Guía del Mensaje del Sínodo

Guía de lectura del Mensaje del Sínodo de los Obispos para el Pueblo de Dios

Palabras del Autor

Este es un subsidio de lectura que preparé para aprovechar el Mensaje al Pueblo de Dios de parte de los Obispos y Padres Sinodales.Creo que es importante tomarnos en serio el esfuerzo de estudio de la Nueva Evangelización desde este inmenso esfuerzo de la Iglesia Universal, como es el Sínodo.

Para una reflexión global articulada tenemos necesidad de vincular los tres documentos: los Lineamentos, el Instrumentum Laboris y el Mensaje al Pueblo de Dios. Convendría rescatar algunas intervenciones ofrecidas durante la Asamblea. Sin duda, las 57 Proposiciones entregadas al Santo Padre son motivo de reflexión, como por supuesto, la Exhortación Apostólica que nos regale Benedicto XVI.

Mientras tanto, con el deseo de impulsar alguna iniciativas inspectoriales de reflexión, al interno de los equipos de animación, en procesos de formación permanente, les comparto este recurso que contiene distinciones de algunos elementos en el texto, vistos a modo de esquema y con algunas pautas en el margen, como guía de lectura.
Atentamente, unidos en la oración
Pbro. Rafael Andrés Borges, sdb

LA NUEVA EVANGELIZACIÓN PARA LA TRANSMISIÓN DE LA FE CRISTIANA

XIII Asamblea general ordinaria del Sínodo de los Obispos (Octubre 2012)

MENSAJE DEL SINODO AL PUEBLO DE DIOS

(Una guía de lectura)

Hermanos y hermanas:

“Gracia a Ustedes, de parte de Dios, nuestro Padre y del Señor Jesucristo” (Rm 1, 7).

Obispos de todo el mundo, invitados por el Obispo de Roma, el Papa Benedicto XVI, nos hemos reunido para reflexionar juntos sobre “la nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana” y, antes de volver a nuestras Iglesias particulares, queremos dirigirnos a todos Ustedes, para animar y orientar el servicio al Evangelio en los diversos contextos en los que estamos llamados a dar hoy testimonio.

1. Como la samaritana en el pozo

Nos dejamos iluminar por una página del Evangelio: el encuentro de Jesús con la mujer samaritana (cf. Jn 4, 5-42).

– No hay hombre o mujer que en su vida, como la mujer de Samaría, no se encuentre junto a un pozo con una vasija vacía, con la esperanza de saciar el deseo más profundo del corazón, aquel que sólo puede dar significado pleno a la existencia.

– Hoy son muchos los pozos que se ofrecen a la sed del hombre, pero conviene hacer discernimiento para evitar aguas contaminadas. Es urgente orientar bien la búsqueda, para no caer en desilusiones que pueden ser ruinosas.

Como Jesús, en el pozo de Sicar, también la Iglesia siente el deber de sentarse junto a los hombres y mujeres de nuestro tiempo, para hacer presente al Señor en sus vidas, de modo que puedan encontrarlo, porque sólo él es el agua que da la vida verdadera y eterna.

Sólo Jesús es capaz de leer hasta lo más profundo del corazón y desvelarnos nuestra verdad: “Me ha dicho todo lo que he hecho”, cuenta la mujer a sus vecinos. Esta palabra de anuncio – a la que se une la pregunta que abre a la fe: “¿Será Él el Cristo?” – muestra que quien ha recibido la vida nueva del encuentro con Jesús, a su vez no puede hacer menos que convertirse en anunciador de verdad y esperanza para con los demás.

La pecadora convertida se convierte en mensajera de salvación y conduce a toda la ciudad hacia Jesús. De la acogida del testimonio la gente pasará después a la experiencia directa del encuentro: “Ya no creemos por lo que tú has dicho; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es verdaderamente el Salvador del mundo.

Jn 4, 5-42

Sed de esperanza y significado en la existencia

Discernir el agua

La Iglesia se sienta junto a muchos para encontrar al Señor

Jesús lee la verdad dentro del corazón

Quien bebe de Dios se convierte en su testigo

Los que anuncian a Dios se han encontrado primero con Él

2. Una nueva evangelización.

Conducir a los hombres y las mujeres de nuestro tiempo hacia Jesús, al encuentro con Él, es una urgencia que aparece en todas las regiones, tanto las de antigua como las de reciente evangelización. En todos los lugares se siente la necesidad de reavivar una fe que corre el riesgo de apagarse en contextos culturales que obstaculizan su enraizamiento personal, su presencia social, la claridad de sus contenidos y sus frutos coherentes.

No se trata de comenzar todo de nuevo, sino – con el ánimo apostólico de Pablo, el cual afirma: “¡Ay de mí si non anuncio el Evangelio!” (1 Cor 9,16) – de insertarse en el largo camino de proclamación del Evangelio que, desde los primeros siglos de la era cristiana hasta el presente, ha recorrido la historia y ha edificado comunidades de creyentes por toda la tierra. Por pequeñas o grandes que sean, éstas con el fruto de la entrega de tantos misioneros y de no pocos mártires, de generaciones de testigos de Jesús, de los cuales guardamos una memoria agradecida.

Los cambios sociales y culturales nos llaman, sin embargo, a algo nuevo:

– a vivir de un modo renovado nuestra experiencia comunitaria de fe y el anuncio, mediante una evangelización “nueva en su ardor, en sus métodos, en sus expresiones”[1], como dijo Juan Pablo II.

– Una evangelización dirigida, como nos ha recordado Benedicto XVI, “principalmente a las personas que, habiendo recibido el bautismo, se han alejado de la Iglesia y viven sin referencia alguna a la vida cristiana […], para favorecer en estas personas un nuevo encuentro con el Señor, el único que llena de significado profundo y de paz nuestra existencia; para favorecer el redescubrimiento de la fe, fuente de gracia que lleva consigo alegría y esperanza para la vida personal, familiar y social”[2].

Reavivar la fe

Vivir en modo renovado nuestra experiencia comunitaria de fe y el anuncio

Un nuevo encuentro con el Señor para el redescubrimiento de la fe

3. El encuentro personal con Jesucristo en la Iglesia

Antes de entrar en la cuestión sobre la forma que debe adoptar esta nueva evangelización, sentimos la exigencia de deciros, con profunda convicción, que la fe se decide, sobre todo, en la relación que establecemos con la persona de Jesús, que sale a nuestro encuentro. La obra de la nueva evangelización consiste

– en proponer de nuevo al corazón y a la mente, no pocas veces distraídos y confusos, de los hombres y mujeres de nuestro tiempo y, sobre todo a nosotros mismos, la belleza y la novedad perenne del encuentro con Cristo.

Les invitamos a todos a contemplar el rostro del Señor Jesucristo, a entrar en el misterio de su existencia, entregada por nosotros hasta la cruz, derramada como don del Padre por su resurrección de entre los muertos y comunicada a nosotros mediante el Espíritu. En la persona de Jesús se revela el misterio de amor de Dios Padre por la entera familia humana. Él no ha querido dejarla a la deriva de su imposible autonomía, sino que la ha unido a sí mismo por medio de una renovada alianza de amor.

La Iglesia es el espacio ofrecido por Cristo en la historia para poderlo encontrar, porque

– Él le ha entregado su Palabra,

– el bautismo que nos hace hijos de Dios,

– su Cuerpo y su Sangre,

– la gracia del perdón del pecado, sobre todo en el sacramento de la Reconciliación,

– la experiencia de una comunión que es reflejo mismo del misterio de la Santísima Trinidad y

– la fuerza del Espíritu que nos mueve a la caridad hacia los demás.

Hemos de constituir comunidades acogedoras, en las cuales todos los marginados se encuentren como en su casa, con experiencias concretas de comunión que, con la fuerza ardiente del amor, (“Mirad como se aman”[3]) atraigan la mirada desencantada de la humanidad contemporánea. La belleza de la fe debe resplandecer, en particular, en la sagrada liturgia, sobre todo en la Eucaristía dominical. Justo en las celebraciones litúrgicas la Iglesia muestra su rostro de obra de Dios y hace visible, en las palabras y en los gestos, el significado del Evangelio.

Es nuestra tarea hoy el hacer accesible esta experiencia de Iglesia y multiplicar, por tanto, los pozos a los cuales invitar a los hombres y mujeres sedientos y posibilitar su encuentro con Jesús, ofrecer oasis en los desiertos de la vida. De esto son responsables las comunidades cristianas y, en ellas, cada discípulo del Señor. Cada uno debe dar un testimonio insustituible para que el Evangelio pueda cruzarse con la existencia de tantas personas. Por eso, se nos exige la santidad de vida.

La belleza del encuentro con Jesús

Contemplación del rostro de Jesucristo, revelación del Padre

La Iglesia es el espacio para encontrar a Jesús

Comunidades acogedoras que atraigan la mirada

La belleza de la fe

Oasis en los desiertos de la vida

4. Las ocasiones del encuentro con Jesús y la escucha de la Escritura

Algunos preguntarán cómo llevar a cabo todo esto. No se trata de inventar nuevas estrategias, casi como si el Evangelio fuera un producto a poner en el mercado de las religiones sino descubrir los modos mediante los cuales, ante el encuentro con Jesús, las personas se han acercado a Él y por Él se han sentido llamadas y adaptarlos a las condiciones de nuestro tiempo.

Recordamos, por ejemplo, cómo Pedro, Andrés, Santiago y Juan han sido llamados por Jesús en el contexto de su trabajo, cómo Zaqueo ha podido pasar de la simple curiosidad al calor de la mesa compartida con el Maestro, cómo el centurión pide la intervención del Señor ante la enfermedad de una persona cercana, como el ciego de nacimiento lo ha invocado como liberador de su propia marginación, como Marta y María han visto recompensada su hospitalidad con su propia presencia. Podemos continuar aún recorriendo las páginas de los Evangelios y encontrando tantos y tantos modos en los que la vida de las personas se ha abierto, desde diversas condiciones, a la presencia de Cristo. Y lo mismo podemos hacer con todo lo que la Escritura nos dice de la experiencia misionera de los apóstoles en la Iglesia naciente.

La lectura frecuente de la Sagrada Escritura, iluminada por la Tradición de la Iglesia que nos la entrega y la interpreta auténticamente, no sólo es un paso obligado para conocer el contenido mismo del Evangelio, esto es, la persona de Jesús en el contexto de la historia de la salvación, sino que, además, nos ayuda a hallar espacios nuevos de encuentro con Él, nuevas formas de acción verdaderamente evangélicas, enraizadas en las dimensiones fundamentales de la vida humana: la familia, el trabajo, la amistad, la pobreza y las pruebas de la vida, etc.

El Evangelio no es un producto de mercado

En los contextos humanos

Nuevos espacios de encuentro con Jesús

5. Evangelizarnos a nosotros mismos y disponernos a la conversión

Queremos resaltar que la nueva evangelización se refiere, en primer lugar, a nosotros mismos. En estos días, muchos obispos nos han recordado que, para poder evangelizar el mundo, la Iglesia debe, ante todo, ponerse a la escucha de la Palabra. La invitación a evangelizar se traduce en una llamada a la conversión.

