Misión en Nicaragua

CRONICAS DE MISION EN NICARAGUA

René y yo, venimos llegando de una gira por los cantones llamados Nueva Esperanza, Lawas 1, Lawas 2, Wasmaluz y Waslalita. Son otras comunidades de acceso difícil, ubicadas en otra de las zonas montañosas de la parroquia. Algunas de ellas están ya dentro de la reserva ecológica de Nicaragua.

Caminar cuatro o cinco horas a pie o a caballo ya no es nada nuevo para nosotros. La semana pasada el Padre Roberto realizó otra gira de una semana, por Kukalaya, Los Lajones, Bolivia, San Rafael Central y San Rafael Dos Bocas, haciendo un recorrido de unos 100 kilómetros a la redonda. Por nuestra parte, nosotros comenzamos la gira, el lunes a las 6.30 de la mañana. Salimos de Bonanza llevando la cuenta de las tormentas que aguantábamos: la cantidad, la intensidad y la duración; pero después de siete y ocho lluvias, unas torrenciales… otras suaves, ésta de una hora y la otra de 20 minutos… ya no nos interesaban esos detalles.

Los caminos son charcos lisos, que hacen entender que caminar no es solo dar un paso después del otro, sino dar un paso, despegar el pie del lodo y dar el siguiente paso para poder avanzar.

Por mucho que nos esforzamos, a ninguna comunidad pudimos llegar a la hora indicada en el programa de visitas. Subíamos y bajábamos los cerros, atravesábamos el mismo o distintos ríos; caminábamos debajo de ceibas, robles, laureles, cóbanos, mangalarga, tamarindos, tabacones, guayaba-tigre; seguíamos por en medio de potreros, maizales, yucales, arrozales y árboles quemados. Reímos, bromeamos, cantamos, dialogamos, guardamos silencio y… finalmente ahí está “la gente” esperando la llegada del sacerdote, todos con vestido de fiesta. Los hombres en las piedras o en los troncos, las mujeres en la cocina o en el río más cerca lavándose los pies, los niños en la iglesia, en la escuela o parados en algún lugar.

El coro, el presidente de la directiva y el delegado de la Palabra, salen a recibirnos con cantos, sonrisas y abrazos… entramos a la iglesia, hacemos la oración con todos (como se acostumbra en estas tierras de misión) saludamos al pueblo, explicamos cómo será el programa de trabajo, tomamos un poco de agua que nos ofrecen las “amas de casa” y salimos a limpiarnos las botas o a bañarnos al río.

Normalmente en cada cantón comenzamos con el rezo del Santo Rosario y alguna motivación mientras el sacerdote confiesa y se revisan todos los papeles de los que recibirán sacramentos. Después se celebra la Eucaristía. Posteriormente, como a las tres de la tarde viene el almuerzo y se hace la reunión con los líderes de la comunidad (delegados, catequistas, directiva, músicos, lectores, encargado de jóvenes, cantadoras y amas de casa). Por la noche se hace una oración con los que quedan acompañando al misionero o se hace una vigilia.

Cuando estábamos en Lawas 2, llegó una representación de hombres y mujeres de un caserío que está a dos horas de distancia, para pedirnos que si por favor nosotros, desde Bonanza, les visitábamos y atendíamos pastoralmente, aunque sea una vez al año. No les pudimos dar una respuesta inmediata, pues primero tenemos que hablar con el párroco de la zona, que ya tiene 150 cantones que visitar.

Una de las comunidades que visitamos es San José Wasmaluz. Es la primera vez que la visitaba un sacerdote y acaban de terminar la iglesita de madera. Son cinco horas de camino desde donde estábamos ubicados. El vaqueano (el guia) no pudo atravesar el rio Ulí con las bestias y por lo tanto nos toca caminar con todas las maletas. Atravesamos los ríos Lawas, Kali, Waslalita y El Toro. Aunque el camino es en medio del bosque y con mucha sombra, nos sentíamos extremadamente fatigados. Ya casi para llegar a la capilla nos esperaba la subida a un cerro. Después de 25 minutos subiendo muy sudorosos, se oye la voz de un joven que, unos 10 metros adelante de mi, dice “quiere montarse?”. Y yo le respondo inmediatamente que sí y, empujado por mi instinto de supervivencia o superviveza, corro, con mi último aliento, a apoderarme del estribo… sin darme cuenta que la pregunta era para René, el seminarista que me acompañaba…

Cuando íbamos montados, en todo el camino oíamos a los vaqueanos que gritaban: ¡Jeeeyaa mula!, ¡gíñela!, ¡a la derecha! ¡levántese!… este último grito no sabíamos si era para la mula o para nosotros que muchas veces estuvimos a punto de comer lodo.

La gente de Wasmaluz estaba de fiesta. Había matado un novillo para dar de comer a todos. Se habían reunido todas las 30 familias que componen la comunidad. Habían preparado 11 niños para bautizar y un matrimonio. Habían llegado los músicos de la comunidad mas cercana (4 horas de camino). La capilla esta construida en un pequeño llano, en medio de espesa montaña, junto al Rio Ulí.

La gente es extremadamente pobre, sus casas son de madera, no tiene escuela ni promotor de salud, y encima de eso tienen miedo de ser desalojados de sus tierras pues están ocupando la zona del bosque… No son los únicos. La mitad de las comunidades rurales de Bonanza tienen el mismo temor…

TENEMOS NUESTRO CORRIDO

La gente de Nicaragua es muy agradable al hablar, sus expresiones son muy pintorescas, sonoras y con un lenguaje figurado y poético. Los músicos de esta zona donde trabajamos ya tienen en su sangre el ritmo guapango. La gente canta con facilidad en ese ritmo y cantan con viva voz y entusiasmo.

Aquí en la costa existe la costumbre de usar libro de cantos en las misas. Aunque no lo usa la mayoría, por el costo económico y porque muchos no saben leer, pero no es extraño para ellos que antes de cada canto el líder del coro dice el número de página, para que todos canten.

Lástima que ninguno de nosotros tres es bueno para la música. Pero aún así, todos destemplados y sin saber nada de guitarras, tenemos reuniones con los músicos y los miembros del coro para dar las orientaciones necesarias. Y ellos acuden, aunque tengan que caminar 7 horas a pie.

En la mayoría de las comunidades rurales, cuando llega el sacerdote salen a encontrarlo a la entrada del terreno de la iglesia con cantos. En muchas comunidades, como también sucede en nuestro país, tienen costumbre de componer cantos en ocasiones especiales. La semana pasada, al visitar una de esas comunidades nos cantaron un corrido que han compuesto para los misioneros salvadoreños. No sé en donde se inspiraron, pero suena bonito. Aquí se los mandamos para los que puedan escucharlo.

Cuando venga un sacerdote con cualidades para el canto y la música será algo que impulsara enormemente la pastoral en esta parroquia.

P. Edgardo Antonio Rodríguez
Sacerdote Misionero Salvadoreño

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