La misión necesita renovar la confianza en la acción de Dios
“La evangelización, que tiene siempre un carácter de urgencia, en estos momentos impulsa a la Iglesia a recorrer, con paso todavía más rápido, los caminos del mundo, para que todos los seres humanos conozcan a Cristo”, dijo el Papa recibiendo en audiencia a los directores nacionales de las Obras Misionales Pontificias. Ese organismo, al que está confiada la cooperación misionera de todas las Iglesias en el mundo, celebra estos días la asamblea anual de su Consejo Superior.
El Santo Padre Benedicto XVI recibía este pasado viernes 11 de mayo a los directores nacionales de las Obras Misionales Pontificias de todo el mundo, con motivo de la Asamblea de la institución que los ha reunido en Roma la semana pasada para reflexionar y coordinar la labor de animación y cooperación misioneras.
El Santo Padre, en el discurso que dirigió a los directores nacionales, recordaba que “sólo en la verdad, que es Cristo mismo, la humanidad puede descubrir el sentido de la existencia, encontrar la salvación y crecer en la justicia y en la paz. Todo hombre tiene el derecho de recibir el Evangelio de la verdad”. En esta perspectiva, destacaba el compromiso de las Obras Misionales Pontificias de celebrar el Año de la Fe como una ocasión para reforzar la dedicación a la difusión del Reino de Dios y del conocimiento de la fe cristiana, para lo que es necesaria la conversión al Señor del que anuncia y realiza esta difusión.
“La misión hoy”, señalaba Benedicto XVI, “tiene necesidad de renovar la confianza en la acción de Dios, tiene necesidad de una oración más intensa para que venga su Reino, para que se haga su voluntad en la tierra como en el cielo”. Y mencionaba una triste realidad de nuestros días: “Queridos amigos, sabéis muy bien que el anuncio del Evangelio implica en no pocas ocasiones dificultades y sufrimientos; el crecimiento del Reino de Dios en el mundo en no pocas ocasiones se lleva a cabo a precio de sangre de sus servidores. En esta época de cambios económicos, culturales y políticos, donde el ser humano suele sentirse solo, presa de la angustia y la desesperación, los mensajeros del Evangelio, a pesar de anunciar la esperanza y la paz, siguen siendo perseguidos como su Maestro y Señor. Pero, a pesar los problemas y de la trágica realidad de la persecución, la Iglesia no se desanima, permanece fiel al mandato de su Señor, siendo consciente de que, como siempre en la historia cristiana, los mártires, es decir, los testigos, son numerosos e indispensables en el camino del Evangelio”.
“A vosotros os está confiado especialmente, la tarea de sostener a los ministros del Evangelio”, les recordaba el Papa, “ayudándoles a conservar la alegría de la evangelizar, incluso cuando la siembra tiene lugar entre lágrimas. Vuestra tarea específica es también la de mantener viva la vocación misionera de todos los discípulos de Cristo, para que cada uno, según el carisma recibido del Espíritu Santo, pueda tomar parte en la misión universal confiada por el Resucitado a su Iglesia. Vuestra obra de animación y formación misionera forma parte del alma del cuidado pastoral, para que la missio ad gentes constituya el paradigma de toda acción apostólica de la Iglesia. Debéis ser cada vez más expresión visible y concreta de la comunión de personas y medios entre las Iglesias, que, como vasos comunicantes, viven la misma vocación y tensión misionera, y en cada rincón de la tierra trabajan para sembrar el Verbo de Verdad en todos los pueblos y culturas. Sé que seguiréis dedicándoos a que las Iglesias locales asuman, cada vez de modo más generoso, su partes de responsabilidad en la misión universal de la Iglesia”.
“Sólo en la Verdad, que es Cristo -continuó el Santo Padre- la humanidad puede descubrir el significado de la existencia, encontrar la salvación y crecer en la justicia y la paz. Cada hombre y cada pueblo tienen el derecho de recibir el evangelio de la verdad (…) Jesús, el Verbo Encarnado, sigue siendo el centro del anuncio, el punto de referencia para la continuación y para la misma metodología de la misión evangelizadora, porque es el rostro humano de Dios, que quiere encontrar a cada hombre y mujer para hacerlos entrar en comunión con Él, en su amor”.
En nuestros días “la misión necesita renovar la confianza en la acción de Dios y una oración más intensa para que venga su Reino (…) Es necesario invocar del Espíritu Santo luz y fuerza, y comprometerse con decisión y generosidad para inaugurar, en cierto sentido, 'una nueva época de anuncio del Evangelio … porque, después de dos mil años, una gran parte de la familia humana sigue sin conocer a Cristo, y también porque la situación en que se encuentran la Iglesia y el mundo presenta particulares desafíos a la fe religiosa'”, dijo Benedicto XVI citando la exhortación apostólica del beato Juan Pablo II, Ecclesia in Asia. Asimismo, manifestó todo su apoyo al proyecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos y de las Obras Misionales Pontificias que promueven el Año de la Fe, con “una campaña mundial que, a través de la oración del Santo Rosario, acompañe la tarea de evangelización en el mundo y ayude a muchos bautizados a redescubrir y profundizar la fe”.
“El anuncio del Evangelio conlleva, no pocas veces, dificultades y sufrimientos; a menudo el Reino de Dios se difunde en el mundo al precio de la sangre de sus siervos. En esta fase de cambios económicos, culturales y políticos, cuando el ser humano puede sentirse sólo, presa de la angustia y la desesperación, los mensajeros del Evangelio, a pesar de ser anunciadores de esperanza y de paz, siguen siendo perseguidos como lo fue su Maestro y Señor. Pero, no obstante los problemas y la realidad trágica de la persecución, la Iglesia no se desanima: sigue siendo fiel al mandato de su Señor, consciente de que "como siempre en la historia cristiana, los mártires, es decir, los testigos son numerosos e indispensables para el camino del Evangelio. Hoy como ayer, el mensaje de Cristo, no puede ajustarse a la lógica de este mundo, porque es profecía y liberación; es semilla de una nueva humanidad que está creciendo, y sólo al final de los tiempos llegará a su plena realización”.
El Papa concluyó recordando que a las Obras Misionales Pontificias, se les había confiado en un modo particular, “la tarea de apoyar a los ministros del Evangelio, ayudándoles a 'mantener la alegría de evangelizar, incluso cuando tenemos que sembrar con lágrimas'. Por eso el trabajo de animación y formación misional que desempeñan “forma parte del alma del cuidado pastoral, porque la misión 'ad gentes' es el paradigma de toda la acción de la Iglesia Apostólica. Sed, cada más vez, expresión visible y concreta de la comunión de personas y medios entre las Iglesias, que, como vasos comunicantes, viven la misma vocación y tensión misionera, y en cada rincón de la tierra trabajan para sembrar el Verbo de Verdad en todos los pueblos y culturas”.