Sentimos sinceramente el deber de convertirnos a la potencia de Cristo, que es capaz de hacer todas las cosas nuevas, sobre todo nuestras pobres personas. Hemos de reconocer con humildad que la miseria, las debilidades de los discípulos de Jesús, especialmente de sus ministros, hacen mella en la credibilidad de la misión. Somos plenamente conscientes, nosotros los Obispos los primeros, de no poder estar nunca a la altura de la llamada del Señor y del Evangelio que nos ha entregado para su anuncio a las gentes. Sabemos que hemos reconocer humildemente nuestra debilidad ante las heridas de la historia y no dejamos de reconocer nuestros pecados personales. Estamos, además, convencidos de que la fuerza del Espíritu del Señor puede renovar su Iglesia y hacerla de nuevo esplendorosa si nos dejamos transformar por Él. Lo muestra la vida de los santos, cuya memoria y el relato de sus vidas son instrumentos privilegiados de la nueva evangelización.

Si esta renovación fuese confiada a nuestras fuerzas, habría serios motivos de duda, pero en la Iglesia la conversión y la evangelización no tienen como primeros actores a nosotros, pobres hombres, sino al mismo Espíritu del Señor. Aquí está nuestra fuerza y nuestra certeza, que el mal no tendrá jamás la última palabra, ni en la Iglesia ni en la historia: “No se turbe vuestro corazón y no tengáis miedo” (Jn 14, 27), ha dicho Jesús a sus discípulos.

La tarea de la nueva evangelización descansa sobre esta serena certeza. Nosotros confiamos en la inspiración y en la fuerza del Espíritu, que nos enseñará lo que debemos decir y lo que debemos hacer, aún en las circunstancias más difíciles. Es nuestro deber, por eso, vencer el miedo con la fe, el cansancio con la esperanza, la indiferencia con el amor.

La nueva evangelización se traduce en una llamada a la conversión

La debilidad de los discípulos de Jesús hacen mella en la credibilidad

La conversión y la evangelización tienen como primer actor la Espíritu santo

6. Reconocer en el mundo de hoy nuevas oportunidades de evangelización

Este sereno coraje sostiene también nuestra mirada sobre el mundo contemporáneo. No nos sentimos atemorizados por las condiciones del tiempo en que vivimos. Nuestro mundo está lleno de contradicciones y de desafíos, pero sigue siendo creación de Dios, y aunque herido por el mal, siempre es objeto de su amor y terreno suyo, en el que puede ser resembrada la semilla de la Palabra para que vuelva a dar fruto.

No hay lugar para el pesimismo en las mentes y en los corazones de aquellos que saben que su Señor ha vencido a la muerte y que su Espíritu actúa con fuerza en la historia. Con humildad, pero también con decisión – aquella que viene de la certeza de que la verdad siempre vence – nos acercamos a este mundo y queremos ver en él una invitación de Dios a ser testigos de su nombre. Nuestra Iglesia está viva y afronta los desafíos de la historia con la fortaleza de la fe y del testimonio de tantos hijos suyos.

Sabemos que en el mundo debemos afrontar una dura lucha contra “los Principados y las Potencias” y “los espíritus del mal” (Ef 6,12). No ocultamos los problemas que tales desafíos suponen, pero no nos atemorizan. Esto lo señalamos especialmente ante los fenómenos

– de globalización, que deben ser para nosotros oportunidad para extender la presencia del Evangelio.

– También las migraciones – aún con el peso del sufrimiento que conllevan, y con las que queremos estar sinceramente cercanos, con la acogida propia de los hermanos – son ocasiones, como ha sucedido en el pasado, de difusión de la fe y de comunión en todas sus formas.

– La secularización y

– la crisis del primado de la política y del Estado piden a la Iglesia repensar su propia presencia en la sociedad, sin renunciar a ella.

– Las muchas y siempre nuevas formas de pobreza abren espacios inéditos al servicio de la caridad: la proclamación del Evangelio compromete a la Iglesia a estar al lado de los pobres y compartir con ellos sus sufrimientos, como lo hacía Jesús.

– También en las formas más ásperas de ateísmo y agnosticismo podemos reconocer, aún en modos contradictorios, no un vacío, sino una nostalgia, una espera que requiere una respuesta adecuada.

Frente a los interrogantes que las culturas dominantes plantean a la fe y a la Iglesia, renovamos nuestra fe en el Señor, ciertos de que también en estos contextos el Evangelio es portador de luz y capaz de sanar la debilidad del hombre. No somos nosotros quienes para conducir la obra de la evangelización, sino Dios. Como nos ha recordado el Papa: “La primera palabra, la iniciativa verdadera, la actividad verdadera viene de Dios y sólo introduciéndonos en esta iniciativa divina, sólo implorando esta iniciativa divina, podemos nosotros también llegar a ser –con él y en él- evangelizadores”[4].

Un mundo contradictorio y desafiante, creación del amor de Dios

Con la certeza de la Resurrección

Fenómenos y oportunidades

La luz del evangelio sana la debilidad humana

7. Evangelización, familia y vida consagrada

Desde la primera evangelización la transmisión de la fe, en el transcurso de las generaciones, ha encontrado un lugar natural en la familia. En ella – con un rol muy significativo desarrollado por las mujeres, sin que con esto queramos disminuir la figura paterna y su responsabilidad – los signos de la fe, la comunicación de las primeras verdades, la educación en la oración, el testimonio de los frutos del amor, han sido infundidos en la vida de los niños y adolescentes en el contexto del cuidado que toda familia reserva al crecimiento de sus pequeños. A pesar de la diversidad de las situaciones geográficas, culturales y sociales, todos los obispos del Sínodo han confirmado este papel esencial de la familia en la transmisión de la fe. No se puede pensar en una nueva evangelización sin sentirnos responsables del anuncio del Evangelio a las familias y sin ayudarles en la tarea educativa. No escondemos el hecho de que hoy la familia, que se constituye con el matrimonio de un hombre y una mujer que los hace “una sola carne” (Mt 19,6) abierta a la vida, está atravesada por todas partes por factores de crisis, rodeada de modelos de vida que la penalizan, olvidada de las políticas de la sociedad, de la cual es célula fundamental, no siempre respetada en sus ritmos ni sostenida en sus esfuerzos por las propias comunidades eclesiales. Precisamente por esto, nos vemos impulsados a afirmar que tenemos que desarrollar un especial cuidado por la familia y por su misión en la sociedad y en la Iglesia, creando itinerarios específicos de acompañamiento antes y después del matrimonio. Queremos expresar nuestra gratitud a tantos esposos y familias cristianas que con su testimonio continúan mostrando al mundo una experiencia de comunión y de servicio que es semilla de una sociedad más fraterna y pacífica.

Nuestra reflexión se ha dirigido también a las situaciones familiares y de convivencia en las que no se muestra la imagen de unidad y de amor para toda la vida que el Señor nos ha enseñado. Hay parejas que conviven sin el vínculo sacramental del matrimonio; se extienden situaciones familiares irregulares construidas sobre el fracaso de matrimonios anteriores: acontecimientos dolorosos que repercuten incluso sobre la educación en la fe de los hijos. A todos ellos les queremos decir que el amor de Dios no abandona a nadie, que la Iglesia los ama y es una casa acogedora con todos, que siguen siendo miembros de la Iglesia, aunque no pueden recibir la absolución sacramental ni la Eucaristía. Que las comunidades católicas estén abiertas a acompañar a cuantos viven estas situaciones y favorezcan caminos de conversión y de reconciliación.

La vida familiar es el primer lugar en el cual el Evangelio se encuentra con la vida ordinaria y muestra su capacidad de transformar las condiciones fundamentales de la existencia en el horizonte del amor. Pero no menos importante es, para el testimonio de la Iglesia, mostrar cómo esta vida en el tiempo se abre a una plenitud que va más allá de la historia de los hombres y que conduce a la comunión eterna con Dios. Jesús no se presenta a la mujer samaritana simplemente como aquel que da la vida sino como el que da la “vida eterna” (Jn 4, 14). El don de Dios que la fe hace presente, no es simplemente la promesa de unas mejores condiciones de vida en este mundo, sino el anuncio de que el sentido último de nuestra vida va más allá de este mundo y se encuentra en aquella comunión plena con Dios que esperamos en el final de los tiempos.

De este sentido de la vida humana más allá de lo terrenal son particulares testigos en la Iglesia y en el mundo cuantos el Señor ha llamado a la vida consagrada, una vida que, precisamente porque está dedicada totalmente a él, en el ejercicio de la pobreza, la castidad y la obediencia, es el signo de un mundo futuro que relativiza cualquier bien de este mundo. Que de la Asamblea del Sínodo de los Obispos llegue a estos hermanos y hermanas nuestros la gratitud por su fidelidad a la llamada del Señor y por la contribución que han hecho y hacen a la misión de la Iglesia, la exhortación a la esperanza en situaciones nada fáciles para ellos en estos tiempos de cambio y la invitación a reafirmarse como testigos y promotores de nueva evangelización en los varios ámbitos de la vida en que los carismas de cada instituto los sitúa.

La fe en la familia

Factores de crisis

Especial cuidado por la familia

Familias sin el sacramento

Dolor de la separación

Caminos de acogida, conversión y reconciliación

La vida familiar: iniciación a la vida eterna

La vida consagrada

En la variedad de cada carisma

8. La comunidad eclesial y los diversos agentes de la evangelización

La obra de la evangelización no es labor exclusiva de alguien en la Iglesia sino del conjunto de las comunidades eclesiales, donde se tiene acceso a la plenitud de los instrumentos del encuentro con Jesús: la Palabra, los sacramentos, la comunión fraterna, el servicio de la caridad, la misión.

En esta perspectiva emerge sobre todo el papel de la parroquia como presencia de la Iglesia en el territorio en el que viven los hombres, “fuente de la villa”, como le gustaba llamarla a Juan XXIII, en la que todos pueden beber encontrando la frescura del Evangelio. Su función permanece imprescindible, aunque las condiciones particulares pueden requerir una articulación en pequeñas comunidades o vínculos de colaboración en contextos más amplios. Sentimos, ahora, el deber de exhortar a nuestras parroquias a unir a la tradicional cura pastoral del Pueblo de Dios las nuevas formas de misión que requiere la nueva evangelización. Éstas, deben alcanzar también a las variadas formas de piedad popular.

En la parroquia continúa siendo decisivo el ministerio del sacerdote, padre y pastor de su pueblo. A todos los presbíteros, los obispos de esta Asamblea sinodal expresan gratitud y cercanía fraterna por su no fácil tarea y les invitamos a unirse cada vez más al presbiterio diocesano, a una vida espiritual cada vez más intensa y a una formación permanente que los haga capaces de afrontar los cambios sociales.

