cristiana y, por ello, excitará y mantendrá entre los fieles el celo por la Evangelización de los pueblos (Cfr. AG 39).
Los religiosos, en virtud de su consagración, siguen a Cristo "más de cerca" y, en consecuencia, están obligados a continuar su misión recibida del Padre.
De la misma profesión de los consejos evangélicos y porque se consagran al servicio de la Iglesia, surge, pues, el deber de todo religioso de involucrarse en su dinamismo misionero, según el modo propio de su instituto, y de trabajar para que el Pueblo de Dios se dilate por todo el mundo, bien porque al interior de la propia comunidad trata de mantener y potenciar su espíritu misional, bien porque cultiva la formación y cooperación misioneras en los ámbitos en que trabaja.
· No es signo de minusvaloración el que, en último lugar, se cite a los laicos. La importancia que el Papa les otorga, en este campo también en la "Christifideles laici", es más que suficientemente notoria:
Y, en efecto, ellos son los que, sabedores de la gracia propia del Bautismo y de la Confirmación que infunde un espíritu apostólico sin fronteras, se entregan, como miembros activos de la Iglesia local, a la animación misionera del Pueblo de Dios, "no como algo marginal, sino central en la vida cristiana" (RM 83). ¿No hay que incluir aquí a tantos y tantas catequistas, maestros y maestras, dirigentes de movimientos juveniles, visitadores de enfermos, etc., y, sobre todo, responsables parroquiales de misiones?
En conclusión, todo aquél que se esfuerza y trabaja en este campo pastoral para que su comunidad no se cierre sobre sí misma sino que viva abierta y comprometida con los horizontes de la Evangelización universal, es, con toda verdad, un animador misionero.