Junto a los sacerdotes reconocemos la presencia de los diáconos así como la acción pastoral de los catequistas y de tantas figuras ministeriales y de animación en el campo del anuncio y de la catequesis, de la vida litúrgica, del servicio caritativo, así como las diversas formas de participación y de corresponsabilidad de parte de los fieles, hombres y mujeres, cuya dedicación en los diversos servicios de nuestras comunidades no será nunca suficientemente reconocida. También a todos ellos les pedimos que orienten su presencia y su servicio en la Iglesia en la óptica de la nueva evangelización, cuidando su propia formación humana y cristiana, el conocimiento de la fe y la sensibilidad a los fenómenos culturales actuales.

Mirando a los laicos, una palabra específica se dirige a las varias formas de asociación, antiguas y nuevas, junto con los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades. Todas ellas son expresiones de la riqueza de los dones que el Espíritu entrega a la Iglesia. También a estas formas de vida y compromiso en la Iglesia expresamos nuestra gratitud, exhortándoles a la fidelidad al propio carisma y a la plena comunión eclesial, de modo especial en el ámbito de las Iglesias particulares.

Dar testimonio del Evangelio nos es privilegio exclusivo de nadie. Reconocemos con gozo la presencia de tantos hombres y mujeres que con su vida son signos del Evangelio en medio del mundo.

Lo reconocemos también en tantos de nuestros hermanos y hermanas cristianos con los cuales la unidad no es todavía perfecta, aunque han sido marcados con el bautismo del Señor y son sus anunciadores. En estos días nos ha conmovido la experiencia de escuchar las voces de tantos responsables de Iglesias y Comunidades eclesiales que nos han dado testimonio de su sed de Cristo y de su dedicación al anuncio del Evangelio, convencidos también ellos de que el mundo tiene necesidad de una nueva evangelización. Estamos agradecidos al Señor por esta unidad en la exigencia de la misión.

La evangelización es una obra de la comunidad eclesial

La Parroquia

Articulación en pequeñas comunidades

Un deber

El Sacerdote en la Parroquia

Los diáconos, los Catequistas y otros Ministerios

En la óptica de la nueva evangelización, con la formación permanente

Asociaciones de Laicos

Testimonio ecuménico: un solo bautismo

9. Para que los jóvenes puedan encontrarse con Cristo

Nos sentimos cercanos a los jóvenes de un modo muy especial, porque son parte relevante del presente y del futuro de la humanidad y de la Iglesia. La mirada de los obispos hacia ellos es todo menos pesimista. Preocupada, sí, pero no pesimista. Preocupada porque justo sobre ellos vienen a confluir los embates más agresivos de estos tiempos; no pesimista, sin embargo, sobre todo porque, lo resaltamos, el amor de Cristo es quien mueve los profundo de la historia y además, porque descubrimos en nuestros jóvenes aspiraciones profundas de autenticidad, de verdad, de libertad, de generosidad, de las cuales estamos convencidos que sólo Cristo puede ser respuesta capaz de saciarlos.

Queremos ayudarles en su búsqueda e invitamos a nuestras comunidades a que, sin reservas, entren en una dinámica de escucha, de diálogo y de propuestas valientes ante la difícil condición juvenil. Para aprovechar y no apagar, la potencia de su entusiasmo. Y para sostener en su favor la justa batalla contra los lugares comunes y las especulaciones interesadas de las fuerzas de este mundo, esforzadas en disipar sus energías y a agotarlas en su propio interés, suprimiendo en ellos cualquier memoria agradecida por el pasado y cualquier planteamiento serio por el futuro.

La nueva evangelización tiene un campo particularmente arduo pero al mismo tiempo apasionante en el mundo de los jóvenes, como muestran no pocas experiencias, desde las más multitudinarias como las Jornadas Mundiales de la Juventud, a aquellas más escondidas pero no menos importantes, como las numerosas y diversas experiencias de espiritualidad, servicio y misión. A los jóvenes les reconocemos un rol activo en la obra de la evangelización, sobre todo en sus ambientes.

Cercanos a los jóvenes

Con una mirada optimista

Búsqueda

Escucha

Diálogo

Propuesta

Experiencias juveniles de evangelio

10. El Evangelio en diálogo con la cultura y la experiencia humana y con las religiones.

La nueva evangelización tiene su centro en Cristo y en la atención a la persona humana, para hacer posible el encuentro con él. Pero su horizonte es más ancho en cuanto al mundo y no se cierra a ninguna experiencia del hombre. Eso significa que ella cultiva, con particular atención, el diálogo con las culturas, con la confianza de poder encontrar en todas ellas las “semillas del Verbo” de las que hablaban los Santos Padres. En particular, la nueva evangelización tiene necesidad de una renovada alianza entre fe y razón, con la convicción de que la fe tiene recursos suficientes para acoger los frutos de una sana razón abierta a la trascendencia y tiene, al mismo tiempo, la fuerza de sanar los límites y las contradicciones en las que la razón puede tropezar. La fe no deja de contemplar los lacerantes interrogantes que supone la presencia del mal en la vida y la historia de los hombres, encontrando la luz de su esperanza en la Pascua de Cristo.

El encuentro entre fe y razón nutre el esfuerzo de la comunidad cristiana en el mundo de la educación y la cultura. Un lugar especial en este campo lo ocupan las instituciones educativas y de investigación: escuelas y universidades. Donde se desarrolla el conocimiento sobre el hombre y se da una acción educativa, la Iglesia se ve impulsada a testimoniar su propia experiencia y a contribuir a una formación integral de la persona. En este ámbito merecen una atención especial las escuelas y universidades católicas, en las que la apertura a la trascendencia, propia de todo itinerario cultural sincero y educativo, debe completarse con caminos de encuentro con la persona de Jesucristo y de su Iglesia. Vaya la gratitud de los obispos a todos los que, en condiciones muchas veces difíciles, desempeñan esta tarea.

La evangelización exige que se preste gran atención al mundo de las comunicaciones sociales, que son un camino, especialmente en el caso de los nuevos medios, en el que se cruzan tantas vidas, tantos interrogantes y tantas expectativas. Son el lugar donde en muchas ocasiones se forman las conciencias y se muestran los hechos de la propia vida y deben ser una oportunidad nueva para llegar al corazón de los hombres.

Un particular ámbito de encuentro entre fe y razón se da hoy en el diálogo con el conocimiento científico. Éste, por otro lado, no se encuentra lejos de la fe, siendo manifestación de aquel principio espiritual que Dios ha puesto en sus criaturas y que les permite comprender las estructuras racionales que se encuentran en la base de la creación.

Cuando la ciencia y la técnica no presumen de encerrar la concepción del hombre y del mundo en un árido materialismo se convierten, entonces, en un precioso aliado para el desarrollo de la humanización de la vida. También a los responsables de esta delicada tarea se dirige nuestro agradecimiento.

Queremos, además, agradecer su esfuerzo a los hombres y mujeres que se dedican a otra expresión del genio humano: el arte en sus varias formas, desde las más antiguas a las más recientes. En sus obras, en cuanto tienden a dar forma a la tensión del hombre hacia la belleza, reconocemos un modo particularmente significativo de expresión de la espiritualidad. Estamos especialmente agradecidos cuando sus bellas creaciones nos ayudan a hacer evidente la belleza del rostro de Dios y de sus criaturas. La vía de la belleza es un camino particularmente eficaz de la nueva evangelización.

Más allá del arte, toda obra del hombre es un espacio en el que, mediante el trabajo, él se hace cooperador de la creación divina. Al mundo de la economía y del trabajo queremos recordar como de la luz del Evangelio surgen algunas llamadas urgentes:

– liberar el trabajo de aquellas condiciones, que no pocas veces lo transforman en un peso insoportable con una perspectiva incierta, amenazada por el desempleo, especialmente entre los jóvenes;

– poner a la persona humana en el centro del desarrollo económico y pensar este mismo desarrollo como una ocasión de crecimiento de la humanidad en justicia y unidad.

El hombre, a través del trabajo con el que transforma el mundo, está llamado a salvaguardar el rostro que Dios ha querido dar a su creación, también por responsabilidad hacia las generaciones venideras.

El Evangelio ilumina también las situaciones de sufrimiento en la enfermedad. En ellas, los cristianos están llamados a mostrar la cercanía de la Iglesia para con los enfermos y discapacitados y con los que con profesionalidad y humanidad trabajan por su salud.

Un ámbito en el que la luz de Evangelio puede y debe iluminar los pasos de la humanidad es el de la vida política, a la cual se le pide un compromiso

– de cuidado desinteresado y transparente por el bien común,

– desde el respeto total a la dignidad de la persona humana desde su concepción hasta su fin natural,

– de la familia fundada sobre el matrimonio de un hombre y una mujer,

– de la libertad educativa,

– en la promoción de la libertad religiosa,

– en la eliminación de las injusticias, las desigualdades, las discriminaciones, la violencia, el racismo, el hambre y la guerra.

A los políticos cristianos que viven el precepto de la caridad se les pide un testimonio claro y transparente en el ejercicio de sus responsabilidades.

El diálogo de la Iglesia tiene su natural destinatario, también, en las otras religiones. Si evangelizamos es porque estamos convencidos de la verdad de Cristo, y no porque estemos contra nadie. El Evangelio de Jesús es paz y alegría y sus discípulos se alegran de reconocer cuanto de bueno y verdadero el espíritu religioso humano ha sabido descubrir en el mundo creado por Dios y ha expresado en las diferentes religiones.

El diálogo entre las religiones quiere ser una contribución a la paz, rechaza todo fundamentalismo y denuncia cualquier violencia que se produce contra los creyentes y las graves violaciones de los derechos humanos. Las Iglesias de todo el mundo son cercanas desde la oración y la fraternidad a los hermanos que sufren y piden a quienes tienen en sus manos los destinos de los pueblos que salvaguarden el derecho de todos a la libre elección, confesión y testimonio de la propia fe.

Centrados en Cristo y en la atención a la persona humana

En diálogo con las culturas encontrando las semillas del Verbo

Renovada alianza entre fe y razón

Instituciones educativas y de investigación

Formación integral de la persona

La comunicación social

Diálogo con la ciencia

El arte en sus variadas formas

La belleza es un camino de la nueva evangelización

La economía y el trabajo

Con el trabajo se transforma el mundo

La salud y en la enfermedad

La política

Diálogo interreligioso

11. En el año de la fe, la memoria del Concilio Vaticano II y la referencia al Catecismo de la Iglesia Católica.

En el camino abierto por la nueva evangelización podremos sentirnos a veces como en un desierto, en medio de peligros y privados de referencias. El Santo Padre Benedicto XVI, en la homilía de la Misa de apertura del Año de la fe, ha hablado de una “desertificación» espiritual” que ha avanzado en estos últimos decenios, pero él mismo nos ha dado fuerza afirmando que “a partir de esta experiencia de desierto, de este vacío, podemos nuevamente descubrir la alegría del creer, su importancia vital para nosotros, hombres y mujeres. En el desierto se descubre el valor de aquello que es esencial para vivir”[5]. En el desierto, como la mujer la samaritana, se va en busca de agua y de un pozo del que sacarla: ¡dichoso el que en él encuentra a Cristo!

Agradecemos al Santo Padre por el don del Año de la fe, preciosa entrada en el itinerario de la nueva evangelización. Le damos las gracias también por haber unido este Año a la memoria gozosa por los cincuenta años de la apertura del Concilio Vaticano II, cuyo magisterio fundamental para nuestro tiempo se refleja en el Catecismo de la Iglesia Católica, repropuesto, a los veinte años de su publicación, como referencia segura de la fe. Son aniversarios importantes que nos permiten resaltar nuestra plena adhesión a las enseñanzas del Concilio y nuestro convencido esfuerzo en continuar su puesta en marcha.

Como en el desierto

El sediento va en busca de agua

El Año de la Fe:

Memorias del Vat. II y del Catecismo Católico

12. Contemplando el misterio y cercanos a los pobres

En esta óptica queremos indicar a todos los fieles dos expresiones de la vida de la fe que nos parecen de especial relevancia para incluirlas en la nueva evangelización.

El primero está constituido por el don y la experiencia de la contemplación. Sólo desde una mirada adorante al misterio de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, sólo desde la profundidad de un silencio que se pone como seno que acoge la única Palabra que salva, puede desarrollarse un testimonio creíble para el mundo. Sólo este silencio orante puede impedir que la palabra de la salvación se confunda en el mundo con los ruidos que lo invaden.

Vuelve de nuevo a nuestros labios la palabra de agradecimiento, ahora dirigida a cuantos, hombres y mujeres, dedican su vida, en los monasterios y conventos, a la oración contemplativa. Necesitamos que momentos de contemplación se entrecrucen con la vida ordinaria de la gente. Lugares del espíritu y del territorio que son una llamada hacia Dios; santuarios interiores y templos de piedra que son cruce obligado por el flujo de experiencias que en ellos se suceden y en los cuales todos podemos sentirnos acogidos, incluso aquellos que no saben todavía lo que buscan.

El otro símbolo de autenticidad de la nueva evangelización tiene el rostro del pobre. Estar cercano a quien está al borde del camino de la vida no es sólo ejercicio de solidaridad, sino ante todo un hecho espiritual. Porque en el rostro del pobre resplandece el mismo rostro de Cristo: “Todo aquello que habéis hecho por uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis” (Mt 25, 40).

A los pobres les reconocemos un lugar privilegiado en nuestras comunidades, un puesto que no excluye a nadie, pero que quiere ser un reflejo de como Jesús se ha unido a ellos. La presencia de los pobres en nuestras comunidades es misteriosamente potente: cambia a las personas más que un discurso, enseña fidelidad, hace entender la fragilidad de la vida, exige oración; en definitiva, conduce a Cristo.

El gesto de la caridad, al mismo tiempo, debe ser acompañado por el compromiso con la justicia, con una llamada que se realiza a todos, ricos y pobres. Por eso es necesaria la introducción de la doctrina social de la Iglesia en los itinerarios de la nueva evangelización y cuidar la formación de los cristianos que trabajan al servicio de la convivencia humana desde la vida social y política.

Dos expresiones de la vida de fe

Don y experiencia de la contemplación Trinitaria para un testimonio creíble

Silencio orante

La contemplación en la vida diaria

Cercanos a los pobres, que están al borde del camino

Mt 25, 40

La caridad con la justicia es una llamada a todos

DSI en los itinerarios de la nueva evangelización

13. Una palabra a las Iglesias de las diversas regiones del mundo.

La mirada de los obispos reunidos en Asamblea sinodal abraza a todas las comunidades eclesiales presentes en todo el mundo. Una mirada de unidad, porque única es la llamada al encuentro con Cristo, pero sin olvidar la diversidad.

Una consideración particular, llena de afecto y gratitud, reservamos los obispos reunidos en el Sínodo a vosotros, cristianos de las Iglesias Orientales Católicas, herederos de la primera difusión del Evangelio, experiencia custodiada por vosotros con amor y fidelidad y a vosotros, cristianos presentes en el Este de Europa. Hoy el Evangelio se os repropone como nueva evangelización a través de la vida litúrgica, la catequesis, la oración familiar diaria, el ayuno, la solidaridad entre las familias, la participación de los laicos en la vida de la comunidad y al diálogo con la sociedad. En no pocos lugares vuestras Iglesias son sometidas a prueba y tribulaciones que dan testimonio de vuestra participación en la cruz de Cristo; algunos fieles están obligados a emigrar y, manteniendo viva la pertenencia a sus propias comunidades de origen, pueden contribuir a la tarea pastoral y a la obra de la evangelización en los países de acogida. El Señor continúe a bendecir vuestra fidelidad y que sobre vuestro futuro brillen horizontes de firme confesión y práctica de la fe en condiciones de paz y de libertad religiosa.

Nos dirigimos a vosotros, hombres y mujeres, que vivís en los países de África y resaltamos nuestra gratitud por el testimonio que ofrecen del Evangelio, muchas veces en situaciones humanas muy difíciles. Les exhortamos a relanzar la evangelización recibida en tiempos aún recientes, a edificarse como Iglesia “familia de Dios”, a reforzar la identidad de la familia y a sostener la labor de los sacerdotes y catequistas, especialmente en las pequeñas comunidades cristianas. Afirmamos, por otra parte, la exigencia de desarrollar el encuentro del Evangelio con las antiguas y nuevas culturas. Dirigimos una llamada de atención al mundo de la política y a los gobiernos de los diversos países africanos para que, con la colaboración de todos los hombres de buena voluntad, se promuevan los derechos humanos fundamentales y el continente sea liberado de la violencia y los conflictos que lo atormentan.

Los obispos de la Asamblea sinodal os invitan a los cristianos de Norteamérica a responder con gozo a la llamada de la nueva evangelización, mientras admiramos como en vuestra joven historia vuestras comunidades cristianas han dado frutos generosos de fe, caridad y misión. También conviene reconocer que muchas de las expresiones de la cultura de vuestra sociedad están lejos del Evangelio. Se hace, pues, necesario una invitación a la conversión, de la que nace un compromiso que no les coloca fuera de vuestra cultura, sino que les llama a ofrecer a todos la luz de la fe y la fuerza de la vida. Mientras acogen en sus generosas tierras a nueva población de inmigrantes y refugiados, estén dispuestos a abrir las puertas de sus casas a la fe. Fieles a los compromisos adquiridos en la Asamblea sinodal para América, sean solidarios con la América Latina en la permanente tarea de evangelización de su continente.

El mismo sentimiento de gratitud dirige la Asamblea del Sínodo a la Iglesia de América Latina y el Caribe. Nos llama la atención en particular cómo se han desarrollado a través de los siglos en sus países formas de piedad popular fuertemente enraizadas en los corazones de tantos de Ustedes, formas de servicio en la caridad y de diálogo con las culturas. Ahora, frente a los desafíos del presente, sobre todo la pobreza y la violencia, la Iglesia en Latinoamérica y en el Caribe les exhortamos a vivir en un estado permanente de misión, anunciando el Evangelio con esperanza y alegría, formando comunidades de verdaderos discípulos misioneros de Jesucristo, mostrando con su testimonio cómo el Evangelio es fuente de una sociedad justa y fraterna. También el pluralismo religioso interroga a sus Iglesias y les exige un renovado anuncio del Evangelio.

También a Ustedes, cristianos de Asia sentimos la necesidad de dirigirles una palabra de fortalecimiento y exhortación. Su presencia, a pesar de ser una pequeña minoría en el continente en el que viven casi dos tercios de la población mundial, es una semilla profunda, confiada a la fuerza del Espíritu, que crece en el diálogo con las diversas culturas, con las antiguas religiones y con tantos pobres. Aunque a veces la Iglesia de Asia está situada al margen de la vida social y en diversos lugares incluso perseguida, con su fe fuerte, es una presencia preciosa del Evangelio de Cristo que anuncia justicia, vida y armonía. Cristianos de Asia, sientan la cercanía fraterna de los cristianos de los demás países del mundo, los cuales no pueden olvidar que en vuestro continente, en la Tierra Santa, nació, vivió, murió y resucitó el mismo Jesús.

Una palabra de reconocimiento y de esperanza queremos dirigir los obispos a las Iglesias del continente europeo, hoy en parte marcado por una fuerte secularización, a veces agresiva, y todavía hoy herido por los largos decenios de gobiernos marcados por ideologías enemigas de Dios y del hombre. Reconocemos su pasado y también su presente, en el cual el Evangelio ha creado en Europa certezas y experiencias de fe concretas y decisivas para la evangelización del mundo entero, muchas veces rebosantes de santidad: riqueza del pensamiento teológico, variedad de expresiones carismáticas, formas variadas al servicio de la caridad con los pobres, profundas experiencias contemplativas, creación de una cultura humanística que ha contribuido a dar rostro a la dignidad de la persona y a la construcción del bien común. Las dificultades del presente no les pueden dejar abatidos, queridos cristianos europeos: éstas les deben desafiar a un anuncio más gozoso y vivo de Cristo y de su Evangelio de vida.

Los obispos de la Asamblea sinodal saludan, finalmente, a los pueblos de Oceanía, que viven bajo la protección de la Cruz del Sur, y les damos gracias por el testimonio del Evangelio de Jesús. Nuestra plegaria por Ustedes es para que, como la mujer samaritana en el pozo, también Ustedes sientan viva la sed de una vida nueva y podáis escuchar la Palabra de Jesús que dice: “¡Si conocieras el don de Dios!” (Jn 4, 10). Comprométanse a predicar el Evangelio y a dar a conocer a Jesús en el mundo de hoy. Les exhortamos a encontrarlo en su vida cotidiana, a escucharle y a descubrir, mediante la oración y la meditación, la gracia de poder decir: “Sabemos que este es verdaderamente el salvador del mundo” (Jn 4, 42)

Mirada de unidad en la diversidad

Iglesias orientales católicas: herederos y custodios fieles

Este de Europa

Africa

Norteamérica

América Latina y El Caribe

Asia

Europa

Oceanía

14. La estrella de María ilumina el desierto

A punto de finalizar esta experiencia de comunión entre los obispos de todo el mundo y de colaboración con el ministerio del Sucesor de Pedro, sentimos resonar en nosotros el mandato de Jesús a sus discípulos: “Id y haced discípulos de todos los pueblo […]. Sabed que yo estoy con vosotros, todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt 28, 19-20). La misión esta vez no se dirige a un territorio en concreto, sino que sale al encuentro de las llagas más oscuras del corazón de nuestros contemporáneos, para llevarlos al encuentro con Jesús, el Viviente que se hace presente en nuestras comunidades.

Esta presencia llena de gozo nuestros corazones. Agradecidos por el don recibido de él en estos días le dirigimos nuestro canto de alabanza: “Proclama mi alma la grandeza del Señor […] Ha hecho obras grandes por mí” (Lc 1, 46.49). Las palabras de María son también las nuestras: el Señor ha hecho realmente grandes cosas a través de los siglos por su Iglesia en los diversos rincones del mundo y nosotros lo alabamos, con la certeza de que no dejará de mirar nuestra pobreza para desplegar la potencia de su brazo incluso en nuestros días y sostenernos en el camino de la nueva evangelización.

La figura de María nos orienta en el camino. Este camino, como nos ha dicho Benedicto XVI, podrá parecer una ruta en el desierto; sabemos que tenemos que recorrerlo llevando con nosotros lo esencial: la cercanía de Jesús, la verdad de su Palabra, el pan eucarístico que nos alimenta, la fraternidad de la comunión eclesial y el impulso de la caridad. Es el agua del pozo la que hace florecer el desierto y como en la noche en el desierto las estrellas se hacen más brillantes, así en el cielo de nuestro camino resplandece con vigor la luz de María, estrella de la nueva evangelización a quien, confiados, nos encomendamos.

Mt 28,19

La misión en el corazón humano y en las comunidades, con la presencia de Jesús

El Señor mira la pobreza de su sierva la Iglesia y despliega el poder de su brazo

Con María en el camino

Lo esencial:

– Don del Espíritu

– Jesús cercano

– La verdad de su Palabra

– La Eucaristía

– La fraternidad de la comunión eclesial

– El impulso de la caridad

Ciudad del Vaticano, 26 de octubre de 2012

Fratelli e sorelle,

«grazia a voi e pace da Dio, Padre nostro, e dal Signore Gesù Cristo» (Rm1, 7). Vescovi provenienti da tutto il mondo, riuniti su invito del Vescovo di Roma il PapaBenedetto XVIper riflettere su «la nuova evangelizzazione per la trasmissione della fede cristiana», prima di tornare alle nostre Chiese particolari, vogliamo rivolgerci a tutti voi, per sostenere e orientare il servizio al Vangelo nei diversi contesti in cui ci troviamo oggi a dare testimonianza.

1. Come la samaritana al pozzo

Ci lasciamo illuminare da una pagina del Vangelo: l’incontro di Gesù con la donna samaritana (cfr.Gv4, 5-42). Non c’è uomo o donna che, nella sua vita, non si ritrovi, come la donna di Samaria, accanto a un pozzo con un’anfora vuota, nella speranza di trovare l’esaudimento del desiderio più profondo del cuore, quello che solo può dare significato pieno all’esistenza. Molti sono oggi i pozzi che si offrono alla sete dell’uomo, ma occorre discernere per evitare acque inquinate. Urge orientare bene la ricerca, per non cadere preda di delusioni, che possono essere rovinose.

Come Gesù al pozzo di Sicar, anche la Chiesa sente di doversi sedere accanto agli uomini e alle donne di questo tempo, per rendere presente il Signore nella loro vita, così che possano incontrarlo, perché solo il suo Spirito è l’acqua che dà la vita vera ed eterna. Solo Gesù è capace di leggere nel fondo del nostro cuore e di svelarci la nostra verità: «Mi ha detto tutto quello che ho fatto», confessa la donna ai suoi concittadini. E questa parola di annuncio — cui si unisce la domanda che apre alla fede: «Che sia lui il Cristo?» — mostra come chi ha ricevuto la vita nuova dall’incontro con Gesù, a sua volta non può fare a meno di diventare annunciatore di verità e di speranza per gli altri. La peccatrice convertita diventa messaggera di salvezza e conduce a Gesù tutta la città. Dall’accoglienza della testimonianza la gente passerà all’esperienza personale dell’incontro: «Non è più per i tuoi discorsi che noi crediamo, ma perché noi stessi abbiamo udito e sappiamo che questi è veramente il salvatore del mondo».

2. Una nuova evangelizzazione

Condurre gli uomini e le donne del nostro tempo a Gesù, all’incontro con lui, è un’urgenza che tocca tutte le regioni del mondo, di antica e di recente evangelizzazione. Ovunque infatti si sente il bisogno di ravvivare una fede che rischia di oscurarsi in contesti culturali che ne ostacolano il radicamento personale e la presenza sociale, la chiarezza dei contenuti e i frutti coerenti.

Non si tratta di cominciare tutto daccapo, ma — con l’animo apostolico di Paolo, il quale giunge a dire:«Guai a me se non annuncio il Vangelo!»(1 Cor9, 16) — di inserirsi nel lungo cammino di proclamazione del Vangelo che, dai primi secoli dell’era cristiana al presente, ha percorso la storia e ha edificato comunità di credenti in tutte le parti del mondo. Piccole o grandi che siano, esse sono il frutto della dedizione di missionari e di non pochi martiri, di generazioni di testimoni di Gesù cui va la nostra memoria riconoscente.

I mutati scenari sociali, culturali economici, politici e religiosi ci chiamano a qualcosa di nuovo: a vivere in modo rinnovato la nostra esperienza comunitaria di fede e l’annuncio, mediante un’evangelizzazione «nuova nel suo ardore, nei suoi metodi, nelle sue espressioni» (Giovanni Paolo II,Discorso alla XIX Assemblea del Celam, Port-au-Prince 9 marzo 1983, n. 3), come disseGiovanni Paolo II, un’evangelizzazione che, ha ricordatoBenedetto XVI, è rivolta «principalmente alle persone che, pur essendo battezzate si sono allontanate dalla Chiesa, e vivono senza fare riferimento alla prassi cristiana […], per favorire in queste persone un nuovo incontro con il Signore, che solo riempie di significato profondo e di pace la nostra esistenza; per favorire la riscoperta della fede, sorgente di grazia che porta gioia e speranza nella vita personale, familiare e sociale» (Benedetto XVI,Omelia alla Celebrazione eucaristica per la solenne inaugurazione dellaXIIIAssemblea ordinaria del Sinodo dei Vescovi, Roma 7 ottobre 2012).

3. L’incontro personale con Gesù Cristo nella Chiesa

Prima di dire qualcosa circa le forme che deve assumere questa nuova evangelizzazione, sentiamo l’esigenza di dirvi, con profonda convinzione, che la fede si decide tutta nel rapporto che instauriamo con la persona di Gesù, che per primo ci viene incontro. L’opera della nuova evangelizzazione consiste nel riproporre al cuore e alla mente, non poche volte distratti e confusi, degli uomini e delle donne del nostro tempo, anzitutto a noi stessi, la bellezza e la novità perenne dell’incontro con Cristo. Vi invitiamo tutti a contemplare il volto del Signore Gesù Cristo, a entrare nel mistero della sua esistenza, donata per noi fino alla croce, riconfermata come dono dal Padre nella sua risurrezione dai morti e comunicata a noi mediante lo Spirito. Nella persona di Gesù, si svela il mistero dell’amore di Dio Padre per l’intera famiglia umana, che egli non ha voluto lasciare alla deriva della propria impossibile autonomia, ma ha ricongiunto a sé in un rinnovato patto d’amore.

La Chiesa è lo spazio che Cristo offre nella storia per poterlo incontrare, perché egli le ha affidato la sua Parola, il Battesimo che ci fa figli di Dio, il suo Corpo e il suo Sangue, la grazia del perdono del peccato, soprattutto nel sacramento della Riconciliazione, l’esperienza di una comunione che è riflesso del mistero stesso della Santa Trinità, la forza dello Spirito che genera carità verso tutti.

Occorre dare forma a comunità accoglienti, in cui tutti gli emarginati trovino la loro casa, a concrete esperienze di comunione, che, con la forza ardente dell’amore — «Vedi come si amano!» (Tertulliano,Apologetico, 39, 7) —, attirino lo sguardo disincantato dell’umanità contemporanea. La bellezza della fede deve risplendere, in particolare, nelle azioni della sacra Liturgia, nell’Eucaristia domenicale anzitutto. Proprio nelle celebrazioni liturgiche la Chiesa svela infatti il suo volto di opera di Dio e rende visibile, nelle parole e nei gesti, il significato del Vangelo.

Sta a noi oggi rendere concretamente accessibili esperienze di Chiesa, moltiplicare i pozzi a cui invitare gli uomini e le donne assetati e lì far loro incontrare Gesù, offrire oasi nei deserti della vita. Di questo sono responsabili le comunità cristiane e, in esse, ogni discepolo del Signore: a ciascuno è affidata una testimonianza insostituibile, perché il Vangelo possa incrociare l’esistenza di tutti; per questo ci è chiesta la santità della vita.

4. Le occasioni dell’incontro con Gesù e l’ascolto delle Scritture

Qualcuno chiederà come fare tutto questo. Non si tratta di inventare chissà quali nuove strategie, quasi che il Vangelo sia un prodotto da collocare sul mercato delle religioni, ma di riscoprire i modi in cui, nella vicenda di Gesù, le persone si sono accostate a lui e da lui sono state chiamate, per immettere quelle stesse modalità nelle condizioni del nostro tempo.

Ricordiamo ad esempio come Pietro, Andrea, Giacomo e Giovanni siano stati interpellati da Gesù nel contesto del loro lavoro, come Zaccheo sia potuto passare dalla semplice curiosità al calore della condivisione della mensa con il Maestro, come il centurione romano ne abbia chiesto l’intervento in occasione della malattia di una persona cara, come il cieco nato lo abbia invocato quale liberatore dalla propria emarginazione, come Marta e Maria abbiano visto premiata dalla sua presenza l’ospitalità della casa e del cuore. Potremmo continuare ancora, ripercorrendo le pagine dei vangeli e trovando chissà quanti modi con cui la vita delle persone si è aperta nelle più diverse condizioni alla presenza di Cristo. E lo stesso potremmo fare con quanto le Scritture narrano delle esperienze missionarie degli apostoli nella prima Chiesa.

La lettura frequente delle Sacre Scritture, illuminata dalla Tradizione della Chiesa, che ce le consegna e ne è autentica interprete, non solo è un passaggio obbligato per conoscere il contenuto del Vangelo, cioè la persona di Gesù nel contesto della storia della salvezza, ma aiuta anche a scoprire spazi di incontro con lui, modalità davvero evangeliche, radicate nelle dimensioni di fondo della vita dell’uomo: la famiglia, il lavoro, l’amicizia, le povertà e le prove della vita, ecc.

5. Evangelizzare noi stessi e disporci alla conversione

Guai però a pensare che la nuova evangelizzazione non ci riguardi in prima persona. In questi giorni più volte tra noi Vescovi si sono levate voci a ricordare che, per poter evangelizzare il mondo, la Chiesa deve anzitutto porsi in ascolto della Parola. L’invito ad evangelizzare si traduce in un appello alla conversione.

Sentiamo sinceramente di dover convertire anzitutto noi stessi alla potenza di Cristo, che solo è capace di fare nuove tutte le cose, le nostre povere esistenze anzitutto. Con umiltà dobbiamo riconoscere che le povertà e le debolezze dei discepoli di Gesù, specialmente dei suoi ministri, pesano sulla credibilità della missione. Siamo certo consapevoli, noi Vescovi per primi, che non potremo mai essere all’altezza della chiamata da parte del Signore e della consegna del suo Vangelo per l’annuncio alle genti. Sappiamo di dover riconoscere umilmente la nostra vulnerabilità alle ferite della storia e non esitiamo a riconoscere i nostri peccati personali. Siamo però anche convinti che la forza dello Spirito del Signore può rinnovare la sua Chiesa e rendere splendente la sua veste, se ci lasceremo plasmare da lui. Lo mostrano le vite dei santi, la cui memoria e narrazione è strumento privilegiato della nuova evangelizzazione.

Se questo rinnovamento fosse affidato alle nostre forze, ci sarebbero seri motivi di dubitare, ma la conversione, come l’evangelizzazione, nella Chiesa non ha come primi attori noi poveri uomini, bensì lo Spirito stesso del Signore. Sta qui la nostra forza e la nostra certezza che il male non avrà mai l’ultima parola, né nella Chiesa né nella storia: «Non sia turbato il vostro cuore e non abbia timore», ha detto Gesù ai suoi discepoli (Gv14, 27).

L’opera della nuova evangelizzazione riposa su questa serena certezza. Noi siamo fiduciosi nell’ispirazione e nella forza dello Spirito, che ci insegnerà ciò che dobbiamo dire e ciò che dobbiamo fare, anche nei frangenti più difficili. È nostro dovere, perciò, vincere la paura con la fede, l’avvilimento con la speranza, l’indifferenza con l’amore.

6. Cogliere nel mondo di oggi nuove opportunità di evangelizzazione

Questo sereno coraggio sostiene anche il nostro sguardo sul mondo contemporaneo. Non ci sentiamo intimoriti dalle condizioni dei tempi che viviamo. Il nostro è un mondo colmo di contraddizioni e di sfide, ma resta creazione di Dio, ferita sì dal male, ma pur sempre il mondo che Dio ama, terreno suo, in cui può essere rinnovata la semina della Parola perché torni a fare frutto.

Non c’è spazio per il pessimismo nelle menti e nei cuori di coloro che sanno che il loro Signore ha vinto la morte e che il suo Spirito opera con potenza nella storia. Con umiltà, ma anche con decisione — quella che viene dalla certezza che la verità alla fine vince —, ci accostiamo a questo mondo e vogliamo vedervi un invito del Risorto a essere testimoni del suo Nome. La nostra Chiesa è viva e affronta con il coraggio della fede e la testimonianza di tanti suoi figli le sfide poste dalla storia.

Sappiamo che nel mondo dobbiamo affrontare una dura lotta contro «i Principati e le Potenze», «gli spiriti del male» (Ef6, 12). Non ci nascondiamo i problemi che tali sfide pongono, ma essi non ci impauriscono. Questo vale anzitutto per i fenomeni di globalizzazione, che devono essere per noi opportunità per una dilatazione della presenza del Vangelo. Così pure le migrazioni — pur con il peso delle sofferenze che comportano e a cui vogliamo essere sinceramente vicini con l’accoglienza propria dei fratelli — sono occasioni, come è accaduto nel passato, di diffusione della fede e di comunione tra le varietà delle sue forme. La secolarizzazione, ma anche la crisi dell’egemonia della politica e dello Stato, chiedono alla Chiesa di ripensare la propria presenza nella società, senza peraltro rinunciarvi. Le molte e sempre nuove forme di povertà aprono spazi inediti al servizio della carità: la proclamazione del Vangelo impegna la Chiesa a essere con i poveri e a farsi carico delle loro sofferenze, come Gesù. Anche nelle forme più aspre di ateismo e agnosticismo sentiamo di poter riconoscere, pur in modi contraddittori, non un vuoto, ma una nostalgia, un’attesa che attende una risposta adeguata.

Di fronte agli interrogativi che le culture dominanti pongono alla fede e alla Chiesa rinnoviamo la nostra fiducia nel Signore, certi che anche in questi contesti il Vangelo è portatore di luce e capace di sanare ogni debolezza dell’uomo. Non siamo noi a condurre l’opera dell’evangelizzazione, ma Dio, come ci ha ricordato il Papa: «La prima parola, l’iniziativa vera, l’attività vera viene da Dio e solo inserendoci in questa iniziativa divina, solo implorando questa iniziativa divina, possiamo anche noi divenire — con Lui e in Lui — evangelizzatori» (Benedetto XVI,Meditazione alla prima Congregazione generale dellaXIIIAssemblea generale ordinaria del Sinodo dei Vescovi, Roma 8 ottobre 2012).

7. Evangelizzazione, famiglia e vita consacrata

Fin dalla prima evangelizzazione la trasmissione della fede nel susseguirsi delle generazioni ha trovato un luogo naturale nella famiglia. In essa — con un ruolo tutto speciale rivestito dalle donne, ma con questo non vogliamo sminuire la figura paterna e la sua responsabilità — i segni della fede, la comunicazione delle prime verità, l’educazione alla preghiera, la testimonianza dei frutti dell’amore sono stati immessi nell’esistenza dei fanciulli e dei ragazzi, nel contesto della cura che ogni famiglia riserva per la crescita dei suoi piccoli. Pur nella diversità delle situazioni geografiche, culturali e sociali, tutti i Vescovi al Sinodo hanno riconfermato questo ruolo essenziale della famiglia nella trasmissione della fede. Non si può pensare una nuova evangelizzazione senza sentire una precisa responsabilità verso l’annuncio del Vangelo alle famiglie e senza dare loro sostegno nel compito educativo.

Non ci nascondiamo il fatto che oggi la famiglia, che si costituisce nel matrimonio di un uomo e di una donna, che li rende «una sola carne» (Mt19, 6) aperta alla vita, è attraversata dappertutto da fattori di crisi, circondata da modelli di vita che la penalizzano, trascurata dalle politiche di quella società di cui è pure la cellula fondamentale, non sempre rispettata nei suoi ritmi e sostenuta nei suoi impegni dalle stesse comunità ecclesiali. Proprio questo però ci spinge a dire che dobbiamo avere una particolare cura per la famiglia e per la sua missione nella società e nella Chiesa, sviluppando percorsi di accompagnamento prima e dopo il matrimonio. Vogliamo anche esprimere la nostra gratitudine ai tanti sposi e alle tante famiglie cristiane che, con la loro testimonianza, mostrano al mondo una esperienza di comunione e di servizio che è seme di una società più fraterna e pacificata.

Il nostro pensiero è andato anche alle situazioni familiari e di convivenza in cui non si rispecchia quell’immagine di unità e di amore per tutta la vita che il Signore ci ha consegnato. Ci sono coppie che convivono senza il legame sacramentale del matrimonio; si moltiplicano situazioni familiari irregolari costruite dopo il fallimento di precedenti matrimoni: vicende dolorose in cui soffre anche l’educazione alla fede dei figli. A tutti costoro vogliamo dire che l’amore del Signore non abbandona nessuno, che anche la Chiesa li ama ed è casa accogliente per tutti, che essi rimangono membra della Chiesa anche se non possono ricevere l’assoluzione sacramentale e l’Eucaristia. Le comunità cattoliche siano accoglienti verso quanti vivono in tali situazioni e sostengano cammini di conversione e di riconciliazione.

La vita familiare è il primo luogo in cui il Vangelo si incontra con l’ordinarietà della vita e mostra la sua capacità di trasfigurare le condizioni fondamentali dell’esistenza nell’orizzonte dell’amore. Ma non meno importante per la testimonianza della Chiesa è mostrare come questa vita nel tempo ha un compimento che va oltre la storia degli uomini e approda alla comunione eterna con Dio. Alla donna samaritana Gesù non si presenta semplicemente come colui che dà la vita, ma come colui che dona la «vita eterna» (Gv4, 14). Il dono di Dio, che la fede rende presente, non è semplicemente la promessa di condizioni migliori in questo mondo, ma l’annuncio che il senso ultimo della nostra vita è oltre questo mondo, in quella comunione piena con Dio che attendiamo alla fine dei tempi.

Di questo orizzonte ultraterreno del senso dell’esistenza umana sono particolari testimoni nella Chiesa e nel mondo quanti il Signore ha chiamato alla vita consacrata, una vita che, proprio perché totalmente consacrata a lui, nell’esercizio di povertà, castità e obbedienza, è il segno di un mondo futuro che relativizza ogni bene di questo mondo. Dall’Assemblea del Sinodo dei Vescovi giunga a questi nostri fratelli e sorelle la gratitudine per la loro fedeltà alla chiamata del Signore e per il contributo che hanno dato e danno alla missione della Chiesa, l’esortazione alla speranza in situazioni non facili anche per loro in questi tempi di cambiamento, l’invito a confermarsi come testimoni e promotori di nuova evangelizzazione nei vari ambiti di vita in cui il carisma di ciascuno dei loro istituti li colloca.

8. La comunità ecclesiale e i molti operai dell’evangelizzazione

L’opera di evangelizzazione non è compito di qualcuno nella Chiesa, ma delle comunità ecclesiali in quanto tali, dove si ha accesso alla pienezza degli strumenti dell’incontro con Gesù: la Parola, i sacramenti, la comunione fraterna, il servizio della carità, la missione.

In questa prospettiva emerge anzitutto il ruolo della parrocchia, come presenza della Chiesa sul territorio in cui gli uomini vivono, «fontana del villaggio», come amava chiamarlaGiovanni XXIII, a cui tutti possono abbeverarsi trovandovi la freschezza del Vangelo. Il suo ruolo resta irrinunciabile, anche se le mutate condizioni ne possono chiedere sia l’articolazione in piccole comunità sia legami di collaborazione in contesti più ampi. Sentiamo ora di dover esortare le nostre parrocchie ad affiancare alla tradizionale cura pastorale del popolo di Dio le forme nuove di missione richieste dalla nuova evangelizzazione. Esse devono permeare anche le varie, importanti espressioni della pietà popolare.

Nella parrocchia continua ad essere decisivo il ministero del sacerdote, padre e pastore del suo popolo. I Vescovi di questa Assemblea sinodale esprimono a tutti i presbiteri gratitudine e vicinanza fraterna per il loro non facile compito e li invitano a più stretti legami nel presbiterio diocesano, a una vita spirituale sempre più intensa, a una formazione permanente che li renda idonei ad affrontare i cambiamenti.

Accanto ai presbiteri va sostenuta la presenza dei diaconi, come pure l’azione pastorale dei catechisti e di tante altre figure ministeriali e di animazione nel campo dell’annuncio e della catechesi, della vita liturgica, del servizio caritativo, nonché le varie forme di partecipazione e corresponsabilità da parte dei fedeli, uomini e donne, per la cui dedizione nei molteplici servizi nelle nostre comunità non saremo mai abbastanza riconoscenti. Anche a tutti costoro chiediamo di porre la loro presenza e il loro servizio nella Chiesa nell’ottica della nuova evangelizzazione, curando la propria formazione umana e cristiana, la conoscenza della fede e la sensibilità ai fenomeni culturali odierni.

Guardando ai laici, una parola specifica va alle varie forme di antiche e nuove associazioni e insieme ai movimenti ecclesiali e alle nuove comunità, tutti espressione della ricchezza dei doni che lo Spirito fa alla Chiesa. Anche a queste forme di vita e di impegno nella Chiesa esprimiamo gratitudine, esortandoli alla fedeltà al proprio carisma e alla convinta comunione ecclesiale, in specie nel concreto contesto delle Chiese particolari.

Testimoniare il Vangelo non è privilegio di alcuno. Riconosciamo con gioia la presenza di tanti uomini e donne che con la loro vita si fanno segno del Vangelo in mezzo al mondo. Li riconosciamo anche in tanti nostri fratelli e sorelle cristiani con i quali l’unità purtroppo non è ancora perfetta, ma che pure sono segnati dal Battesimo del Signore e ne sono annunciatori. In questi giorni è stata un’esperienza commovente per noi ascoltare le voci di tanti autorevoli responsabili di Chiese e Comunità ecclesiali che ci hanno testimoniato la loro sete di Cristo e la loro dedizione all’annuncio del Vangelo, anch’essi convinti che il mondo ha bisogno di una nuova evangelizzazione. Siamo grati al Signore per questa unità nell’esigenza della missione.

9. Perché i giovani possano incontrare Cristo

I giovani ci stanno a cuore in modo tutto particolare, perché loro, che sono parte rilevante del presente dell’umanità e della Chiesa, ne sono anche il futuro. Anche verso di loro lo sguardo dei Vescovi è tutt’altro che pessimista. Preoccupato sì, ma non pessimista. Preoccupato perché proprio su di loro vengono a confluire le spinte più aggressive dei tempi; non però pessimista, anzitutto perché, lo ribadiamo, l’amore di Cristo è ciò che muove nel profondo la storia, ma anche perché scorgiamo nei nostri giovani aspirazioni profonde di autenticità, di verità, di libertà, di generosità, per le quali siamo convinti che Cristo sia la risposta che appaga.

Vogliamo sostenerli nella loro ricerca e incoraggiamo le nostre comunità a entrare senza riserve in una prospettiva di ascolto, di dialogo e di proposta coraggiosa verso la difficile condizione dei giovani. Per riscattare, e non mortificare, la potenza dei loro entusiasmi. E per sostenere in loro favore la giusta battaglia contro i luoghi comuni e le speculazioni interessate delle potenze mondane, interessate a dissiparne le energie e a consumarne gli slanci a proprio vantaggio, togliendo loro ogni grata memoria del passato e ogni serio progetto del futuro.

La nuova evangelizzazione ha nel mondo dei giovani un campo impegnativo ma anche particolarmente promettente, come mostrano non poche esperienze, da quelle più aggreganti, come le Giornate Mondiali della Gioventù, a quelle più nascoste ma non meno coinvolgenti, come le varie esperienze di spiritualità, di servizio e di missionarietà. Ai giovani va riconosciuto un ruolo attivo nell’opera di evangelizzazione soprattutto verso il loro mondo.

10. Il Vangelo in dialogo con la cultura e l’esperienza umana e con le religioni

La nuova evangelizzazione ha al suo centro Cristo e l’attenzione alla persona umana, per dare vita a un reale incontro con lui. Ma i suoi orizzonti sono larghi quanto il mondo e non si chiudono a nessuna esperienza dell’uomo. Questo significa che essa coltiva con particolare cura il dialogo con le culture, nella fiducia di poter trovare in ciascuna di esse i «semi del Verbo» di cui parlavano gli antichi Padri. In particolare la nuova evangelizzazione ha bisogno di una rinnovata alleanza tra fede e ragione, nella convinzione che la fede ha risorse sue proprie per accogliere ogni frutto di una sana ragione aperta alla trascendenza e ha la forza di sanare i limiti e le contraddizioni in cui la ragione può cadere. La fede non chiude lo sguardo neanche di fronte ai laceranti interrogativi che pone la presenza del male nella vita e nella storia degli uomini, attingendo luce di speranza dalla Pasqua di Cristo.

L’incontro tra la fede e la ragione nutre anche l’impegno delle comunità cristiane nel campo dell’educazione e della cultura. Un posto speciale lo occupano in questo le istituzioni formative e di ricerca: scuole e università. Ovunque si sviluppano le conoscenze dell’uomo e si dà un’azione educativa, la Chiesa è lieta di portare la propria esperienza e il proprio contributo per una formazione della persona nella sua integralità. In questo ambito va riservata particolare cura alla scuola cattolica e alle università cattoliche, in cui l’apertura alla trascendenza, propria di ogni sincero itinerario culturale ed educativo, deve completarsi in cammini di incontro con l’evento di Gesù Cristo e della sua Chiesa. La gratitudine dei Vescovi giunga a quanti, in condizioni a volte difficili, vi sono impegnati.

L’evangelizzazione esige che si presti operosa attenzione al mondo delle comunicazioni sociali, strada su cui, soprattutto nei nuovi media, si incrociano tante vite, tanti interrogativi e tante attese. Luogo dove spesso si formano le coscienze e si scandiscono i tempi e i contenuti della vita vissuta. Un’opportunità nuova per raggiungere il cuore dell’uomo.

Un particolare ambito dell’incontro tra fede e ragione si ha oggi nel dialogo con il sapere scientifico. Esso, per sé, è tutt’altro che lontano dalla fede, essendo una manifestazione di quel principio spirituale che Dio ha posto negli uomini e che permette loro di cogliere le strutture razionali che sono alla base della creazione. Quando scienze e tecniche non presumono di chiudere la concezione dell’uomo e del mondo in un arido materialismo, diventano un prezioso alleato per lo sviluppo della umanizzazione della vita. Anche a chi è impegnato su questo delicato fronte della conoscenza va il nostro grazie.

Un grazie che vogliamo rivolgere anche a uomini e donne impegnati in un’altra espressione del genio umano, quella dell’arte nelle sue varie forme, dalle più antiche alle più recenti. Nelle loro opere, in quanto tendono a dare forma alla tensione dell’uomo verso la bellezza, noi riconosciamo un modo particolarmente significativo di espressione della spiritualità. Siamo grati quando con le loro creazioni di bellezza ci aiutano a rendere evidente la bellezza del volto di Dio e di quello delle sue creature. La via della bellezza è una strada particolarmente efficace nella nuova evangelizzazione.

Oltre i vertici dell’arte è però tutta l’operosità dell’uomo ad attirare la nostra attenzione, come uno spazio in cui, mediante il lavoro, egli si fa cooperatore della creazione divina. Al mondo dell’economia e del lavoro vogliamo ricordare come dalla luce del Vangelo scaturiscano alcuni richiami: riscattare il lavoro dalle condizioni che ne fanno non poche volte un peso insopportabile e una prospettiva incerta, minacciata oggi spesso dalla disoccupazione, specie giovanile; porre la persona umana al centro dello sviluppo economico; pensare questo stesso sviluppo come un’occasione di crescita del genere umano nella giustizia e nell’unità. L’uomo nel lavoro con cui trasforma il mondo è chiamato anche a salvaguardare il volto che Dio ha voluto dare alla sua creazione, anche per responsabilità verso le generazioni a venire.

Il Vangelo illumina anche la condizione della sofferenza nella malattia, in cui i cristiani devono far sentire la vicinanza della Chiesa alle persone malate o disabili e la gratitudine verso quanti operano con professionalità e umanità per la loro cura.

Un ambito in cui la luce del Vangelo può e deve risplendere per illuminare i passi dell’umanità è quello della politica, alla quale si chiede un impegno di cura disinteressata e trasparente del bene comune, nel rispetto della piena dignità della persona umana, dal suo concepimento fino al suo termine naturale, della famiglia fondata sul matrimonio di un uomo e una donna, della libertà educativa; nella promozione della libertà religiosa; nella rimozione cause di ingiustizie, disuguaglianze, discriminazioni, razzismo, violenze, fame e guerre. Una limpida testimonianza è chiesta ai cristiani che, nell’esercizio della politica, vivono il precetto della carità.

Il dialogo della Chiesa ha un suo naturale interlocutore, infine, nei seguaci delle religioni. Si evangelizza perché convinti della verità di Cristo, non contro qualcuno. Il Vangelo di Gesù è pace e gioia, e i suoi discepoli sono lieti di riconoscere quanto di vero e di buono lo spirito religioso degli uomini ha saputo scorgere nel mondo creato da Dio e ha espresso dando forma alle varie religioni.

Il dialogo tra i credenti delle varie religioni vuole essere un contributo alla pace, rifiuta ogni fondamentalismo e denuncia ogni violenza che si abbatte sui credenti, grave violazione dei diritti umani. Le Chiese di tutto il mondo sono vicine nella preghiera e nella fraternità ai fratelli sofferenti e chiedono a chi ha in mano le sorti dei popoli di salvaguardare il diritto di tutti alla libera scelta e alla libera professione e testimonianza della fede.

11. Nell’Anno della fede, la memoria del concilio Vaticano II e il riferimento al «Catechismo della Chiesa Cattolica»

Nel sentiero aperto dalla nuova evangelizzazione potremmo anche sentirci a volte come in un deserto, in mezzo a pericoli e privi di riferimenti. Il Santo PadreBenedetto XVI, nell’omelia della Messa di apertura dell’Anno della fede, ha parlato di una «“desertificazione” spirituale»che è avanzata in questi ultimi decenni, ma ci ha anche incoraggiato affermando che «è proprio a partire dall’esperienza di questo deserto, da questo vuoto che possiamo nuovamente scoprire la gioia di credere, la sua importanza vitale per noi uomini e donne. Nel deserto si riscopre il valore di ciò che è essenziale per vivere» (Omelia alla Celebrazione eucaristica per l’apertura dell’Anno della fede, Roma 11 ottobre 2012). Nel deserto, come la donna samaritana, si va in cerca di acqua e di un pozzo a cui attingerla: beato colui che vi incontra Cristo!

Ringraziamo il Santo Padre per il dono dell’Anno della fede, prezioso ingresso nel percorso della nuova evangelizzazione. Lo ringraziamo anche per aver legato questo Anno alla memoria grata per i cinquant’anni dell’apertura delconcilio Vaticano II, il cui magistero fondamentale per il nostro tempo risplende nelCatechismo della Chiesa Cattolica, riproposto a vent’anni dalla pubblicazione come riferimento di fede sicuro. Sono anniversari importanti, che ci permettono di ribadire la nostra ferma adesione all’insegnamento del concilio e il nostro convinto impegno a continuarne la piena attuazione.

12. Nella contemplazione del mistero e accanto ai poveri

In quest’ottica vogliamo indicare a tutti i fedeli due espressioni della vita di fede che ci appaiono di particolare rilevanza per testimoniarla nella nuova evangelizzazione.

Il primo è costituito dal dono e dall’esperienza della contemplazione. Solo da uno sguardo adorante sul mistero di Dio, Padre, Figlio e Spirito Santo, solo dalla profondità di un silenzio che si pone come grembo che accoglie l’unica Parola che salva, può scaturire una testimonianza credibile per il mondo. Solo questo silenzio orante può impedire che la parola della salvezza sia confusa nel mondo con i molti rumori che lo invadono.

Torna nuovamente sulle nostre labbra la parola della gratitudine, ora rivolta a quanti, uomini e donne, dedicano la loro vita, nei monasteri e negli eremi, alla preghiera e alla contemplazione. Ma abbiamo bisogno che momenti contemplativi si intreccino anche con la vita ordinaria della gente. Luoghi dell’anima, ma anche del territorio, che richiamino a Dio; santuari interiori e templi di pietra, che siano incroci obbligati per il flusso di esperienze in cui rischiamo di confonderci. Spazi in cui tutti si possano sentire accolti, anche chi non sa bene ancora che cosa e chi cercare.

L’altro segno di autenticità della nuova evangelizzazione ha il volto del povero. Mettersi accanto a chi è ferito dalla vita non è solo un esercizio di socialità, ma anzitutto un fatto spirituale. Perché nel volto del povero risplende il volto stesso di Cristo: «Tutto quello che avete fatto a uno di questi miei fratelli più piccoli, l’avete fatto a me» (Mt25, 40).

Ai poveri va riconosciuto un posto privilegiato nelle nostre comunità, un posto che non esclude nessuno, ma vuole essere un riflesso di come Gesù si è legato a loro. La presenza del povero nelle nostre comunità è misteriosamente potente: cambia le persone più di un discorso, insegna fedeltà, fa capire la fragilità della vita, domanda preghiera; insomma, porta a Cristo.

Il gesto della carità, a sua volta, esige di essere accompagnato dall’impegno per la giustizia, con un appello che riguarda tutti, poveri e ricchi. Di qui anche l’inserimento della dottrina sociale della Chiesa nei percorsi della nuova evangelizzazione e la cura della formazione dei cristiani che si impegnano a servire la convivenza umana nella vita sociale e nella politica.

13. Una parola alle Chiese delle diverse regioni del mondo

Lo sguardo dei vescovi riuniti in Assemblea sinodale abbraccia tutte le comunità ecclesiali diffuse nel mondo. Uno sguardo che vuole essere unitario, perché unica è la chiamata all’incontro con Cristo, ma non dimentica le diversità.

Una considerazione tutta particolare, colma di affetto fraterno e di gratitudine, i vescovi riuniti nel Sinodo riservano a voi cristiani delle Chiese orientali cattoliche, quelle eredi della prima diffusione del Vangelo, esperienza custodita con amore e fedeltà, e quelle presenti nell’Est dell’Europa. Oggi il Vangelo si ripropone tra voi come nuova evangelizzazione tramite la vita liturgica, la catechesi, la preghiera familiare quotidiana, il digiuno, la solidarietà tra le famiglie, la partecipazione dei laici alla vita delle comunità e al dialogo con la società. In non pochi contesti le vostre Chiese sono in mezzo a prove e tribolazioni, in cui testimoniano la partecipazione alla croce di Cristo; alcuni fedeli sono costretti all’emigrazione e, mantenendo viva l’appartenenza alle proprie comunità di origine, possono dare il proprio contributo alla cura pastorale e all’opera di evangelizzazione nei Paesi che li hanno accolti. Il Signore continui a benedire la vostra fedeltà e sul vostro futuro si staglino orizzonti di serena confessione e pratica della fede in una condizione di pace e di libertà religiosa.

Guardiamo a voi cristiani, uomini e donne, che vivete nei Paesi dell’Africa e vi diciamo la nostra gratitudine per la testimonianza che offrite al Vangelo spesso in situazioni di vita umanamente difficili. Vi esortiamo a ridare slancio all’evangelizzazione ricevuta in tempi ancora recenti, a edificarvi come Chiesa «famiglia di Dio», a rafforzare l’identità della famiglia, a sostenere l’impegno dei sacerdoti e dei catechisti, specialmente nelle piccole comunità cristiane. Si afferma inoltre l’esigenza di sviluppare l’incontro del Vangelo con le antiche e le nuove culture. Un’attesa e un richiamo forte si rivolge al mondo della politica e ai Governi dei diversi Paesi dell’Africa, perché, nella collaborazione di tutti gli uomini di buona volontà, siano promossi i diritti umani fondamentali e il continente sia liberato dalle violenze e dai conflitti che ancora lo tormentano.

I vescovi dell’Assemblea sinodale invitano voi cristiani dell’America del nord a rispondere con gioia alla chiamata alla nuova evangelizzazione, mentre guardano con riconoscenza a come nella loro storia ancora giovane le vostre comunità cristiane abbiano dato frutti generosi di fede, di carità e di missione. Occorre ora riconoscere che molte espressioni della cultura corrente nei Paesi del vostro mondo sono oggi lontane dal Vangelo. Si impone un invito alla conversione, da cui nasce un impegno che non vi pone fuori dalle vostre culture, ma nel loro mezzo per offrire a tutti la luce della fede e la forza della vita. Mentre accogliete nelle vostre generose terre nuove popolazioni di immigrati e rifugiati, siate disposti anche ad aprire le porte delle vostre case alla fede. Fedeli agli impegni presi nell’Assemblea sinodale per l’America, siate solidali con l’America latina nella permanente evangelizzazione del comune continente.

Lo stesso sentimento di gratitudine l’Assemblea del Sinodo rivolge alle Chiese dell’America latina e dei Caraibi. Colpisce in particolare come lungo i secoli si siano sviluppate nei vostri Paesi forme di pietà popolare, ancora radicate nel cuore di tanti, di servizio della carità e di dialogo con le culture. Ora, di fronte alle molte sfide del presente, in primo luogo la povertà e la violenza, la Chiesa in America latina e nei Caraibi è esortata a vivere in uno stato permanente di missione, annunciando il Vangelo con speranza e con gioia, formando comunità di veri discepoli missionari di Gesù Cristo, mostrando nell’impegno dei suoi figli come il Vangelo possa essere sorgente di una nuova società giusta e fraterna. Anche il pluralismo religioso interroga le vostre Chiese ed esige un rinnovato annuncio del Vangelo.

Anche a voi cristiani dell’Asia sentiamo di offrire una parola di incoraggiamento e di esortazione. Piccola minoranza nel continente che raccoglie in sé quasi due terzi della popolazione mondiale, la vostra presenza è un seme fecondo, affidato alla potenza dello Spirito, che cresce nel dialogo con le diverse culture, con le antiche religioni, con i tanti poveri. Anche se spesso posta ai margini della società, in diversi luoghi anche perseguitata, la Chiesa dell’Asia, con la sua salda fede, è una presenza preziosa del Vangelo di Cristo che annuncia giustizia, vita e armonia. Cristiani di Asia, sentite la fraterna vicinanza dei cristiani degli altri Paesi del mondo, i quali non possono dimenticare che sul vostro continente, nella Terra Santa, Gesù è nato, è vissuto, è morto ed è risorto.

Una parola di riconoscenza e di speranza i vescovi rivolgono alle Chiese del continente europeo, oggi in parte segnato da una forte secolarizzazione, a volte anche aggressiva, e in parte ancora ferito dai lunghi decenni di potere di ideologie nemiche di Dio e dell’uomo. La riconoscenza è verso un passato, ma anche un presente, in cui il Vangelo ha creato in Europa consapevolezze ed esperienze di fede singolari e decisive per l’evangelizzazione dell’intero mondo, spesso traboccanti di santità: ricchezza del pensiero teologico, varietà di espressioni carismatiche, le più varie forme di servizio della carità verso i poveri, profonde esperienze contemplative, creazione di una cultura umanistica che ha contribuito a dare volto alla dignità della persona e alla costruzione del bene comune. Le difficoltà del presente non vi abbattano, cari cristiani europei: siano invece percepite come una sfida da superare e un’occasione per un annuncio più gioioso e più vivo di Cristo e del suo Vangelo di vita.

I vescovi dell’Assemblea sinodale salutano infine i popoli dell’Oceania, che vivono sotto la protezione della Croce australe, e li ringraziano per la loro testimonianza al Vangelo di Gesù. La nostra preghiera per voi è perché, come la donna samaritana al pozzo, anche voi sentiate viva la sete di una vita nuova e possiate ascoltare la parola di Gesù che dice: «Se tu conoscessi il dono di Dio!» (Gv4, 10). Sentite ancora l’impegno a predicare il Vangelo e a far conoscere Gesù nel mondo di oggi. Vi esortiamo a incontrarlo nella vostra vita quotidiana, ad ascoltare lui e a scoprire, mediante la preghiera e la meditazione, la grazia di poter dire: «Sappiamo che questi è veramente il salvatore del mondo» (Gv4, 42).

14. La stella di Maria illumina il deserto

Giunti al termine di questa esperienza di comunione tra vescovi di tutto il mondo e di collaborazione al ministero del Successore di Pietro, sentiamo risuonare per noi attuale il comando di Gesù ai suoi apostoli: «Andate e fate discepoli tutti i popoli[…].Ed ecco io sono con voi tutti i giorni, fino alla fine del mondo» (Mt28, 19.20). La missione della Chiesa non si rivolge soltanto a una estensione geografica, ma va a cogliere le pieghe più nascoste del cuore dei nostri contemporanei, per riportarli all’incontro con Gesù, il vivente che si fa presente nelle nostre comunità.

Questa presenza colma di gioia i nostri cuori. Grati per i doni da lui ricevuti in questi giorni, innalziamo il canto della lode: «L’anima mia magnifica il Signore[…]Grandi cose ha fatto per me il Signore» (Lc1, 46.49). Le parole di Maria sono anche le nostre: il Signore ha fatto davvero grandi cose lungo i secoli per la sua Chiesa nelle diverse parti del mondo e noi lo magnifichiamo, certi che egli non mancherà di guardare alla nostra povertà per spiegare la potenza del suo braccio anche nei nostri giorni e sostenerci nel cammino della nuova evangelizzazione.

La figura di Maria ci orienta nel cammino. Questo cammino, come ci ha dettoBenedetto XVI, potrà apparirci un itinerario nel deserto; sappiamo di doverlo percorrere portando con noi l’essenziale: il dono dello Spirito, la compagnia di Gesù, la verità della sua parola, il pane eucaristico che ci nutre, la fraternità della comunione ecclesiale, lo slancio della carità. È l’acqua del pozzo che fa fiorire il deserto. E, come nella notte del deserto le stelle si fanno più luminose, così nel cielo del nostro cammino risplende con vigore la luce di Maria, la Stella della nuova evangelizzazione, a cui fiduciosi ci affidiamo.


[1]JUAN PABLO II, Discurso a la XIX Asamblea del CELAM, Port-au-Prince 9 marzo 1983, n. 3

[2]BENEDICTO XVI, Homilía en la celebración eucarística para la solemne inauguración de la XIII Asamblea general ordinaria del Sínodo de los Obispos, Roma 7 octubre 2012.

[3]TERTULLIANO, Apologetico, 39, 7.

[4]BENEDICTO XVI, Meditación de la primera congregación general de la XIII Asamblea general ordinaria del Sínodo de los Obispos, Roma 8 octubre 2012.

[5]BENEDICTO XVI, Homilía en la celebración eucarística para la apertura del Año de la fe, Roma 11 octubre 2012.

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